lunes, 30 de junio de 2014

MANUEL MALAVER, LA ESTAMPIDA

Aunque es temprano para pronosticar el alcance y profundidad del cisma que día a día sacude la estructura del PSUV y del gobierno madurista, sin duda que nos hayamos ante un hecho inédito por lo menos en los últimos 12 años de “revolución”.


“Inédito” no quiere decir que no hubiesen pugnas, refriegas, choques, encontronazos, pero sin duda que solapados por la voz y presencia del cacique, o macho alfa llamado Chávez, quien solo por existir creaba un magnetismo lo suficientemente fuerte como para inmovilizar liviandades.

Estaban, también, los petrodólares, la lluvia copiosa e incontenible de cifras verdes que desde el 2004 empezó a inundar el “Tesoro Nacional” (léase PDVSA, el BCV, y los fondos del estado), que, tanto como el teniente coronel, eran un disolvente que diluía cualquier disidencia o rebelión.

Años de “Vacas Gordas”, como las que pastaron durante los cinco años del primer período de Carlos Andrés Pérez, que dieron origen a un gobierno populista que no tenía precedentes en Venezuela ni en América Latina, solo superado cuando otro caudillo, carismático e incontrolablemente locuaz, trajo una nueva receta que aún produce indigestiones de puertas adentro y de puertas afuera.

Llegó, entonces, la revolución y el socialismo con petrodólares -el petrosocialismo, o el socialismo petrolero-, de verdad una cosecha no apta para espíritus quiquillosos como Felipe Pérez Martí, Efrén Andrade o Luisa Romero, los cuales, tan pronto olieron el olor a festín de buitres que se despeñaba sobre el territorio, se retiraron en silencio, muy callados y con la esperanza de -como acuñó Louis Adolphe Thiers, aquel historiador que fue ministro Luis Felipe y Napoléon II- “pasar sin más dilaciones al olvido”.

No fue el caso de quienes después resultarían los “boliburgueses”, atraídos por la idea de amasar fortunas rápidas y colosales (ya en las finanzas, ya en la construcción, ya en la importación de alimentos) pero sin percibir que cuando llegaran las “Vacas Flacas”, serían las primeras cabezas en rodar, perseguidos, acosados, expropiados, encarcelados, y extorsionados para que entregaran lo que, -decían ahora sus viejos socios-, “se habían robado”.

Pero aires y nubes de otros tiempos, y muy poco relacionados con la Venezuela del cisma que acaba de arrancar con una carta del exministro de Planificación, Jorge Giordani, quien, aparte de llamar a Maduro “incapaz, improvisado, derrochador, despilfarrador” y de falta de liderazgo, lanzó un viejo grito que, creo, ha recorrido toda la historia republicana de Venezuela: “¿DÓNDE ESTÁN LOS REALES?”.

Sí, los reales, o los 200.000 millones de dólares que, según “El Monje” que ahora no me parece tan loco, fueron sustraídos en los últimos 10 años de CADIVI, y el repele de 20.000 que en los últimos tres fueron saqueados del llamado SITME.

Cuentas que empezaron a conocerse hace un año, cuando la economista, Edmée Betancourt, estuvo de paso por la presidencia del Banco Central, y a las que, consecutivamente, se han referido los diputados Farías y Sanguino.

De modo que, el meollo, el centro, la nuez, el fuerte del enfrentamiento de Giordani (y las fichas de la “vieja guardia” que después se le han unido: Navarro, Osorio) con Maduro, tiene poco que ver con el modelo económico o las tendencias ideológicas hacia donde debería inclinarse el proceso y mucho con la abrumadora cantidad de ilícitos cuyos autores son los responsables de que el país se encuentre hoy sin alimentos, medicinas, equipos para los hospitales, repuestos para la flota automotriz y aérea y materias primas para atender las urgencias de la industria pesada, las PYMI y los sectores agroganaderos.

Claro, no hay dudas de que el modelo también ha hecho su parte, o mejor dicho, la mayor parte, pero es una peste que viene desde Chávez y sus ministros de punta, Giordani, Ramírez, Cabello, Merente y han continuado los que se han unido a Maduro en el llamado gobierno continuista o de transición.

Pero los atracos, los robos y los saqueos son otra cosa, y si fueron descubiertos, y puestos en evidencia, si sus cantidades han sido establecidas, y las empresas que se los incautaron precisadas, entonces -tal como ha denunciado Giordani, y Navarro-, lo que queda es acusarlos y ponerlos a la orden del Ministerio Público.

No es, desde luego, lo que están haciendo Maduro, Ramírez, Cabello, Merente, Jorge Rodríguez y CIA, los cuales, atribuyéndoles a los disidentes una capacidad conspirativa y de traición a la causa que nunca han demostrado, se han lanzado a acusarlos de “desleales”, “traidores” y “renegados”, pero bypaseando el tema 220.000 millones de dólares como si no existiera ni hubiera sido mencionado en las cartas de Giordani y Navarro.

Pero he aquí los hechos y este artículo también se inició prometiendo un pronóstico de sus posibles consecuencias, que no pueden visualizarse sino como un reguero de pólvora, o la chispa que incendia una pradera hasta que no quede una sola brizna calcinada.

Y la razón es muy sencilla: Ya no está Chávez, no hay petrodólares y quien está a la cabeza del gobierno es, como dice Giordani, “un incapaz, improvisado, derrochador, despilfarrador” y que padece de una irremediable “falta de liderazgo”.

Pero es más, mucho más, o menos mucho menos: el señor Maduro con un año y tres meses en la presidencia, aun no le presenta a los venezolanos la prueba que se le exige a todos los nacionales para demostrar que nacieron en Venezuela, como es la “Partida de Nacimiento” y si es hijo de padre y madre venezolanos por nacimiento, o de uno de los dos, que es requisito indispensable para que pueda ejercer constitucionalmente el cargo que usurpa.

En otras palabras: que las sospechas de que es un extranjero (tal como lo han denunciado expertos como Walter Márquez, y Nelson Ramírez Torres) son ya una certeza que colocan al señor Maduro a las puertas de una destitución por violar normas precisas e inapelables de la constitución.

Pero Maduro, por si fuera poco, también ostenta una ilegitimidad de origen en el ejercicio de su Magistratura, pues ni la nomenclatura cubana, ni el moribundo teniente coronel Chávez, tenían facultades para nombrarlo “sucesor” en un país que es por historia, vocación , tradición y constitución “republicano”.

Para colmo, su elección como presidente el 14 de abril del 2013 fue cuestionada por el candidato opositor, Henrique Capriles Radonski, quien alegó ser el triunfador por cerca de 500 mil votos.

Un presidente emanado de un fraude, en consecuencia, de los que durante 15 años se han articulado desde un CNE controlado por el gobierno, y que en el caso de Maduro, se negó a realizar una auditoría real y completa que revelará quien había sido el candidato que se había alzado con el voto de las mayorías de venezolanos.

Maduro también ha firmado de su puño y letra la más grande catástrofe económica de que tenga memoria la nación, una bancarrota que dejó 28 millones de ciudadanos sin alimentos, medicinas, servicios públicos, infraestructura y la seguridad que todo ser humano necesita para estudiar, trabajar y circular por las calles.

El jefe de un protectorado y de una ocupación, la que desde los primeros años del chavezato empezaron a imponer los cubanos, pero que ahora penden con toda su faz siniestra y criminal por todos los rincones de Venezuela.

De ahí el cisma que cada día cunde entre su propia gente, los llamados a que de cuenta de los cuantiosos recursos que se roban en su propias narices y su complicidad y a que se ponga a fin a lo que no es un gobierno…es un horror.

Manuel Malaver
@MMalaverM

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