domingo, 23 de junio de 2013

LUIS BETANCOURT OTEYZA, PÉREZ JIMÉNEZ Y CHÁVEZ

“Cuando la Tiranía se hace Ley, la rebelión es un derecho” Simón Bolívar
En estos ya 15 años de Tiranía hemos oído como muchos la califican el actual régimen, unos de buena fe y otros no, indistintamente de “Autocracia” o “Totalitarismo” cuando histórica y doctrinariamente son dos conceptos distintos y por consiguiente con distintas soluciones para el hombre libre. En efecto, se citan y confunden a dictadores como Pinochet, Pérez Jiménez o Rojas Pinilla con Fidel, Stalin, Hitler o Perón. Como antes advertimos, no siempre es por ignorancia y muchas veces es por mala intención. 

A ver.

En una dictadura totalitaria, concepción moderna nacida en el siglo XX, si obviamos civilizaciones primitivas como Esparta y otras africanas, “Todo está dentro del Estado y nada humano o espiritual existe ni tiene valor fuera del Estado” (Giovanni Gentile); el derecho y la cultura está al servicio de la ideología y se pretende extirpar toda forma de pensamiento opuesto. Por ello exigen una “hegemonía comunicacional” (Goebbels, Lenin, Mussolini, patrones de Ceresole e Izarrita). Este tipo de dictadura es la que califica los gobiernos de Hitler, Lenin, Stalin, y comunistas en general, Castro y Chávez, ahora Maduro, para citar los más fáciles de comprender. 

Una dictadura autoritaria no tiene un fin último, ideológico, que guía las acciones del poder; busca tan solo acallar a los disidentes, sin interferir en la vida privada o social. Usa algunas manifestaciones mercenarias de la cultura, sin pretender crearla a su gusto y dominio. El ciudadano puede desarrollar su vida laboral, profesional y afectiva sin interferencia del Estado mientras no se inmiscuya en política y amenace al régimen. Normalmente desaparecen con el dictador o con el tiempo. Responden a circunstancias puntuales, crisis, de “orden y progreso”, como excusas de su aparición. Son los gobiernos de Pinochet, Pérez Jiménez, Rojas Pinilla u Odría. No importa su origen ni su membrecía a la milicia pues hasta Fujimori califica en este lote.

Lo importante de distinguir estos regímenes es que a lo acertado del diagnóstico seguirá el tratamiento adecuado. Si se confunde la rabia con la fiebre no se cura el enfermo y se puede morir. Sin embargo, contra ambas dictaduras se deben ensayar tres tratamientos y su intensidad dependerá de su naturaleza: en el caso de los simplemente autoritarios bastarán antibióticos pero contra los totalitarios habrá que recurrir hasta la cirugía. Lo dice la Historia. Estos remedios los podemos sintetizar en tres pasos o recetas: 1.- Identificar bien la naturaleza de la dictadura; ya de esto hablamos pero debemos insistir en su importancia porque de ello depende su derrota y, si recordamos sus características enunciadas arriba, nos será fácil.  2.- Una vez logrado lo anterior, las fuerzas liberadoras deben denunciar su esencia para entender, que si bien a ambos hay que confrontarlos, en las autocracias se puede convivir con ellas e intentar superarlas, como lograron los chilenos contra Pinochet, pero pretender convivir con el totalitarismo es convalidarlo, como le ocurrió a los liberales y conservadores católicos en los regímenes de Mussolini y Hitler. No se puede jugar el juego totalitario porque el derecho no existe y está al servicio de la ideología dominante. Y, 3.- Los liberadores contra ambas dictaduras deben ejercer la confrontación con la fuerza, que no quiere decir la violencia, ésta resultará de la resistencia que se oponga al derecho a la vida en libertad. 

Es el uso de la calle, de las manifestaciones, de las rebeliones de estudiantes, obreros, consumidores, amas de casa, pero con el fin último de apelar a la Institución que monopoliza la fuerza porque sin su intervención o al menos su intencional omisión, si ello es posible, no hay salida.

Todo lo anterior es lo que se utilizó para derrocar al dictador Pérez Jiménez. Luego de una farsa del plebiscito, el 21 de noviembre de 1957 los estudiantes decretaron su movilización, ello marcó la pauta que siguió el alzamiento militar del 1° de enero de 1958 y culminó con la rebelión de los cadetes de la Escuela Militar la noche del 22 de enero y madrugada del 23. El dictador huyó y no hubo violencia.

Claro que en ambos regímenes tiránicos estos intentos producen la respuesta arbitraria de la represión brutal, con o sin intervención de jueces y fiscales esbirros, pero requieren de parte de parte de la oposición una determinación ajena a la convivencia con el régimen y sus maniobras. Si no, todo esfuerzo es colaboración. Se puede convertir en parte del problema y no de la solución frente a la dictadura.

Se argumenta que una intervención cívico militar para liberar un país de una dictadura es un salto en el vacío y debemos que convenir en ello. Puede resultar como en la dictadura castrista y totalitaria del General Velazco Alvarado en el Perú que se tratara de imponer como su sucesor uno más comunista como el General Mercado Jarrín, al final anulado por las propias fuerzas armadas; o como pasó en Chile, que la liberación del régimen fiel a Fidel de Allende fue sustituido por un Pinochet que intentó eternizarse en el poder más allá de la crisis que le dio sustento; o puede resultar un Almirante Larrazábal que además de renunciar a la presidencia de la junta cívico militar para postularse en el libre juego electoral, le dio a Venezuela los 40 años más democráticos, progresistas y civilistas de su historia. En todo caso, cualquiera de las riesgosas hipótesis, resultan más inestables y orientables democráticamente que la permanencia en el poder de un Fidel, Chávez o cualquier otro.  Hay que confiar en el pueblo y sus Fuerzas Armadas, éstas son las reservas de la institucionalidad y el derecho.

Luis Betancourt
lubeot@gmail.com

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