Batallando contra una de esas terribles
gripes que dan ahora en Venezuela, y que se distinguen por no ser sólo un
motivo para que te sientes mal, como era antes, sino que ahora, además, también
te duelen hasta las uñas, se produce la primera gran duda: ¿será realmente
gripe?; ¿y si es tuberculosis?, ¿quién te dice que no es chikunguya?. Porque
también pudiera ser dengue. ¿y no será un infarto en proceso?.
Supongamos que no es gripe; que es otra cosa:
¿cómo le haces frente?. ¿a quién le preguntas, si tu médico se fue del país?.
Cuento con guarapos y remedios caseros. Pero ¿y si voy a otro médico y me
prescribe alguna medicina que no se consigue en ninguna farmacia?
Lo cierto es que uno termina resignándose,
encomendándose a Dios y refugiándose en la lectura. Y hasta se hace amigo entrañable de la cama y de la
televisión, para tratar de pasar el tiempo y distraerse. Entonces, lo
interesante, más allá del dolor por lo nacional, termina por funcionar como
medicina accidental. Porque pensar en migrar te lleva a lo real: tampoco la
cosa más allá de Venezuela está mejor. Lo que aquí sucede, es que la peor
sensación que se siente cuando hay una enfermedad de por medio, es que los que
gobiernan se fueron de la Tierra para seguir “raspando la olla” desde la Luna.
Ante esa realidad, de gripe y angustias, la
pluralista visitante familiar, como es la televisión, te hace reaccionar. Te
presenta a un grupo de osados surfistas en una playa de Hawaii,
aventurándose temerariamente a
desplazarse sobre una cadena de olas tan
enormes y altas como un edificio de más de 15 pisos. ¿Y cómo es que alguien es
capaz de entretenerse de esa manera, cuando cualquier error podría acabar con
su vida?. Sin respuesta sensata, sin embargo, aquello te lleva a asociar
semejante cuadro natural con lo que vive
cada venezolano en su país. Y como las altas fiebres son capaces de provocar
delirios, entonces, la lógica nos lleva a lo lógico: los delirios individuales
no son necesariamente malos. Pasan a ser malos cuando quien los vive termina
sintiéndose amo de la verdad, como con potestad supranatural para
secuestrar el derecho ajeno a la libertad.
Lo cierto es que en mi delirio provocado y
avivado por la alta fiebre del primer día, entre olas y lógicas, identifiqué a
un pequeño niño portando una franela tricolor: la bandera de Venezuela. Se
trataba de una criatura montada sobre una de esas enormes y encrespadas olas; y
me invadió una terrible angustia por el gran peligro que ella corría.
Despertar, por supuesto, se tradujo en un alivio; en un gran alivio. Pero no
tanto como para no terminar asociando ampliamente dicha situación con lo que le sucede a la
Venezuela de hoy.
Es la situación que agobia a los venezolanos, y cuya gravedad no se
percibe, a pesar de las voces de alerta
que, dentro y fuera del país, vienen advirtiendo sobre la gravedad que ello
plantea. Porque la verdad sea dicha, es un problema que no se manifiesta entre todos los
venezolanos. Sólo se ha apoderado de aquellos que, como diría el economista y
exMinistro del Gobierno chavista Felipe Pérez Martí, no forman parte del grupo
de 300.000 compatriotas que asumieron que son amos de la Nación y que pueden hacer
de ella y con ella lo que les viene en gana. Es el grupo que conduce a
Venezuela a donde a ellos les conviene.
Los venezolanos están transitando por el camino equivocado. Es lo que ha decidido ese grupo. Pero la
complejidad de los problemas, como de llegar a soluciones integrales en lo
económico, social, político y moral que vive el resto de la población, imponen
la necesidad del diálogo y del entendimiento entre las partes que se debaten
entre lo ideológico y lo pragmático. Es
la única alternativa de evitar peores males. Ciertamente, hay quienes insisten
en propiciar y promover soluciones irracionales entre pólvora y sangre. Pero
eso hipoteca el futuro con un alto costo de odios, venganzas y mayor
resentimiento al que se incubó durante los últimos 16 años.
Es, definitivamente, el momento de la
corrección del rumbo con urgencia, pero también con inteligencia.
Ya todo está dicho. Pero lo dicho sigue
siendo insuficiente cuando se trata de subsanar y superar las diferencias. Es
más, lo dicho hay que repetirlo cuantas
veces sea necesario, hasta que la salida permita conquistar la luz cuya
desaparición han provocado la ignorancia y la incompetencia. Hay que corregir,
entonces, para ver la salida; también
para salir del terrible y prolongado túnel que llevó a Venezuela a moverse
nuevamente entre lo impensable de la primera mitad del siglo XX ¿0 de la
segunda del siglo XIX?.
No se trata de un sueño ni de delirios. Los
venezolanos están a merced de la fortaleza de la inseguridad, del
desabastecimiento, de los problemas de la salud, de la inflación, de la
violencia acrecentada por la impunidad; también del poder que se ha consolidado
alrededor de la corrupción y de aquellos que viven de ella y con ella. En fin,
se trata de calamidades que engendran preocupaciones las 24 horas de cada día.
Mientras tanto, el consuelo accidental sigue siendo la pretendida justificación
de que todo es una consecuencia de la caída de los precios del petróleo.
Los precios del petróleo no se van a
recuperar antes del 6 de diciembre ni tan fácilmente después del 6 de
diciembre. Y si el país va a continuar dependiendo de un hecho electoral y de
un evento milagroso en la economía global, capaz de revertir el desplome de
dichos precios, es hoy una quimera. El problema es serio y grave. Y la gravedad
es una consecuencia de la negación gubernamental a asumir su responsabilidad de
gobernar, de decidir. No decidir oportunamente es lo que ha sembrado la
situación socioeconómica actual. Porque al derrumbarse el precio del barril de petróleo
a un tercio y seguir siendo la única fuente de ingreso de divisas -hoy a $ 38 el barril de los $ 120 o más que
estuvo ingresando- resulta inevitable pensar, entonces, que el 2015 sigue
siendo un buen año en materia económica.
Los ingresos del 2016 no alcanzarán para
pagar deudas externa e interna; tampoco para honrar compromisos adquiridos con acreedores comerciales privados o
suplidores de insumos para mantener
funcionando el aparato productivo nacional. Además ¿cómo recuperar la
confianza generada, entre otras razones, por las grandes pérdidas que han
sufrido –y siguen registrando- las compañías extranjeras que operan en el
país?. Ellas fueron las primeras víctimas del actual “corralito” que reina en Venezuela. Y siguen esperando
por la oportunidad de repatriar el dinero represado en el país, obedeciendo a
las rigideces del control de cambio. ¿Cómo podrán ahora convertir en divisas
aquello por lo que ahora viene, además, la hiperinflación entre acciones
desquiciadas?.
El Gobierno Nacional, hábil en hacer uso de
la propaganda como tabla salvadora ante muchas circunstancias adversas, no
podrá recurrir a dicho instrumento para impedir que la peor imagen del país
para hacer nuevos negocios siga siendo precisamente esa situación que está
dañando los balances de ese contingente de empresas internacionales que se
radicó en Venezuela. Ante cualquier campaña gubernamental, la palabra la tienen
los balances de Ford, General Electric, Dupont, American Airlines, Pfizer,
General Motors, Goodyear, Kellogs, 3M, Procter y muchas otras de igual o más
importancia.
Por otra parte, ¿cómo evitar que también
hable y diga lo que sabe del país la mayoría de los suplidores foráneos que,
confiando en Venezuela dieron crédito, y el Gobierno no ha honrado el
compromiso con los empresarios venezolanos, al no venderles los dólares para
cancelar las deudas pendientes?. Y,
adicionalmente, ¿ qué decir ante el porqué Venezuela tiene en curso más
de una veintena de demandas internacionales por miles de millones de dólares en
el Ciadi, de parte de compañías Internacionales que se sienten perjudicadas por
acciones adoptadas por el Gobierno, desconociendo caprichosamente los acuerdos
suscritos por Venezuela para,
precisamente, resguardar la presencia de inversiones extranjeras en territorio
nacional?.
En fin, de lo que se trata es de una
situación que ha puesto al país a naufragar o surfear en el medio de una
verdadera "Tormenta Financiera Perfecta".
Es una crisis gigantesca que impone deponer
actitudes de conflicto; salir del terreno de lo ideológico y de entrar en el
campo conciliatorio. La retórica, las amenazas rimbombantes y las bravuconadas
en “cadena” ya no tienen cabida. Todo es irrealizable si no hay concertación. El país se enfrenta al riesgo de entrar en una
explosión social de impredecibles consecuencias y que la mayoría de los
venezolanos no quiere vivir. No deben producirse más discursos ni amenazas que
induzcan a más distanciamientos. Hay que entrar en el terreno de la seriedad y
del respeto a la majestad de las responsabilidades constitucionales.
Al país lo han conducido al terreno de lo
inevitable: al Fondo Monetario Internacional y a otras instancias
internacionales, como alternativas viables para negociar con acreedores y poder
abrocharse los cinturones. Seguirse entregando a China Comunista y a la Rusia
de Putin, equivale a condicionamientos que no permitirán ningún desarrollo
integral autónomo Las autoridades
económicas y el Banco Central de Venezuela no pueden continuar ausentes de la
obligación legal de presentar las cifras reales de la economía. Es el paso
previo para aplicar las medidas y los controles correctivos que sean
necesarios, en un ambiente de circunstancias en las que, además, hay que
olvidarse de amiguismos, de clientelismo y de populismo.
Se trata del país. De hacer lo que
corresponde, para que Venezuela y los venezolanos se
reencuentren nuevamente con la posibilidad de convertir oportunidades de
bienestar y de progreso, con las ventajas que ofrecen los avances del Siglo
XXI”.
Egildo Lujan Navas
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