jueves, 27 de agosto de 2015

EGILDO LUJAN NAVAS, LA TORMENTA FINANCIERA PERFECTA

Batallando contra una de esas terribles gripes que dan ahora en Venezuela, y que se distinguen por no ser sólo un motivo para que te sientes mal, como era antes, sino que ahora, además, también te duelen hasta las uñas, se produce la primera gran duda: ¿será realmente gripe?; ¿y si es tuberculosis?, ¿quién te dice que no es chikunguya?. Porque también pudiera ser dengue. ¿y no será un infarto en proceso?.

Supongamos que no es gripe; que es otra cosa: ¿cómo le haces frente?. ¿a quién le preguntas, si tu médico se fue del país?. Cuento con guarapos y remedios caseros. Pero ¿y si voy a otro médico y me prescribe alguna medicina que no se consigue en ninguna farmacia?

Lo cierto es que uno termina resignándose, encomendándose a Dios y refugiándose en la lectura. Y hasta  se hace amigo entrañable de la cama y de la televisión, para tratar de pasar el tiempo y distraerse. Entonces, lo interesante, más allá del dolor por lo nacional, termina por funcionar como medicina accidental. Porque pensar en migrar te lleva a lo real: tampoco la cosa más allá de Venezuela está mejor. Lo que aquí sucede, es que la peor sensación que se siente cuando hay una enfermedad de por medio, es que los que gobiernan se fueron de la Tierra para seguir “raspando la olla” desde la Luna.

Ante esa realidad, de gripe y angustias, la pluralista visitante familiar, como es la televisión, te hace reaccionar. Te presenta a un grupo de osados surfistas en una playa de Hawaii, aventurándose  temerariamente a desplazarse sobre una cadena de  olas tan enormes y altas como un edificio de más de 15 pisos. ¿Y cómo es que alguien es capaz de entretenerse de esa manera, cuando cualquier error podría acabar con su vida?. Sin respuesta sensata, sin embargo, aquello te lleva a asociar semejante cuadro natural con  lo que vive cada venezolano en su país. Y como las altas fiebres son capaces de provocar delirios, entonces, la lógica nos lleva a lo lógico: los delirios individuales no son necesariamente malos. Pasan a ser malos cuando quien los vive termina sintiéndose amo de la verdad, como con potestad supranatural  para  secuestrar el derecho ajeno a la libertad.

Lo cierto es que en mi delirio provocado y avivado por la alta fiebre del primer día, entre olas y lógicas, identifiqué a un pequeño niño portando una franela tricolor: la bandera de Venezuela. Se trataba de una criatura montada sobre una de esas enormes y encrespadas olas; y me invadió una terrible angustia por el gran peligro que ella corría. Despertar, por supuesto, se tradujo en un alivio; en un gran alivio. Pero no tanto como para no terminar asociando ampliamente  dicha situación con lo que le sucede a la Venezuela de hoy.

Es la situación que agobia a  los venezolanos, y cuya gravedad no se percibe, a pesar de las  voces de alerta que, dentro y fuera del país, vienen advirtiendo sobre la gravedad que ello plantea. Porque la verdad sea dicha, es un problema  que no se manifiesta entre todos los venezolanos. Sólo se ha apoderado de aquellos que, como diría el economista y exMinistro del Gobierno chavista Felipe Pérez Martí, no forman parte del grupo de 300.000 compatriotas que asumieron que son amos de la Nación y que pueden hacer de ella y con ella lo que les viene en gana. Es el grupo que conduce a Venezuela a donde a ellos les conviene.

Los venezolanos están  transitando por el camino equivocado.  Es lo que ha decidido ese grupo. Pero la complejidad de los problemas, como de llegar a soluciones integrales en lo económico, social, político y moral que vive el resto de la población, imponen la necesidad del diálogo y del entendimiento entre las partes que se debaten entre lo ideológico y lo pragmático.  Es la única alternativa de evitar peores males. Ciertamente, hay quienes insisten en propiciar y promover soluciones irracionales entre pólvora y sangre. Pero eso hipoteca el futuro con un alto costo de odios, venganzas y mayor resentimiento al que se incubó durante los últimos 16 años. 

Es, definitivamente, el momento de la corrección del rumbo con urgencia, pero también con inteligencia.

Ya todo está dicho. Pero lo dicho sigue siendo insuficiente cuando se trata de subsanar y superar las diferencias. Es más, lo dicho hay que  repetirlo cuantas veces sea necesario, hasta que la salida permita conquistar la luz cuya desaparición han provocado la ignorancia y la incompetencia. Hay que corregir, entonces, para  ver la salida; también para salir del terrible y prolongado túnel que llevó a Venezuela a moverse nuevamente entre lo impensable de la primera mitad del siglo XX ¿0 de la segunda del siglo XIX?.

No se trata de un sueño ni de delirios. Los venezolanos están a merced de la fortaleza de la inseguridad, del desabastecimiento, de los problemas de la salud, de la inflación, de la violencia acrecentada por la impunidad; también del poder que se ha consolidado alrededor de la corrupción y de aquellos que viven de ella y con ella. En fin, se trata de calamidades que engendran preocupaciones las 24 horas de cada día. Mientras tanto, el consuelo accidental sigue siendo la pretendida justificación de que todo es una consecuencia de la caída de los precios del petróleo.

Los precios del petróleo no se van a recuperar antes del 6 de diciembre ni tan fácilmente después del 6 de diciembre. Y si el país va a continuar dependiendo de un hecho electoral y de un evento milagroso en la economía global, capaz de revertir el desplome de dichos precios, es hoy una quimera. El problema es serio y grave. Y la gravedad es una consecuencia de la negación gubernamental a asumir su responsabilidad de gobernar, de decidir. No decidir oportunamente es lo que ha sembrado la situación socioeconómica actual.  Porque  al derrumbarse el precio del barril de petróleo a un tercio y seguir siendo la única fuente de ingreso de divisas  -hoy a $ 38 el barril de los $ 120 o más que estuvo ingresando- resulta inevitable pensar, entonces, que el 2015 sigue siendo un buen año en materia económica.

Los ingresos del 2016 no alcanzarán para pagar deudas externa e interna; tampoco para honrar compromisos adquiridos  con acreedores comerciales privados o suplidores de insumos para mantener  funcionando el aparato productivo nacional. Además ¿cómo recuperar la confianza generada, entre otras razones, por las grandes pérdidas que han sufrido –y siguen registrando- las compañías extranjeras que operan en el país?. Ellas fueron las primeras víctimas del actual “corralito”  que reina en Venezuela. Y siguen esperando por la oportunidad de repatriar el dinero represado en el país, obedeciendo a las rigideces del control de cambio. ¿Cómo podrán ahora convertir en divisas aquello por lo que ahora viene, además, la hiperinflación entre acciones desquiciadas?.

El Gobierno Nacional, hábil en hacer uso de la propaganda como tabla salvadora ante muchas circunstancias adversas, no podrá recurrir a dicho instrumento para impedir que la peor imagen del país para hacer nuevos negocios siga siendo precisamente esa situación que está dañando los balances de ese contingente de empresas internacionales que se radicó en Venezuela. Ante cualquier campaña gubernamental, la palabra la tienen los balances de Ford, General Electric, Dupont, American Airlines, Pfizer, General Motors, Goodyear, Kellogs, 3M, Procter y muchas otras de igual o más importancia.

Por otra parte, ¿cómo evitar que también hable y diga lo que sabe del país la mayoría de los suplidores foráneos que, confiando en Venezuela dieron crédito, y el Gobierno no ha honrado el compromiso con los empresarios venezolanos, al no venderles los dólares para cancelar las deudas pendientes?. Y,  adicionalmente, ¿ qué decir ante el porqué Venezuela tiene en curso más de una veintena de demandas internacionales por miles de millones de dólares en el Ciadi, de parte de compañías Internacionales que se sienten perjudicadas por acciones adoptadas por el Gobierno, desconociendo caprichosamente los acuerdos suscritos por Venezuela  para, precisamente, resguardar la presencia de inversiones extranjeras en territorio nacional?.

En fin, de lo que se trata es de una situación que ha puesto al país a naufragar o surfear en el medio de una verdadera "Tormenta Financiera Perfecta".

Es una crisis gigantesca que impone deponer actitudes de conflicto; salir del terreno de lo ideológico y de entrar en el campo conciliatorio. La retórica, las amenazas rimbombantes y las bravuconadas en “cadena” ya no tienen cabida. Todo es irrealizable si no hay  concertación. El país  se enfrenta al riesgo de entrar en una explosión social de impredecibles consecuencias y que la mayoría de los venezolanos no quiere vivir. No deben producirse más discursos ni amenazas que induzcan a más distanciamientos. Hay que entrar en el terreno de la seriedad y del respeto a la majestad de las responsabilidades constitucionales.

Al país lo han conducido al terreno de lo inevitable: al Fondo Monetario Internacional y a otras instancias internacionales, como alternativas viables para negociar con acreedores y poder abrocharse los cinturones. Seguirse entregando a China Comunista y a la Rusia de Putin, equivale a condicionamientos que no permitirán ningún desarrollo integral autónomo   Las autoridades económicas y el Banco Central de Venezuela no pueden continuar ausentes de la obligación legal de presentar las cifras reales de la economía. Es el paso previo para aplicar las medidas y los controles correctivos que sean necesarios, en un ambiente de circunstancias en las que, además, hay que olvidarse de amiguismos, de clientelismo y de populismo.

Se trata del país. De hacer lo que corresponde, para que Venezuela y los venezolanos  se  reencuentren nuevamente con la posibilidad de convertir oportunidades de bienestar y de progreso, con las ventajas que ofrecen los avances del Siglo XXI”.

Egildo Lujan Navas
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