Si bien constituye una tarea de gran complejidad
describir a cada uno de los que componen la extensa lista de detractores de las
ideas de la libertad, es posible identificar a algunos de los grupos que tienen
cierta homogeneidad.
Las razones para oponerse a la libertad son siempre
diversas y difíciles de clasificar. Algunos lo hacen por ignorancia, otros por
resentimiento, tal vez demasiados por simple temor, y muchos más de los que se
pueda imaginar, solo para proteger sus mezquinos intereses y los privilegios
que disfrutan.
Muchos creen que la mayoría de la gente no adhiere a
estas ideas porque les ha faltado acceso a cierta literatura o por el
desconocimiento elemental de principios básicos que explican el progreso
indisimulable que han logrado tantas sociedades. Claro que de esos hay muchos,
pero no necesariamente los convierte en el conjunto de individuos más
significativo.
No alcanzar a comprender profundamente algunos aspectos
esenciales del liberalismo es un argumento razonable para explicar el actual
rechazo, pero no es saludable quitarle mérito al sistemático aparato de
propaganda que ha montado el marxismo con su premeditado e inconfundible estilo
panfletario, ese que consigue comunicar eficazmente sus falacias con consignas
simples, frases hechas y recursos meramente retóricos.
Han logrado instalar una visión que ha penetrado
fuertemente en la comunidad. Consiguieron que ciertas creencias sean apoyadas
por muchos y que el léxico utilizado cotidianamente se incorpore al vocabulario
habitual de los ciudadanos. Una exacerbada tendencia a la simplificación,
apoyada en múltiples tácticas emocionales, que desplazan intencionalmente a lo
racional, han sido parte central de esa magnífica estrategia que les ha
aportado brillantes resultados desde lo pragmático en la batalla cultural.
Cada vez se hace más frecuente esta tendencia a buscar
culpables que se hagan cargo de todo lo que pasa sin hurgar demasiado en las
causas reales. Esta situación ha sido aprovechada al máximo por un socialismo
que, interpretando adecuadamente este mecanismo, se ha ocupado de endosarle al
capitalismo el rol de generador exclusivo de todos los padecimientos.
Ignorando las evidencias más indiscutibles, el socialismo
aspira a ser evaluado por sus loables intenciones y pretende que la sociedad
castigue al capitalismo por los aparentes daños colaterales, promoviendo un
inmoral doble estándar lamentablemente imperceptible para la gente. Ellos no
pueden mostrar un solo caso testigo contemporáneo que los valide, sin embargo
demonizan a un sistema, que con imperfecciones, sigue siendo el único que puede
exhibir triunfos concretos en todos los campos.
No menos cierto es que el rencor ha sido el caldo de
cultivo perfecto para diseminar tantos planteos contrarios a la libertad.
Quienes no han entendido la vitalidad de estas ideas, se enfadan frente a las
victorias ajenas y promueven todo tipo de malos sentimientos, aunque no se
animen a admitirlo públicamente. Tal vez eso explica porque estimulan el
saqueo, fomentan la venganza y enaltecen a la igualdad como valor superior.
La envidia, la ira, el odio, son una ínfima parte de ese
arsenal que, a veces, llega a expresarse con destrucción y violencia. Su
versión más moderna se contiene demagógicamente y descarga toda su furia con
una agresiva dialéctica verbal muy potente aunque, en apariencia, más
civilizada.
Otro sector muy nutrido es el de los que, sin
reconocerlo, le temen a la libertad. Creen en un orden impuesto, en el poder
disciplinario del Estado, en la necesidad de que algún iluminado lo organice
todo desde el gobierno y, con rigor, imponga reglas rígidas que eviten el
desmadre y el caos.
Sospechan que la libertad no aportará soluciones. No
quieren vivir bajo el imperio de la incertidumbre. Eso les molesta, los
incomoda y preocupa. Prefieren un mundo predecible, en el que solo suceda lo
esperable, sin advertir que las grandes invenciones y descubrimientos del
hombre nacieron, justamente, de la mano de la creatividad de quienes no aceptan
los paradigmas del orden establecido y se animan a desafiarlo siempre.
Pero existe un grupo mucho más temible aún. Es ese al que
pertenecen los que defienden privilegios. Ellos se oponen a la libertad porque
han desarrollado negocios que le permiten disfrutar de su actual nivel de vida
gracias a las prebendas obtenidas. Su prosperidad obedece a las afinidades con
el poder, a los aceitados vínculos que tienen con quienes administran
discrecionalmente el Estado y pueden aportarles beneficios directos.
Ellos repudian las ideas de la libertad porque allí
gobierna la competencia, esa que los impulsa a ser eficientes, a cobrar menos,
a ganarse el mercado con calidad, servicio y mejores productos. En ese mundo,
ellos no podrían ofrecer lo que hoy brindan a la sociedad. Por eso aborrecen a
la libertad, porque ella amenaza sus artificiales logros presentes.
Paradójicamente, la caricatura socialista se encarga, a
diario, de endilgarle al capitalismo su adhesión y apoyo a los grandes grupos
económicos, sin registrar la contundente evidencia que surge al observar que
casi todos los ricos de estas latitudes dominadas por el populismo, son solo
pseudo empresarios que disfrutan de concesiones estatales y prerrogativas
otorgadas de forma poco transparentes por los poderosos de turno.
Claro que detestan al capitalismo. Si ese sistema estuviera
plenamente vigente sus oscuros proyectos no serían viables. Es más fácil
prosperar eliminando competidores con retorcidas regulaciones. Por eso
defienden la política actual, aplauden al intervencionismo estatal y se escudan
en su falso humanismo y pretendida sensibilidad social para despreciar a lo que
llaman capitalismo salvaje. En realidad defienden con ahínco su renta.
Los adversarios de estas ideas se despliegan en muchos
ámbitos. Lo hacen en el académico y el político, en el religioso y también en
el empresario. Pero es importante comprender que casi siempre solo se trata de
intereses sectoriales y no necesariamente de un presunto desconocimiento e
ignorancia al que todos prefieren responsabilizar.
Un sistema capitalista vigoroso los convocaría a trabajar
más, a esforzarse y esmerarse, a ganarse el favor del mercado con mejores
propuestas y eso los atemoriza enormemente. Es por eso que se han enrolado con
tanta determinación y vehemencia en las filas de los enemigos de la libertad.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@arnet.com.ar
@amedinamendez
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