martes, 13 de octubre de 2015

RAFAEL BELLO, EDITORIAL EL COMPROMISO ES LA DEMOCRACIA

En la distancia los barcos hacían cola en los puertos de La Guaira y Puerto Cabello. También había movimiento portuario en Guanta, así como en Cumaná. Otros puertos venezolanos igualmente tenían actividad pero no tanto como los anteriores.

Ya los grandes barcos mercantes pasan distantes y derrotan hacia otros puertos en otros países, donde el movimiento comercial se mantiene y crece. La marina mercante se soltaba al mundo y la empresa nacional: Venezolana de Navegación, surcaba mares y atracaban en puertos donde llevaban productos nacionales y traían carga que mantenía en actividad permanente, el cabotaje tanto de día como de noche, sin detener la marcha.

Desde hace años el salitre acaba con las estructuras otrora pujantes del tránsito portuario sin demora. Ya las grúas gigantescas en su ir y venir de bodega en bodega y de barco en barco, están casi desahuciadas por la inoperatividad. Y es que está allí la mejor demostración del estado ruinoso que campea donde antes el contento de la satisfacción por el movimiento económico del país, era contagioso y abría caminos en el crecimiento económico de la nación. Los puertos se mueren, dijo una vez un trabajador portuario que miraba al horizonte con tristeza.

Ahora las miradas son contemplativas de un estado ruinoso que se balancea con la brisa que bate sin el grito incesante del alerta del trabajador que aseguraba la formidable manera del trabajo sin percances.

Ahora está el presente del ir y venir de los trabajadores sin ocupación, pero con responsabilidades familiares. Todo es parte del descontento que avanza. De la actitud franca del ciudadano que mira y mira el transitar de barcos distantes. De esos mismos barcos que fondeaban  a la espera del cupo para la descarga inmediata.  

Es ese hálito de tristeza que se cuela entre las sombras de las estructuras que se pudren ante la desfachatez que habla sin recato sin entender hasta dónde es posible destruir. Destruir al creer que se actúa en la construcción de lo que ya deja  profundas huellas de fracaso. 

El fracaso que se evidencia también en la Venezuela petrolera. En un país petrolero con exportaciones de crudo envidiables a precios sobradamente satisfactorios para alcanzar niveles promisorios de prosperidad. Pero la capacidad destructiva del odio dejó en ruinas lo que abría caminos de nuevas oportunidades para la diversificación deseable de la economía venezolana.

Es tiempo para reencontrarnos en la dimensión de lo posible. Esa dimensión de lo posible es trabajo y disciplina. Es ese cambio que se expresa con la vehemencia del venezolano, en afán de reconstruir la nación de sus sueños en la esperanzas de un mundo mejor.

Por tanto es fundamental ese afán del venezolano de prepararse para saber más y al saber más, estar en mejores condiciones de la recuperación impostergable de Venezuela. De la Venezuela deseable: moderna, democrática y de pujante desarrollo. 

Rafael Bello 
bello.rafael@yahoo.es 
@unidadylagente

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