En la distancia los barcos hacían cola en los
puertos de La Guaira y Puerto Cabello. También había movimiento portuario en
Guanta, así como en Cumaná. Otros puertos venezolanos igualmente tenían
actividad pero no tanto como los anteriores.
Ya los grandes barcos mercantes pasan
distantes y derrotan hacia otros puertos en otros países, donde el movimiento
comercial se mantiene y crece. La marina mercante se soltaba al mundo y la
empresa nacional: Venezolana de Navegación, surcaba mares y atracaban en puertos
donde llevaban productos nacionales y traían carga que mantenía en actividad
permanente, el cabotaje tanto de día como de noche, sin detener la marcha.
Desde hace años el salitre acaba con las
estructuras otrora pujantes del tránsito portuario sin demora. Ya las grúas
gigantescas en su ir y venir de bodega en bodega y de barco en barco, están
casi desahuciadas por la inoperatividad. Y es que está allí la mejor
demostración del estado ruinoso que campea donde antes el contento de la
satisfacción por el movimiento económico del país, era contagioso y abría
caminos en el crecimiento económico de la nación. Los puertos se mueren, dijo
una vez un trabajador portuario que miraba al horizonte con tristeza.
Ahora las miradas son contemplativas de un
estado ruinoso que se balancea con la brisa que bate sin el grito incesante del
alerta del trabajador que aseguraba la formidable manera del trabajo sin
percances.
Ahora está el presente del ir y venir de los
trabajadores sin ocupación, pero con responsabilidades familiares. Todo es
parte del descontento que avanza. De la actitud franca del ciudadano que mira y
mira el transitar de barcos distantes. De esos mismos barcos que fondeaban a la espera del cupo para la descarga inmediata.
Es ese hálito de tristeza que se cuela entre
las sombras de las estructuras que se pudren ante la desfachatez que habla sin
recato sin entender hasta dónde es posible destruir. Destruir al creer que se
actúa en la construcción de lo que ya deja
profundas huellas de fracaso.
El fracaso que se evidencia también en la
Venezuela petrolera. En un país petrolero con exportaciones de crudo
envidiables a precios sobradamente satisfactorios para alcanzar niveles
promisorios de prosperidad. Pero la capacidad destructiva del odio dejó en ruinas
lo que abría caminos de nuevas oportunidades para la diversificación deseable
de la economía venezolana.
Es tiempo para reencontrarnos en la dimensión
de lo posible. Esa dimensión de lo posible es trabajo y disciplina. Es ese
cambio que se expresa con la vehemencia del venezolano, en afán de reconstruir
la nación de sus sueños en la esperanzas de un mundo mejor.
Por tanto es fundamental ese afán del
venezolano de prepararse para saber más y al saber más, estar en mejores
condiciones de la recuperación impostergable de Venezuela. De la Venezuela
deseable: moderna, democrática y de pujante desarrollo.
Rafael Bello
bello.rafael@yahoo.es
@unidadylagente
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