Lo escribo, me la
juego y me persigno para darme la fuerza y el valor de creer y así exponerlo,
que se puede construir un mejor país que el que tenemos. Y ello sin grandes
alharacas, sin las trompetas ni las
espadas que la violencia partera de la historia exige, pues dejaría heridas
sempiternas, derrotas bíblicas, que de eso no se trata.
Prefiero las
transformaciones sociales que provienen de lo más hondo, que son las que más
duran y convencen, a las derivadas de
traumas que siempre mal curados alientan odios ancestrales donde se posarán, a
través de los siglos, tantas épicas moscas y siniestras.
Pero entiendo que,
por más que se las quiera, hay ambiciones como ésta que anhelo que se cansan,
empobrecen o enconan en el fondo sin fondo de la esperanza fastidiada de los
días y que acaban por convertir lo que fuera ilusión en desencanto y rabia, en
marchito no más, proclive a otros destinos.
Frente a esa
innegable realidad es que vengo a exponer que podemos cambiar sin empezar de
cero, sin complejos de Adán, sin destruirnos, sin abrumes de guerra o de
suicidio, sin histerias, sin derrames de resentimiento convertido en
persecuciones y en justificación a revanchismos posteriores. Sin repetir al que
decimos negar.
Con justicia, eso
sí, nada de impunidad, para que no queden dudas y migajas sobre la mesa. Pero
además con hechos civiles y electorales, magníficos y contundentes, como el del
reto que tenemos enfrente que implicará la determinación ciudadana de salir a
la calle y votar como huella primera, para cambiar democráticamente un modelo
de vida insostenible aquí y donde sea.
La historia sabe,
por vieja y diabla, que necesita de nuestro envejecimiento para alimentarse.
Ella conoce hasta la saciedad que nada es de una vez o para siempre y que se
requiere de madurez o ruina para que las condiciones se presten a la
transformación. Y ya de corrompidos y corruptos estamos hasta el tuétano. Somos
lo que no llegamos a ser por inconclusos, mineros y desafinados, por la
desproporción o el abandono, y ya es hora de asumir esa experiencia vital
acumulada a favor de nuestra memoria inteligente. Así sea.
Pero hoy hay gente
que tiene frente a sí, cómo no comprenderlos, un farallón de dudas, un abismo
de sinsabores y de mal aliento, un dragón visceral que nos hace salobres,
desconocidos que nunca imaginamos llegaríamos a ser lo que ahora somos.
Por esa comprensión
del otro, ese ponernos en los zapatos de ellos, es que nuestra pasión debe
concentrar todo su esfuerzo en transformar en energía política convincente,
voto unitario, todo el pozo de malestar acumulado entre tanta gente que ni
bandera tiene.
¡Fuera abstención,
desunión, dejadez, tristeza, odio, desilusión, apatía, abatimiento, melancolía,
venganza, cansancio, descorazonamiento, abulia, aburrimiento, iracundia,
vergüenza, tedio, yo no me meto en eso! ¡Adiós aves de mal agüero!
Bienvenida sea la
conciencia, la esperanza de que nuestra participación política en este tiempo
que se nos viene encima y presuroso, puede sembrar las semillas que deseamos y
recoger los frutos del esfuerzo.
No dejemos pasar
esta oportunidad electoral que ya se acerca frente a un gobierno incapaz y
perverso que intentó, y mire usted que lo logró transitoriamente, sepultar
nuestras vidas en el sarcasmo de sus aberraciones y ganancias banqueras.
¡Hagamos mucho,
todos a la vez, juntos por si te quedan dudas o temores. Aún no es tarde. Por
la memoria que seremos!
Leandro Area
Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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