martes, 6 de octubre de 2015

JUAN JOSE MONSANT ARISTIMUÑO, SHEPHERD ONE, DESDE EL SALVADOR

 Se movía tan rápido que no era posible ubicarla de seguidas, pero estaba allí, atenta, consciente de su responsabilidad, su honor y género. Alta, ligera, bien plantada, de pelo rubio recogido en cola de caballo amarrado por una simple una cinta; otras veces suelto pero sin que le estorbara el rostro siempre engastado en unos Ray-Ban piloto, para no ser percibida su mirada. Traje completo, negro o gris, camisa blanca sin corbata, pantalón y chaqueta, que algunas veces se convertía en chaquetín. Desde el primer día me llamó la atención, porque daba la impresión de  estar en todas partes, digo en todas partes, porque él estaba en todas partes, o al menos así lo parecía. Un breve gesto de su mano a la boca y un pequeño radio en la cintura, me indicó que la inquieta dama con un audífono imperceptible, era la responsable de la seguridad del Papa Francisco en los Estados Unidos de Norteamérica.

Solo la vi sonreír una vez,  y solo una vez sin gafas. Y solo una vez sentada de copiloto, en un carrito de golf, eso fue en el Madison Square Garden. El resto del tiempo estaba siguiendo al Fiat 500 Crossover color plomo, dentro de una poderosa camioneta cuatro por cuatro totalmente negra, del FBI. Si su protegido iba de pie en la parte trasera del Jeep Wrangler blanco, de techo transparente, saludando al desbordante público que aguardaba su paso, entonces la dama del traje negro, llamémosla así, caminaba detrás o al lado del Papa Móvil. Posición que abandonaba solo moverse hacia la barrera de donde salía un infante de los brazos de una posible madre, para asegurarse de quien lo hacía y quien la rodeaba. Satisfecha, regresaba al lado del Wrangler para seguir  peinando con su mirada el rededor.
      En la Casa Blanca, mientras el Papa agradecía al presidente Obama, la dama de negro dejó el mando a sus superiores; pero siempre allí, lista para la acción si fuera el caso. Demasiadas amenazas de llegar hasta las puertas del Vaticano no era para tomárselo a la ligera, después de lo del 11 de septiembre, y le habían encomendado ser su ángel guardián. Secaba una gota de sudor resbalando en su frente, cuando oyó una frase del Papa al inicio de su discurso: “Como hijo de una familia de inmigrantes, me alegra estar en este país, que ha sido construido en gran parte por tales familias…” y ella pensó en sus abuelos, en un instante de distracción.
     En todas partes donde Francisco iba dejaba una enseñanza, una palabra de aliento, una valoración, un reconocimiento y una misión: en el Congreso, las escuelas, los templos y catedrales, con los obispos, las víctimas, “todos los responsables de los abusos sexuales rendirán cuenta”; los sin techos, en la Casa de la independencia, los inmigrantes, y los prisioneros del correccional Curran-Fromhold. Y allí estaba ella, siempre vigilante, presurosa sin perder la compostura,  como una madre cuidando su hijo sin apabullarlo, como si no estuviera allí.
     Hasta que debió partir, y la agente sintió que la separación anunciada no debía pasar. Desde Kennedy ningún personaje publico había logrado entusiasmar a tanta gente, de tantas condiciones y opiniones diferentes; estaba consciente que algo iba a cambiar en su patria luego de la visita del Papa Francisco.
 Y cuando el Boeing 777-200 de American Airlines elevó su tren de aterrizaje del aeropuerto de Filadelfia, llevándose con él a Shepherd One (Pastor Uno) como lo identificaba el Servicio Secreto de los Estados Unidos, la dama del traje negro supo que la esperanza era posible.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant

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