Se movía tan rápido que no era posible ubicarla de seguidas, pero estaba
allí, atenta, consciente de su responsabilidad, su honor y género. Alta,
ligera, bien plantada, de pelo rubio recogido en cola de caballo amarrado por
una simple una cinta; otras veces suelto pero sin que le estorbara el rostro
siempre engastado en unos Ray-Ban piloto, para no ser percibida su mirada. Traje
completo, negro o gris, camisa blanca sin corbata, pantalón y chaqueta, que
algunas veces se convertía en chaquetín. Desde el primer día me llamó la
atención, porque daba la impresión de
estar en todas partes, digo en todas partes, porque él estaba en todas
partes, o al menos así lo parecía. Un breve gesto de su mano a la boca y un
pequeño radio en la cintura, me indicó que la inquieta dama con un audífono
imperceptible, era la responsable de la seguridad del Papa Francisco en los
Estados Unidos de Norteamérica.
Solo la vi sonreír una vez, y
solo una vez sin gafas. Y solo una vez sentada de copiloto, en un carrito de
golf, eso fue en el Madison Square Garden. El resto del tiempo estaba siguiendo
al Fiat 500 Crossover color plomo, dentro de una poderosa camioneta cuatro por
cuatro totalmente negra, del FBI. Si su protegido iba de pie en la parte
trasera del Jeep Wrangler blanco, de techo transparente, saludando al
desbordante público que aguardaba su paso, entonces la dama del traje negro,
llamémosla así, caminaba detrás o al lado del Papa Móvil. Posición que
abandonaba solo moverse hacia la barrera de donde salía un infante de los
brazos de una posible madre, para asegurarse de quien lo hacía y quien la
rodeaba. Satisfecha, regresaba al lado del Wrangler para seguir peinando con su mirada el rededor.
En la Casa Blanca, mientras el Papa agradecía al presidente Obama, la
dama de negro dejó el mando a sus superiores; pero siempre allí, lista para la
acción si fuera el caso. Demasiadas amenazas de llegar hasta las puertas del
Vaticano no era para tomárselo a la ligera, después de lo del 11 de septiembre,
y le habían encomendado ser su ángel guardián. Secaba una gota de sudor
resbalando en su frente, cuando oyó una frase del Papa al inicio de su discurso:
“Como hijo de una familia de inmigrantes, me alegra estar en este país, que ha
sido construido en gran parte por tales familias…” y ella pensó en sus abuelos,
en un instante de distracción.
En
todas partes donde Francisco iba dejaba una enseñanza, una palabra de aliento,
una valoración, un reconocimiento y una misión: en el Congreso, las escuelas,
los templos y catedrales, con los obispos, las víctimas, “todos los
responsables de los abusos sexuales rendirán cuenta”; los sin techos, en la
Casa de la independencia, los inmigrantes, y los prisioneros del correccional
Curran-Fromhold. Y allí estaba ella, siempre vigilante, presurosa sin perder la
compostura, como una madre cuidando su
hijo sin apabullarlo, como si no estuviera allí.
Hasta que debió partir, y la agente sintió que la separación anunciada
no debía pasar. Desde Kennedy ningún personaje publico había logrado
entusiasmar a tanta gente, de tantas condiciones y opiniones diferentes; estaba
consciente que algo iba a cambiar en su patria luego de la visita del Papa
Francisco.
Y
cuando el Boeing 777-200 de American Airlines elevó su tren de aterrizaje del
aeropuerto de Filadelfia, llevándose con él a Shepherd One (Pastor Uno) como lo
identificaba el Servicio Secreto de los Estados Unidos, la dama del traje negro
supo que la esperanza era posible.
Juan
Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
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