El significado de la palabra egoísmo no ha sido
uniforme ni constante a lo largo de la historia, ni todos los autores que han
tratado el tema lo han entendido de idéntica manera, aunque -en general- puede
decirse que ha prevalecido su sentido peyorativo a través de las épocas. Uno de
los grandes malos entendidos que han surgido con esta palabra tiene que ver con
su indebida identificación con el individualismo, aspecto que atrajo la
atención de intelectuales como el Premio Nobel de economía Friedrich A. von
Hayek:
"Hay un punto en estas presunciones sicológicas
básicas que de alguna forma es necesario considerar de manera más completa.
Como se cree que el individualismo aprueba y estimula el egoísmo humano, esto
hace que mucha gente no lo acepte y debido a que esta confusión es provocada
por una verdadera dificultad intelectual, debemos examinar cuidadosamente el
significado de tales presunciones. Por supuesto, no puede haber duda de que en
el lenguaje de los grandes pensadores del siglo XVIII el “amor a sí mismo” del
hombre, o incluso sus “intereses egoístas”, representaba algo así como el
“motor universal”. Estos términos se referían principalmente a una actitud
moral que, pensaron, prevalecería ampliamente. Sin embargo, estos términos no
significaban egoísmo en el sentido restringido de preocupación exclusiva por
las necesidades inmediatas de uno mismo. El “ego” por el que supuestamente las
personas debían preocuparse claramente incluía a la familia y a los amigos.
Ninguna diferencia significativa respecto del argumento habría si se hubiera
hecho extensivo a todo aquello por lo cual la gente de hecho se
preocupa."[1]
Realmente puede decirse que la palabra egoísmo tiene
entonces al menos dos connotaciones primarias: una restringida y otra más vasta
y, como bien nos explica F. A. v. Hayek, generalmente siempre tiende a dársele
el significado más cerrado que es el peyorativo con el que mayoritariamente se
lo reconoce. Hay que apuntar, además, el hecho no menor que aquellos autores -a
los que F. A. v. Hayek se refiere- tenían tras sus espaldas: el ejemplo y
modelo de siglos de absolutismo monárquico, sistema en el cual los únicos
intereses egoístas que se aceptaban eran los del monarca absoluto y los de
ninguna otra persona más. Por eso, no puede llamar a atención que el lenguaje
de aquellos autores se considerara hacia su época como
"revolucionario", y tuviera una fuerte tendencia a ser malinterpretado.
Entre aquellas dos acepciones primarias de la palabra, se distinguen una
positiva entendida como actitud moral, en la cual el egoísmo involucraba no
sólo a la propia persona que lo experimentaba, sino hacia otros a los cuales
debía sus afectos (familia y amigos) en tanto que el enunciado estrecho del
vocablo se reducía y se limitaba a la propia persona que poseía el sentimiento
egoísta. Va de suyo que, ni el individualismo ni el liberalismo que en el mismo
se fundamenta, se basan en el significado estrecho, sino en el más amplio. Fue
Adam Smith el que lo explicó más claramente con su famosa metáfora de la
"mano invisible", con la que intentó representar que las acciones
egoístas de los hombres tendían a favorecer de un modo no deliberado, pero no
menos real, a los intereses de sus prójimos, aun en contra de dichas
propósitos.
"Era casi inevitable que los autores clásicos,
al explicar su punto de vista, utilizaran un lenguaje que estaba destinado a
ser malentendido y que por esto se ganaran la reputación de haber exaltado el
egoísmo. Rápidamente descubrimos la razón cuando tratamos de volver a exponer
el argumento correcto en un lenguaje simple. Si lo expresamos en forma concisa,
diciendo que la gente es o debe ser guiada en sus acciones por “sus” deseos e intereses,
esto será inmediatamente malentendido o distorsionado, como el argumento falso
que dice que la gente es o debiera ser guiada exclusivamente por sus
necesidades personales o por intereses egoístas, cuando lo que queremos decir
es que se les debiera permitir luchar por lo que ellos estimen bueno."[2]
Y lo que normalmente las personas estiman bueno
-como también lo hubiera advertido tempranamente el mismo Adam Smith- excede en
gran medida la de sus propios intereses particulares. Es que la misma noción de
intereses personales puede ser a su vez tan amplia que, de ordinario, incluye a
muchos más individuos además de al propio sujeto actuante. Repetidamente hemos
dicho que hasta el más egoísta de los sujetos (empleado aquí el término en su
alcance más restringido de todos) debe necesariamente cooperar con sus
semejantes para obtener lo que quiere. Un comerciante puede odiar a todos sus
clientes, pero deberá venderles si es que quiere ver prosperar su negocio, de
la misma manera que un potencial empleado puede odiar en teoría a todos sus
potenciales empleadores pero, aun cuando experimente dicho sentimiento de
animadversión, deberá emplearse con alguno de ellos para poder obtener su
salario. Y si decide trabajar por cuenta propia, se hallará en la misma situación
que la del comerciante de nuestro primer caso. De cualquier manera, estos son
ejemplos muy extremos, que raramente o casi nunca se dan en la realidad.
Un autor notable del siglo XIX como Alexis de
Tocqueville descubrió varios de estos rasgos particulares en su visita a los
EEUU, los que dejó consignados en algunos de sus borradores, de los que más
tarde consistirían sus libros:
"En otro borrador Tocqueville enumeraba algunos
de los nexos intelectuales que unían a los americanos: «Ideas compartidas. Ideas
filosóficas y generales. Ese interés bien entendido es suficiente para guiar a
los hombres a hacer el bien. Que cada hombre tiene la capacidad de gobernarse a
sí mismo» [3]
[1] "INDIVIDUALISMO: EL VERDADERO Y EL
FALSO" Este ensayo corresponde a una exposición pronunciada en la
duodécima Finlay Lecture en la University College de Dublín, en diciembre de
1945. Fue publicado en 1946 en Dublín y Oxford y aparece en el volumen
Individualism and Economic Order (The University of Chicago, 1948, reimpreso posteriormente
por Gateway Editions Ltd., South Bend, Indiana). pág. 12 y 13
[2] Hayek. Op. Cit. ídem pág. 14
[3] James T. Schleifer. "UN MODELO DE
DEMOCRACIA: LO QUE TOCQUEVILLE APRENDIÓ EN AMÉRICA" En Alexis De
Tocqueville. Libertad, igualdad, despotismo, © FAES Fundación para el Análisis
y los Estudios Sociales. Pág., 33-34
Gabriel
Boragina
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