La meta de la "igualdad" social, y
su fuerte identificación popular con la justicia, es uno de los escollos más
voluminosos -paradójicamente- que en los hechos sólo sirven para alejarnos
tanto de una como de la otra.
A mayores esfuerzos por lograr la
"igualdad" de rentas y patrimonios, superiores también serán las
probabilidades de que las fortunas de todo el conjunto social sean cada vez
menores. Al menos, esa ha sido la experiencia que registran aquellos países
donde la lucha por la "igualdad" se ha planteado y
se le han dedicado las energías mas denodadas. Los resultados han sido no sólo
magros, sino totalmente contrarios a los objetivos declamados. Los términos de
la elección social no suelen ser realistas y fue Friedrich A. von Hayek uno de
los más sagaces pensadores en advertirlo:
"Los términos de
la elección que nos está abierta no son un sistema en el que todos tendrán lo
que merezcan, de acuerdo con algún patrón absoluto y universal de justicia, y
otro en el que las participaciones individuales están determinadas parcialmente
por accidente o buena o mala suerte, sino un sistema en el que es la voluntad
de unas cuantas personas la que decide lo que cada uno recibirá, y otro en el
que ello depende, por lo menos en parte, de la capacidad y actividad de los
interesados y, en parte, de circunstancias imprevisibles. No pierde esto
importancia porque en un sistema de libertad de empresa las oportunidades no
sean iguales, dado que este sistema descansa necesariamente sobre la propiedad
privada y (aunque, quizá, no con la misma necesidad) la herencia, con las
diferencias que éstas crean en cuanto a oportunidades. Hay, pues, un fuerte
motivo para reducir esta desigualdad" de oportunidades hasta donde las
diferencias congénitas lo permitan y en la medida en que sea posible hacerlo
sin destruir el carácter impersonal del proceso por el cual cada uno corre su
suerte, v los criterios de unas personas sobre lo justo y deseable no
predominan sobre los de otras."[1]
La cuestión no se
plantea entre un sistema social azaroso donde cada sujeto se encuentra librado
a su suerte, sin ningún tipo de control sobre su destino ni sus decisiones; y
otro sistema "ideal" esencialmente "justo" donde cada uno
recibirá lo que efectivamente "algún patrón absoluto y universal de
justicia" determine. Dicho patrón sólo puede ser suministrado por
"alguien" que se constituya en autoridad por sobre los demás, con lo
cual en ese mismo momento la supuesta "igualdad" (del tipo que sea)
se quiebra a favor de aquel o aquellos que, desde un pedestal de mando,
decretan de qué manera y bajo qué circunstancias todos los demás serán
"iguales" entre sí, dado que, aun cuando los decididores mismos se
incluyan, estarán de hecho excluidos al tener la potestad de decretar quienes
serán "iguales" y quienes no, en qué medida, proporción y tiempo lo
serán, etc.
En cuanto a supuestas o reales "diferencias congénitas",
la ciencia ha demostrado que no son inmodificables, y su importancia no es
mayor y a veces ni siquiera es igual a las adquiridas, por lo que no nos
convence la sugerencia de F. A. v. Hayek de "reducirlas" por parte de
quien forzosamente deberá revestir una posición de imperio para proceder en
consecuencia. Enfoque de este autor que -en alguna medida- contradice sus
brillantes aportes en contra de la ingeniería social y la presunción del
conocimiento implicada en la misma.
"El hecho de ser
mucho más restringidas, en una sociedad en régimen de competencia, las
oportunidades abiertas al pobre que las ofrecidas al rico, no impide que en
esta sociedad el pobre tenga mucha más libertad que la persona dotada de un
confort material mucho mayor en una sociedad diferente. Aunque, bajo la
competencia: la probabilidad de que un hombre que empieza pobre alcance una
gran riqueza es mucho menor que la que tiene el hombre que ha heredado
propiedad, no sólo aquél tiene alguna probabilidad, sino que el sistema de
competencia es el único donde aquél sólo depende de sí mismo y no de los
favores del poderoso, y donde nadie puede impedir que un hombre intente
alcanzar dicho resultado."[2]
Pero además de la
verdad que encierran las palabras contenidas en la cita anterior, hay que
destacar que, en las sociedades libres, la acumulación de capital es mucho
mayor que en las comunidades antiliberales, lo que determina que el acopio de
capital presione a la suba los salarios e ingresos en términos reales, con lo
cual, los trabajadores ven aumentarlos, sin necesidad de mejorar siquiera su
desempeño laboral. Este beneficio alcanza, incluso, a aquellos que están
desempleados, ya que opera como generador de un aumento de las oportunidades
que, por definición, será imposible que sean "iguales" para todos, pero
que, ineludiblemente, bajo el capitalismo siempre serán crecientes. En la
economía de libre mercado, un funcionario estatal sólo podría impedir este
proceso dejando, por supuesto, a partir de ese momento, de ser una economía de
libre mercado, y pasando a ser otra de mercado intervenido.
"Sólo porque
hemos olvidado lo que significa la falta de libertad, despreciamos a menudo el
hecho patente de que, en cualquier sentido real, un mal pagado trabajador no
calificado tiene mucha más libertad en Inglaterra para disponer de su vida que
muchos pequeños empresarios en Alemania o un mucho mejor pagado ingeniero o
gerente en Rusia. En cuanto a cambiar de quehacer o de lugar de residencia, a
profesar ciertas opiniones o gastar su ocio de una particular manera, aunque a
veces pueda ser alto el precio que ha de pagar por seguir las propias
inclinaciones y a muchos parezca demasiado elevado, no hay impedimentos
absolutos, no hay peligros para la seguridad corporal y la libertad que le aten
por la fuerza bruta a la tarea y al lugar asignados por un superior."[3]
En las sociedades
libres o capitalistas las oportunidades siempre son, en consecuencia, mucho
mayores para la gente de menos recursos, para los más pobres en todo sentido,
trabajen o no. Esto ya de por si implica -al mismo tiempo- que las sociedades
abiertas son también indefectiblemente mucho más justas que las que se oponen a
tales valores esenciales al ser humano.
[1]Camino de servidumbre. Alianza Editorial.
España. pág. 137-139
[2] Ob. Cit. Ídem.
[3] Ob. Cit. Ídem.
Gabriel
Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
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Aires- Argentina
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