miércoles, 14 de octubre de 2015

EGILDO LUJÁN NAVA, SE VAN LOS MUCHACHOS

Hace poco se celebró  el concurso de Miss Venezuela. Se eligió, entre otras, a la mujer, a la siempre bella mujer venezolana que competirá en otro certamen en el que se escogerá a la mujer más bella del universo. En esta oportunidad, la Reina venezolana que optará por la victoria en ese otro concurso fuera del país, será la espectacularmente bella Mariam Habach, una tocuyana que compitió representando a su estado Lara.     

Viendo esta dura competencia entre 24 jóvenes y glamorosas bellas mujeres, representando  a todos los estados de este hermoso país, es inevitable que se haga presente el agobio, propio, y, por lo demás, legítimo y justificado, cuando el sentimiento lo engendra el hecho de ser padre, de ser abuelo.

¿Cómo  evitar la tristeza si ya no transcurre un solo día en Venezuela sin que las nuevas encuestas que se realizan arrojen el comprensible resultado de que el 60 % de la juventud manifiesta su deseo de abandonar el país? Y que sea huyéndole a la inseguridad, a la zozobra y a la desesperanza, ante la imposibilidad de poder forjarse un futuro distinto. El presente venezolano sólo le ofrece a los muchachos y a las muchachas del país  el reinado del hamponato dominante, de la impunidad convertida en referencia de la administración de justicia en Venezuela, y la imposibilidad de avivar esperanzas entre la incertidumbre y la expansión victoriosa de la mediocridad.

El patrimonio más valioso de cualquier país lo conforma su recurso humano, su gente; principalmente el relevo, las nuevas generaciones. La juventud es garantía de porvenir. Y en Venezuela, hoy, una parte importante de ella, lamentablemente, no quiere estar en su suelo.

Duele, y mucho, demasiado, quizás, apreciar las colas de muchachas y de muchachos en los accesos a los diferentes Consulados de los demás países del mundo representados en Venezuela, en procura de la oportunidad casi salvadora de emigrar. Lo hacen, como diría un acongojado Padre recientemente, en estampida. Quizás, a su juicio, por otra razón: es que aún pudiendo sobrevivir en Venezuela, mañana tampoco podrá desarrollarse profesionalmente, porque el perfil del técnico o del que supera alguna carrera universitaria y al que aspira la Venezuela de los próximos años, no se corresponde siquiera con la posibilidad de triunfar, de alcanzar el éxito, sino con el de la obediencia sumisa a la voluntad del Estado.

Jamás en la historia venezolana se había producido el fenómeno de la migración, mucho menos en forma masiva. Se estima que esa migración, además de las familias que esos venezolanos han formado en el exterior, sobrepasa a los TRES MILLONES de compatriotas radicados en el exterior, y  repartidos por todos los rincones de la Tierra. Y nadie apuesta hoy responsablemente por la cantidad de ellos a los que les resultará atractivo el regreso a su Patria, aun habiendo un cambio político, económico y social en los próximos años. Es que para muchos de esos venezolanos que ya están asentados fuera del país, el asunto no se circunscribe solamente a una buena o a una mala situación en Venezuela. También se trata de tener que enfrentarse a las exigencias de una reconstrucción en un inevitable ambiente de hostilidad.

En Venezuela, debería haber una muy alta preocupación por el hecho de la ausencia en estos términos. También por la progresiva y constante desintegración familiar, a partir de este caso, como por todo lo demás que el Gobierno se ha encargado de hacer para que el estatismo adquiera su peso determinante, apoyado sobre los hombros de las nuevas generaciones, teóricamente más identificadas con la relación Estado-Gobierno-sociedad.

En otras palabras, la desarticulación familiar venezolana está trascendiendo lo obvio: vivir el doloroso momento de  ver partir a los hijos, a los nietos o a los hermanos; sentirlo con el tormento y el susto inevitable que provoca el hecho  de pensar que, tal vez, sea esa  la última vez que vea al ser querido que se ausenta; registrarlo y archivarlo en el alma con  las lagrimas incontenibles que brotan cuando, al abrazarlos con sentimiento, se hace inevitable desearles que les vaya bien, que se cuiden y que no olviden que  “los quiero mucho”.

Sin duda alguna, la huida actual de la juventud venezolana es tan grave como la epidemia que se propagó cuando, a pitazo limpio y sonoro, se le destruyó el cerebro a la Industria Petrolera venezolana, para convertirla finalmente en lo que es hoy, hermanada con la otra destrucción: la de la producción de alimentos, la de la producción de hierro, acero y aluminio; la de la confianza nacional e internacional en la economía de esta parte de América Latina. Desde luego, porque es eso lo que ha sucedido,  es por lo que no son fortuitas ni gratuitas las opiniones que la Cepal y el Fondo Monetario Internacional han emitido hace pocas horas sobre los resultados de la economía venezolana en el 2015 y, posiblemente,  de la del 2016.

Hay un dicho coloquial alusivo al tema y que reza lo siguiente: “uno nunca sabe lo que tiene, hasta que lo pierde”. Y, para mayor dolor de Venezuela, resulta ser que la migración profesional, en un alto porcentaje, ha sido recibida en el mundo con los brazos abiertos por su preparación académica. De hecho, hoy ya se hace complicado conseguir personal calificado en el país, especialmente en el sector médico, técnicos en múltiples servicios, como en el campo de la docencia. ¿Y cómo impedir que  eso continúe sucediendo, especialmente en el área de la docencia, cuando la respuesta que le ofrece el mercado de trabajo venezolano es la subestimación gubernamental, y la puesta en escena de míseros sueldos en el medio de una vorágine inflacionaria que incrementa el empobrecimiento nacional?.

Por supuesto, nadie que no haya pasado hambre puede permitirse la libertad de menospreciar los Títulos Universitarios y Postgrados nacionales e internacionales de aquellos a los que, por derecho, les corresponde recibir un salario digno. Es comprensible y respetable que cualquier educador venezolano al que se le ofrece un salario diario de $5 en un cálculo del dólar a 700,oo bolívares, acepte la oferta laboral recibida desde otros países, para impartir enseñanza a sus estudiantes. ¿Y preocupa a las autoridades venezolanas  estar contribuyendo a perder año de preparación y de estudio, a la vez que se permite un permanente deterioro y la ausencia de su valioso cuerpo de maestros en todos los niveles del sistema nacional de educación?. Es más fácil acabar también con el cerebro de la buena educación en el país.

Definitivamente, ha llegado el momento de rescatar a Venezuela de entre las tragedias en las que hoy se sume. Pero no hay que hacerlo a partir de ese interesado recurso instrumento de las ideologías. Los problemas no son un asunto de derechas o de izquierdas. Es que Venezuela, progresivamente, ha ido perdiendo su identidad de República, de país y de Nación. Y eso ha sucedido de la peor manera durante los últimos 17 años. Han sido muchos años de retroceso. Millones de venezolanos apostaron por una meta distinta a la que les ofrecía un formato político económico y social de conducción con varias décadas de trayectoria. Apostaron por un atajo y todo fracasó. Ahora hay que retomar el rumbo y hacerlo como venezolanos y en beneficio de Venezuela. Es hora de reflexionar, de unir esfuerzos y de trabajar por el rescate y la reconstrucción del país.

El 6 de diciembre se presenta como una valiosa oportunidad para retomar la ruta perdida: la del progreso, la de la Justicia y la del orden público. Hay recursos y un valioso contingente humano y adecuadamente formado para asumir los retos de la evolución. Nadie puede decir que todo será fácil; tampoco que es imposible. Si votar ese día equivale a dar el primer gran paso hacia los grandes cambios, no hay que abstenerse, negarse; muchos menos resistirse a ponerle el hombro al país. Eso se traduce, desde luego, en impedir que siga siendo el populismo el gran soporte del nuevo punto de partida y del lugar de llegada de la Venezuela del Siglo XXI.

No hacerlo de esa manera y en esos términos, equivaldría a actuar precisamente en contra de los sueños de las muchachas que engalanaron la celebración del Miss Venezuela. Especialmente, de su derecho a hacer familia en Venezuela, a educar a sus hijos en Venezuela, a hacer lo que corresponde para que sus muchachos, una vez formados, antes que migrar,  les sean útiles algún día a su Patria.

Egildo Lujan Navas
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