Para ellos no hay ley que valga. Lo
importante es lo que ordene el jefe. Y el jefe ordena que para él no haya
trabas.
Así ha funcionado el país. Las instrucciones
de Chávez estaban por encima de la ley. Sus compañeros del PSUV le aprobaron
cuatro leyes habilitantes y de catorce años que estuvo de Presidente diez de
ellos estuvo habilitado para decretar leyes. Él era la ley.
Maduro y su pequeño anillo de poder han
continuado la práctica según la cual el propio Presidente legisla. Más influyen
tres jefes militares y asesores cubanos que una Asamblea Nacional que renunció
a su obligación de legislar.
Eso está muy lejos de una Democracia, sistema
en el que todos, incluidos los funcionarios públicos, se rigen por las leyes,
no por los caprichos del jefe.
En Democracia los períodos de gobiernos son
finitos. Así fue en cuarenta años de gobiernos civiles. Los presidentes
gobernaban cinco años. Ni un día más. En el militarismo los jefes se quedan en
el poder hasta que se mueren o hasta que otros militares los tumban.
La historia venezolana está llena de esas
calamidades. Los dictadores cambiaron una y otra vez constituciones con el
único fin de aprobar reelecciones. La Constitución de 1999 extendió el período
presidencial a seis años y estableció la reelección inmediata. Después, Chávez
estableció la reelección perpetua. Todo el poder a favor del continuismo.
La oposición es una función en la Democracia. Para el militarismo, los críticos del gobierno no son sino conspiradores y por eso son objeto de diversos modos de represión, entre ellos el yugo de tribunales que sirven de verdugos a quienes señalan deficiencias y abusos de la cuerdita en el poder.
Profesionalismo y experiencia administrativa
tampoco valen. En el militarismo la secta coloniza el aparato del Estado y así
oficiales de cualquier grado y nivel de instrucción hacen de rectores de
universidades, directores de hospitales, alcaldes, gobernadores, operadores de
políticas alimentarias, diputados y, en fin,
de cualquier rol que devengue sueldos y privilegios públicos.
Curiosamente, las fronteras se abandonan, el
crimen organizado controla el país, la inseguridad hace de las suyas y la
soberanía se pierde. Y pensar que muchos creían que los militares servían para
enfrentar esos males.
Claudio
Fermin
claudioefm@gmail.com
@claudioefermin
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