domingo, 18 de octubre de 2015

ASDRÚBAL ROMERO M., INSTITUCIONES EMPOBRECIDAS

Del hospital oncológico Dr. Miguel Pérez Carreño, ubicado en Bárbula, solicitan ayuda al asilo de ancianos San Martin de Porres: una bombona de oxígeno para un paciente que se les está muriendo. La solicitud puede ser atendida positivamente, pero en el transcurso del traslado de la bombona, un recorrido relativamente corto dado que el asilo tiene su sede en el Pabellón 14 de la otrora Colonia Psiquiátrica de Bárbula, se muere el paciente. Quien nos narra la muy infausta historia a los asistentes de un evento del Tren es el Alcalde de Naguanagua y él nos hace la pregunta en voz alta: ¿Cómo es posible que el oncológico no disponga ni siquiera de una bombona de oxígeno? Esta interrogante retrata, vívidamente, el drama que están padeciendo las instituciones empobrecidas de este país en todas sus respectivas áreas de responsabilidad social: salud, educación, etc.

Los venezolanos estamos siendo víctimas del empobrecimiento más implacable que hayamos alguna vez sufrido, pero tengo la sensación que, en general, no están siendo capaces de trasladar esa crítica realidad, que ya están viviendo en sus hogares, a las instituciones en las que  laboran o a las que les prestan algún servicio. Un profesor universitario, por ejemplo, se le daña el compresor de algún aire acondicionado de su casa y no lo puede reponer porque el sueldo ya no le alcanza. Está muy consciente del problema que afronta, pero cuando en el aula donde usualmente dicta sus clases persiste la circunstancia del aire acondicionado dañado, lo primero que se le ocurre es lanzar algún improperio acusando de incapaces a la cadena de autoridades, Director; Decano; Vicerrector Administrativo; Rector, que él siente son los responsables de que la enojosa falla no se haya solucionado. Lo mismo ocurre con empleados y estudiantes. El otro día un decano me confesaba que había sido amenazado por un grupo estudiantil de interrumpir las clases en la Facultad, si el aire acondicionado de la biblioteca no era reparado inmediatamente. Pues bien: el costo de reponer esa unidad se ha magnificado tanto, más de diez veces en lo que va de año,  que no se dispone del presupuesto que permita su rehabilitación. El problema en el hogar y en la Universidad viene resultando ser el mismo.
Es como si existiese una carencia de pensamiento sistémico. La cataclísmica inflación que merma terriblemente la posibilidad de mantener, en lo personal, el nivel de calidad de vida a la que nos hemos acostumbrado, de igual forma erosiona la posibilidad que tienen las instituciones públicas de mantener el nivel de calidad en la prestación de sus servicios. Recordemos que ellas no pueden trasladar el incremento de sus costos a un aumento en los ingresos a percibir por concepto de sus servicios prestados, sino que dependen, fundamentalmente, de un presupuesto público asignado. El Alcalde de Naguanagua nos hablaba en su intervención de las inmensas dificultades que confrontaba para reponer los reflectores, dañados con mayor frecuencia debido a los continuos apagones de CORPOELEC, de las diez torres de iluminación que había instalado en el municipio. No sólo es la dificultad para conseguirlos, sino el explosivo incremento de su costo. En el renglón de suministros eléctricos se observan aumentos del orden del 1500% y hasta del 2000%, porque al desaforado incremento del dólar verdaderamente marcador de los precios, por encima del 400% en lo que va de año, se le suman los factores de escasez y especulación. Sin ningún género de duda, estoy convencido que el coctel de inflación que golpea a las instituciones públicas es aún mayor que el que venimos sufriendo a nivel individual.
Gobernaciones, alcaldías, hospitales, tribunales, universidades, liceos y colegios públicos, son instituciones todas que se encuentran inmersas en el mismo marco de empobrecimiento sistémico al que no vemos sometidos todos los pobladores de esta nación deprimida. Un dato muy revelador de este empobrecimiento lo aportó Alejandro Feo La Cruz en su ya mencionada intervención. El presupuesto que maneja su municipalidad es aproximadamente de un millón de dólares. Muy correcto, por cierto, que lo haya cuantificado en esa unidad monetaria para poder tener una idea real de su potencialidad para atender las demandas de servicio en esa unidad político- territorial (el bolívar como moneda ha perdido esa cualidad de cuantificación del valor real de las cosas). Un municipio de características similares en Bolivia, un país que otrora lo percibíamos como referencia de un país pobre, maneja un presupuesto superior a los seis millones de dólares. Así estamos y vamos a peor. ¿Qué hacer? La unión de todos los venezolanos en un clamor único para pedirle al Gobierno que rectifique sus políticas en aras de controlar la inflación no ha sido posible. De nada valen epilépticos incrementos salariales con tufillo politiquero cuando nos enfrentamos a una inflación proyectada del 300% para 2016. Las instituciones pueden unirse y llenar ese vacío. Sus autoridades deben integrarse en un esfuerzo de cohesión institucional, para convertirse en un vector poderoso que le haga ver al gobierno que ya no se trata de crisis presupuestarias ordinarias y recurrentes, sino de una inflación que devora cualquier posibilidad de dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos. El Gobierno rectifica o vamos directo a una crisis humanitaria de proporciones incalculables. El terrible cuento de la bombona de oxígeno es una pequeña muestra de lo que ya viene ocurriendo todos los días
Asdrubal Romero
asdromero@gmail.com
@asdromero

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