Más de cien
millones de personas huyen de sus sociedades de origen por conflictos
armados internos o internacionales, por la violación de los derechos humanos de
parte de regímenes dictatoriales, por desastres naturales o en la búsqueda de
una vida mejor. Algunas veces la gente se desplaza internamente dentro de su
propio Estado, para salvar la vida y vivir en paz, como es el caso de Colombia,
país en el que hoy más de dos millones de personas se mueven internamente,
muchos de ellos en tránsito hacia las fronteras para convertirse en
solicitantes de asilo en los países vecinos, como Venezuela.
Ante esas nuevas realidades se elaboran
normas y principios jurídicos para garantizar la protección de esas personas.
Algunos principios se consolidan, entre ellos, el de la solidaridad
internacional y el del reparto de la carga para enfrentar en forma conjunta los
problemas de interés colectivo. Otros principios ceden, como el de la
soberanía, que deja de ser un concepto absoluto, rígido.
La crisis, hoy en Siria y en Mali, ayer en
Irak, Libia y Egipto, antes en África: Ruanda, Congo, Sudán, Sudán del Sur,
Sierra Leona, Liberia, Guinea, muestra la gravedad de los desplazamientos
humanos. El conflicto armado interno sirio, al que se agregan prácticas
terroristas y otros elementos externos, lamentablemente se desbordó ante las
indecisiones interesadas de la comunidad internacional. Millones de personas
buscan seguridad y se desplazan hacia los países vecinos, Jordania, Líbano,
Turquía, también hacia Europa que reacciona de diversas maneras, aunque parece
prevalecer en el tratamiento de la situación el interés común y la dignidad de
las personas.
No sólo por conflictos internos y la
violencia que generan, el ser humano se ve obligado a desplazarse para salvar
la vida. La miseria, la imposibilidad de una vida digna y de ejercer los
derechos que tiene como ser humano provocan también desplazamientos igualmente
masivos y preocupantes. Centenares de miles de africanos, principalmente
subsaharianos, buscan con derecho, apoyados muchas bases en organizaciones
criminales transnacionales, una vida mejor y hacen de Europa su destino; un
“problema” que hasta ahora parecía ser de los países mediterráneos fronterizos,
Italia y España, principalmente. Una visión común de la realidad ha motivado
una concepción diferente de la problemática derivada de los desplazamientos
humanos masivos, dando prioridad a la vida, a la integridad, al ser humano. No
es más un problema de los países de origen, tampoco de los fronterizos, sino de
la región y más allá, del mundo.
Si antes los problemas eran de unos y no de
todos, hoy algunas materias, los derechos humanos adelante, son del interés
colectivo. Europa ha venido dando pasos importantes en la buena dirección al
actuar solidariamente y recibir, en medio de un intenso debate político, flujos
importantes de personas provenientes de países en crisis, mientras que en otras
regiones, América Latina un lamentable ejemplo, algunos gobiernos desconocen
los derechos humanos y se aferran a conceptos caducos para proteger sus
arbitrariedades que le permiten eternizarse en el poder.
Sin embargo, los tiempos parecen cambiar
según las últimas reacciones ante la crisis de los derechos humanos en
Venezuela. En América Latina los conceptos “intereses comunes”, “soberanía” e “injerencia en los asuntos
internos” comienzan a ser interpretados de manera diferente, a pesar de la
postura de gobiernos o regímenes que intentan “soberanizar” algunos asuntos,
como los derechos humanos, para evitar escrutinio internacional, no rendir
cuentas y liberarse de sus responsabilidades internacionales por las violaciones
de estos derechos.
La violación de los derechos humanos en
América Latina es hoy más grave que nunca. Regímenes surgidos de elecciones
libres se convierten con las herramientas que les proporciona la democracia en
verdugos de sus opositores, como el de Nicolás Maduro o el de Rafael Correa en
Ecuador que atacan a la población disidente, la torturan, la condenan por sus
ideas, la persiguen, la privan del derecho a la información con el cierre
arbitrarios de medios, la discriminan, haciendo con sus políticas forajidos a
sus Estados.
El caso de Leopoldo López ha sido demoledor
para el régimen de Maduro. Sin duda, marca no solo la existencia de una
violencia judicial sin precedentes, sino un cambio de actitud que comienza a
afianzarse acorde con la realidad universal. Si la región se acomodaba hasta
ahora y permitía abusos en contra de los derechos humanos, la condena
arbitraria, la violación de todos los derechos de López, que se suman a los de
tantos otros venezolanos encarcelados y torturados estos últimos años, hace
despertar a los gobiernos que ahora coinciden con los Parlamentos de sus
países, con personalidades políticas y hoy dicen basta a los atrocidades y se
unen a los avances de la sociedad internacional, del pensamiento jurídico
universal y del orden jurídico que regula las relaciones internacionales.
Las instituciones regionales serias parecen
también retomar el camino correcto. De la complicidad de Insulza a las
expresiones de Almagro en la OEA se pasa a un cambio importante en favor de la
dignidad del hombre.
Tal como se infiere del Comunicado de la
Cancillería chilena, a la que siguen entre otras, las de Panamá y Costa Rica, los derechos humanos es
un problema de todos y expresar preocupación por su estado y los atropellos que
les vulneran no es injerencia. Más aun, los gobiernos no sólo tienen el derecho
de expresarse y exigir el respeto de tales derechos, sino la obligación de
hacerlo.
Lamentablemente, no todos parecen montados en
la era del cambio y del progreso. Brasil, con pretensiones de potencia regional
y más allá; y Argentina, otrora una de las diez potencias industriales del
mundo, siguen reticentes a los cambios y acompañan con sus acciones y su
silencio las violaciones de los derechos del hombre, para proteger sus
intereses, alejándose con su actitud de los avances de la humanidad.
Victor
Rodriguez Cedeño
vitoco98@hotmail.com
@vitoco98
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