Al inicio del siglo sobre el cual ahora
cabalgamos, muchos amantes de la libertad nos sentíamos optimistas ante las
señales que presagiaban un mundo caminando hacia lo que Reagan llamara, la
"ciudad brillante," cuando sorpresivamente surgían lideres para
abrazar el verdadero liberalismo. Aquel liberalismo que parieran las mentes de
John Locke, Adam Smith, Federico Bastiat, la escuela de Salamanca. El
liberalismo que provocara La revolución industrial construyendo lo que ahora
conocemos como pies prósperos y poderosos portando sociedades civiles robustas
e independientes.
Pero en América Latina en general, y en
especial en México, el sueño poco a poco se fue desvaneciendo cuando los nuevos
líderes, luego de tomar las riendas del poder, mostraban su verdadero juego de
tantas complicidades que, ante la decepción de tantos, se bautizara como
"Neoliberalismo. " A la raza se le daba atole con el dedo con recetas
como Solidaridad mientras que, los nuevos monarcas se repartían los activos
estatales.
En ocasiones anteriores ya hemos analizado
cómo el pacto de Calles de 1929, de una forma artera, fijara como uno de sus
principales objetivos evitar el nacimiento y desarrollo de una sociedad civil
fuerte e independiente.
Los resultados los tenemos a la vista con una
serie de sectores domesticados y totalmente dependientes del partido en el
poder; el sector obrero, campesino, popular etc. Sin embargo, un sector del que
casi no se habla y, en mi opinión, el más perjudicial para el país, es el de
los empresarios dependientes de las marañas gubernamentales de corrupción.
Empresarios que pasan más tiempo haciendo antesala en las oficinas del poder
político, que en las suyas propias.
En esta época que nos ha tocado vivir, el
comunismo duro ha muerto antes de lo predicho por Kissinger, sin embargo,
todavía prevalece el heredero de tal aberración, el sistema que ha regido a
nuestro país durante todo el siglo pasado y continua hasta la fecha; el
estatismo. Es ahora el estatismo el que se bate con la otra ideología
sobreviviente por lograr la conquista de las mentes de los hombres del tercer
milenio, las repúblicas liberales que pretenden poner la libertad en manos de
la sociedad civil. La responsabilidad individual del hombre para buscar el
bienestar suyo y de su familia, sin que alguien más se lo ofrezca en charola de
plata, a cambio de su dignidad y libertad.
Una posición inicia y termina con el Estado.
Es la sociedad estatista en la que el gobierno regula y controla la mayoría de
las relaciones de la sociedad, cuando esa sociedad lo identifica como el amo.
La otra posición inicia y termina con el individuo. Es la sociedad civil a
través de la cual la gente se autorganiza en asociaciones voluntarias y de
intercambio en un mercado libre de las garras de los gobiernos. La sociedad
estatista promete la felicidad a cambio de una buena parte de la libertad y,
sobre todo, de la dignidad. La sociedad civil de alguna forma garantiza la libertad
para elegir y actuar. La felicidad es responsabilidad de cada individuo.
Tal vez pudiéramos entender el impulso
estatista de los miembros de la sociedad que no tienen educación, los enfermos, los incapacitados, los
desesperados. Pero, ¿por qué el empresario decide ceder su capital más
importante, su libertad? El empresario estatista sin embargo, no es quien
estableció las reglas, simplemente las sigue. El no pregunta por qué el
gobierno tiene todas las cartas; él solo acepta la mano que le dan. Para
jugarla conservadoramente, el empresario burócrata simplemente le sigue el
juego al gobierno, sin importarle la distorsión que causa en los mercados.
El empresario estatista, al unir fuerzas con
el gobierno en lugar de luchar en contra de un estado activista, se convierte
en parte muy importante del problema. Se le usa como argumento en contra del
capitalismo, siendo que nada tienen de capitalistas. Ese empresario dócil y
pegado a la ubre gubernamental, es sin duda la causa del gran desprestigio que el
capitalismo y los mercados han sufrido en muchas partes del mundo. Este tipo de
hombre es alérgico a la incertidumbre de los mercados, al riesgo natural de los
negocios. Lo que ellos buscan es que el gobierno les garantice seguridad sin
riesgo, la oportunidad de triunfar sin la posibilidad de fracasar.
El gran economista Gordon Tullock describe la
operación de esa sociedad, Estado y empresarios, como “rentismo” en la cual, al
igual que en la época feudal el monarca otorgaba ciertas concesiones a los señores
feudales para convertirse en los proveedores de ciertos productos, pero como
concesionarios únicos y sin competencia, garantizaba de esa forma en lugar de
utilidades normales y naturales en una operación de mercado, una renta segura y
obviamente más jugosa, la cual luego repartían de la forma arreglada y pactada.
En México el zenit de ese capitalismo
estatista sin duda se presentó cuando a principios de los 90s, el entonces
presidente Salinas promovió la reunión de los 30 “empresarios” para solicitarles
un donativo de $15, 000,000 de dólares per cápita para el partido. Después de
que todos habían aceptado el aportar tal cantidad, Emilio Azcárraga, el
entonces Presidente de Televisa, tuvo un arranque de generosidad afirmando que,
como a él le había ido muy bien en ese sexenio, el doblaba su aportación a $30,
000,000 de dólares. Obviamente después de las aportaciones deben de haber
seguido las peticiones; concesiones, subsidios, cierres de la frontera, precios
de garantía etc., distorsionando de la forma más cruel la función natural de
los mercados; los mejores productos, a los mejores precios.
Domingo Cavallo ex secretario de Economía de
Argentina en una ocasión afirmó: “Cada peso es un contrato entre el gobierno y
el poseedor de ese peso. Ese contrato garantiza que cada peso, como una unidad
de valor por el cual su poseedor ha trabajado arduamente, valdrá lo mismo hoy
que mañana. Si el gobierno no respeta ese contrato, está quebrantando la ley.
El único papel del gobierno en la economía debe ser el de garantizar la
integridad de las transacciones del mercado.”
Sin embargo, desde el invento de Roosevelt
“The new deal,” los gobiernos empezaron su invasión en todos los ámbitos de la
sociedad a la que supuestamente deben servir. En el caso de México la
constitución socialista que nos ha regido por casi 100 años, lo dice de una
manera muy clara; “el estado debe ser el rector de la economía del país.” Esa
rectoría le ha dado también la autoridad de establecer sus pactos diabólicos
con esos empresarios estatistas que han venido a distorsionar la función de una
verdadera economía de mercado. Han también desprestigiado la verdadera función
empresarial y, de una forma muy especial, el concepto de capitalismo y sus
mercados libres.
Es hora de que los mexicanos desmantelemos
ese esquema en el cual una pequeña parte de la pirámide social, funciona bajo
ese “capitalismo de estado,” mientras que la inmensa mayoría vive el socialismo
de los pobres. Es hora de terminar con esa sociedad diabólica.
Ricardo
Valenzuela
chero@reflexioneslibertarias.com
chero13704@gmail.com
@elchero
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