Les impusieron diez minutos… y chito. Están
allí puntuales y cabizbajos, porque el mandador no pierde tiempo. Ojalá
estuviesen por esos estrados parlamentarios donde se debaten los grandes
asuntos del país, un grupo de vendedoras del mercado de Porlamar, para que
vieran como se defienden los derechos de los venezolanos. Como se bate el cobre
cuando la valentía se asume y los derechos se defienden con coraje y firmeza.
Un país con todos recursos naturales que otros
desean tener, quizás no tanto en la misma proporción, porque en el caso
venezolano la sabia natura se inclinó a nuestro favor. Recursos que asombran
por la diversidad que representan como minerales de gran valía para el
desarrollo industrial. Pero no obstante, estamos consumidos por el afán
conquistador de riqueza contante y sonante que dejan en el esterero lo que
representaba posibilidad para el bienestar de los venezolanos.
Pero estos son tiempos de los oradores para la
estufa… y ni un minuto más. Se dijo y lo impusieron sin chistar. Son diez
minutos y basta. La mal llamada oposición en la asamblea nacional es un cuadro
de mala muerte. Pero es que ni siquiera abandonan las sesiones en señal de
protesta cuando lo que está en el orden del día, de una u otra manera, amerita
hacerlo en correspondencia con la representación que se tiene. Calientan sillas
y cobran puntualmente. El régimen –entonces- goza y celebra. No es para menos.
Por todos los pueblos de este país sumido en
graves padecimientos, los que están en abierta y valiente oposición son
incómodos para la conveniencia del status. Ni siquiera hacen coro de voces
sutiles en llamados de angustia frente a lo que a diario sucede en todos los
lugares de Venezuela, donde pernocta la población a ver si logran encontrar un
paquete de harina precocida al amanecer. Mundo de Dios, es el venezolano con
santos de punta a punta y fiestas patronales a granel.
Este es el país que parece acostumbrarse a la
escasez con petróleo que alimenta la gran oportunidad de los vivos de la
gallina de los huevos de oro negro. Qué cosas tiene la vida… y mientras tanto, con
gorrita ocho estrellas, los manganzones de la “mud”.
Se vive en Venezuela en pie tempranero la
cola. La cola para la harina de maíz, el pan (dos canillas por familia).
Mantequilla (no hay), aceite de comer (entre veces), plátano amarillo (sesenta
bolívares por unidad), carne (artículo de lujo), pescado (por las nubes). Otros
rubros, cuando el barco llegue que viene de Argentina.
Escasez en Venezuela si hay y hambre también.
Carencias hay en los cuatro puntos
cardinales. Así las cosas las calles no cesan
del trajinar incesante de la escasez.
La impaciencia frente a lo impensable en
Venezuela sigue su curso. Todo lo que golpea más y más está en todos los stand del hambre. Empero, hay
seres humanos pensantes y corajudos en este país que todavía exporta petróleo a
cincuenta y pico dólares el barril, que no pierden la fe. Pero que además,
cuentan con quienes no viven ausentes de esta desgracia devastadora que, más
temprano que tarde, llegará a su fin.
Rafael Bello
bello.rafael@yahoo.es
@unidadylagente
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