Decía el eminente venezolano, profesor y
amigo Arístides Calvani, que la política
“es el arte de hacer posible lo que es
menester”. Ello es cierto: la política
no es ni puede ser un disfrute, un negocio, una manera de sobresalir en una
sociedad determinada, un modo de tener
prestigio o de acumular riquezas.
Es un arte, sí, pero un arte cuya finalidad
consiste, en una Sociedad determinada cual se quiera sea ella, un conjunto de
condiciones y de acciones que conduzcan, para el alcance de todos sus miembros,
de aquello que se llama el bien común general, esto es, la buena y digna vida
humana de todos sus integrantes. El Papa Pio XII calificó a la política como la
acción humana de más valor, después de la Caridad.
Sin embargo, el trabajo que la política exige
para su desarrollo y ejercicio, no es fácil ni aplicable en todas las naciones
de la tierra que el Creador ha regalado para la felicidad y el desarrollo de
todos los seres humanos que han existido, existen y existirán en este mundo
terrenal, porque para ponerla en práctica efectiva en cada nación y pueblo de
este planeta, es indispensable que quienes, como ciudadanos deseen aplicarla,
tengan un nivel muy alto de compromiso honesto y de entrega personal, además
del indispensable conocimiento y manejo limpio de la política en sus diferentes
aspectos. Estas últimas condiciones,
además de las anteriores, no son susceptibles de improvisar ni tampoco de
conocer “a medias”, como puede ocurrir con otras actividades que sean más
sencillas o menos exigentes. En efecto, la ciencia de la política no se puede
improvisar ni “aprender a medias” como puede ocurrir con algunas otras
disciplinas. Por ello, como decía Calvani, en efecto es un arte, como lo son
las verdaderas música, pintura, filosofía, química, etc.
Por otra parte, como lo es así en otras
ciencias, artes o disciplinas, la política no se reduce a un solo o único
conocimiento, sino a muchos de ellos entre los cuales pueden aparecer nuevas y
diversas formas de actuar que, a veces, o aún no se conocían o no se les había
dado suficiente importancia. En efecto, como dicho antes, la política es una
ciencia, pero su existencia como tal no está muy lejana del inicio de su
conocimiento humano. Pueblos antiguos, cuya existencia se remonta a muchos
siglos antes de la existencia de Jesucristo,
hicieron y actuaron abundantemente en política, sea ella interna en sus
territorios o externa, como cuando se trataba de imponer su dominio ante otros
pueblos; en los tiempos posteriores se fueron decantando y
"purificando" el significado y efectos de la Ciencia Política.
Entonces se pasó de una política ejercida por
la fuerza y en favor de todas las exigencias y ocurrencias de los soberanos que
eran únicos detentadores del poder, hasta alcanzar el desplazamiento de estos y
su gradual sustitución por miembros de las Sociedades designados por los
habitantes, llamados desde un entonces "ciudadanos".
El desarrollo de la política se presentó, en
la historia de la humanidad, no como un hecho común a todos los pueblos, sino
diferenciados según el grado de desarrollo político que fueron adquiriendo los
diversos tipos de ciudadanías. La nación políticamente más adelantada en ese
desarrollo ha sido, sin dudas, Inglaterra.
Arnold J. Toynbee, en su famoso "Estudio
de la Historia" expresó, con razón, que no es posible comprender la
historia de todos los pueblos sin referirse a Inglaterra, pero es posible --más o menos--
comprender, sin referirse a todos los pueblos
la historia de Inglaterra. Recuérdese que el primer parlamento inglés fue
propiciado por Simón de Montfort en 1264, obligando al entonces Rey Enrique III
para que se sometiera a los dictados del poder parlamentario. Estamos hablando
de casi 752 años antes del presente que vivimos.
Los Estados Unidos son una criatura de origen
inglés, creada por ingleses que allí fueron desde Inglaterra y desarrollada
posteriormente, y hasta el presente, por una conducta política similar a la su
madre patria.
Cuando en las Universidades dictaba clases de
la materia Ciencias Políticas, dejaba que mis alumnos expresaran, en el inicio
de éstas, a expresar sus opiniones en comparación del desarrollo político de
nuestra América Latina comparado con el resto del mundo. Las respuestas eran
siempre muy variadas y curiosas; resaltaba en ellas señalamientos que achacaban
nuestros problemas a los políticos del tiempo, a los pueblos tildados de
flojos, temerosos o incompetentes y muchas causas más. Cuando terminaban las
exposiciones les preguntaba ¿Cuanto tiempo tiene nuestro país y los restantes
del sub-continente como naciones autónomas y libres? Las respuestas eran de
pocas o ninguna validez.
Les decía entonces, somos Nación constituida
sólo a partir del año 1830, cuando se consolidó la separación de Venezuela de
la Gran Colombia, y se inició el primer gobierno de la República bajo la
presidencia de José Antonio Páez, y no, como muchos decían, con la Declaración
de Independencia de 1811. Tenemos menos de tres siglos de independencia. Y lo
mismo, pero más, respecto a otros países del sub-continente, y entonces, les
recordaba o explicaba los tiempos de otros pueblos de lapsos mucho más largos.
Dos siglos y un poco más, nada son en la
historia de los pueblos. Tenemos la ventaja de una singular oportunidad; la de poder adelantar los tiempos con
nuestros esfuerzos de ciudadanos que aman de verdad su Patria, y no la
consideran la gallina de los huevos de oro adecuada para llenar sus bolsillos y
satisfacer sus ambiciones.
Pedro Paúl Bello
ppaulbello@gmail.com
@PedroPaulBello
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