Cada
vez que salgo de mi Venezuela a cumplir la tarea de defender la libertad de
Antonio y la de todos los presos políticos, me encuentro con muchísimos
venezolanos que sufren en carne propia las vicisitudes del emigrante.
Es
como retroceder en el tiempo y recrearnos con aquellas escenas compartidas con
los musiúes que habían llegado a Venezuela desde todos los confines del mundo.
Es parte de nuestras raíces, como el caso que atañe a mi esposo, cuyo padre
llegó a San Juan de los Morros después de desembarcar en el puerto de La Guaira
procedente de un pequeño pueblo del sur italiano. Es el tejido de nuestra
propia historia forjada por descendientes de mujeres y hombres de otras
latitudes, tal como lo fueron Miranda, Bolívar, Vargas y Andrés Bello, entre otros
grandes.
Mi
tío Miguel Ángel Capriles en una compilación titulada “Siempre habrá
Venezuela“, dedicó un capítulo a describir los desplazamientos de muchísimos
venezolanos en viajes de placer, y de las llamativas delegaciones -por lo
numerosas- de los diferentes gobiernos participando en cuanto foro o congreso
se realizaba hasta en los más apartados lugares del planeta.
Recuerdo
a “Miguelito” llegar a casa mostrándonos la edición recién impresa del
vespertino El Mundo con un sugestivo titular: “Los alegres viajeros”. Nada que
ver con las legiones de ciudadanos que hoy sufren, como lo llegó a decir con su
singular prosa el insigne poeta Andrés Eloy Blanco, “el dolor de la patria
ausente”. Venezolanos que no hicieron maletas para salir a disfrutar de viajes de
placer, sino que como consecuencia de la crisis de todo orden, han tenido que
emular a los miles de gallegos, canarios, italianos, “turcos”, colombianos,
peruanos, ecuatorianos, chinos, etc., que poblaron nuestras tierras desde 1939.
Ahora somos nosotros los que buscamos cobijo en otros lares.
Fernando
Gerbasi, destacado diplomático venezolano compartió conmigo el palco de honor
del Senado español, desde donde vivimos la emoción de ver y oír a los
representantes del pueblo ovacionar la lucha que llevan adelante los
venezolanos en pos de la restauración plena de nuestra democracia. Fernando me
comentó con sus ojos aguachinados el poema de su progenitor Vicente Gerbasi, ”
Mi padre el inmigrante”. Allí- decía orgulloso Fernando- “mi padre hizo un
himno a millones de seres que dejaron sus aldeas para dirigirse a las más
diversas regiones del mundo”. Eso es lo que hacen hoy muchísimas familias
venezolanas.
La
semana pasada, mientras conversaba en “El arepazo” con venezolanos exiliados en
Miami, una joven me entregó un papelito que contenía unas reflexiones de Rómulo
Betancourt relatadas por Germán Carrera Damas. Según Betancourt “la del exilio
es la más dura de las penas, porque convierte la libertad en una prisión que no
solo resta de la vida sino que obliga, a quien sufre tal pena, a un cotidiano
recomenzar en el que danzan el recuerdo y la añoranza, al son de una esperanza
que parece poner más empeño en desvanecerse que en realizarse”.
Rómulo
Betancourt estaba siempre pendiente de los emigrantes. Fueron numerosos los
mensajes a sus compañeros de la emigración, como el dado desde San José de
Costa Rica en 1930, desde donde llegó a plantear un compendio de ética política
del exiliado. Betancourt animaba a los venezolanos en el exilio “a no sentirse
paria bajo ningún cielo porque no se es extranjero en ningún país si nos
mantenemos dinámicos, activos y altivos”.
Mitzy
Capriles de Ledezma
@alcaldeledezma
@esmitzyhija
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