La medida no solo ha resultado contraproducente sino que ha acarreado al régimen nuevas, más graves, profundas y peligrosas confrontaciones.
Con
el paso del tiempo el gobierno de la revolución bolivariana ha venido perdiendo
lo único para lo cual –precisa reconocérsele- ha sido verdaderamente exitoso:
el ingenio para inventar formas y maneras de justificar sus errores y torpezas,
endilgándoselos a otros, de mantener el
fervor de sus antiguos irreductibles parciales o de cegar a la comunidad
internacional ante la sistemática depredación de los derechos y libertades
democráticas de los venezolanos que ha venido consumando sin tapujos ni
disimulos. La muerte de Chávez, la escasez intelectual de su sucesor, la
decrepitud de Fidel Castro, la drástica reducción de los ingresos petroleros o
todas estas cosas juntas, ha sido la causa de la declinación de la prodigiosa inventiva revolucionaria.
Cuando
ya no le rindió frutos el socorrido eslogan “no volverán” y el grito de guerra
“Uh Ah Chávez no se va” ya no despertó
el otrora delirante fervor popular, cuando el fracaso de las misiones no le
ofreció ningún rédito electoral, el latiguillo de la guerra económica no
apacigua el reclamo de las masas enardecidas por la “colas” y la escasez, la falta de inventarios en los almacenes de
los comercios privados le impide acudir a
nuevos “dakazos y fallido el intento de usar el diferendo del Esequibo
para poner el sentimiento nacionalista de los venezolanos al servicio de su
causa, el desgastado ingenio de los estrategas de la revolución produce el
parto de los montes de la Operación de Liberación y Protección del Pueblo
(OLP), engendro político electoral, con nombre de rebuscada connotación épica,
enarbolado con más penas que glorias,
con el cual se busca frenar el caudal de votos con el que la oposición amenaza
infligir al oficialismo una aplastante derrota en las próximas elecciones parlamentarias.
Las
primeras acciones de esta operación “libertaria” estuvieron enmarcadas dentro
de una tardía estrategia de combate a la delincuencia con la cual se esperaba
conquistar la simpatía de la población, acosada por la criminalidad desbordada
que, obrando con total impunidad, ante la pasividad cuando no la complicidad de
las autoridades, ha puesto a la ciudanía a merced de las acciones
desenfrenadas de bandas de malvivientes,
en todo el país. Fuerzas especiales combinadas de policía, agentes de Inteligencia
y guardias nacionales, en persecución de delincuentes, que advertidos habían
abandonado sus madrigueras, desplegaron verdaderas razias en los barrios
populares dejando a su paso muertes, violaciones de residencias y detención de
inocentes que lejos de llevar tranquilidad aumentaron la zozobra y la angustia
en las barriadas más pobres donde precisamente residía, en el pasado, la mayor
fuerza electoral del gobierno.
Pero
donde de la Operación de Liberación y Protección del Pueblo (OLP) ha puesto de manifiesto, en toda su
dimensión, la resequedad del cerebro que
acusan quienes antes fueron ingeniosos propagadores de cantos de sirenas, es
con el cierre de la frontera y la inaudita deportación masiva de ciudadanos
colombianos, que ordenó el jefe de Estado venezolano, para "extirpar …
tumores malignos que el paramilitarismo colombiano ha traído para metérselo al
cuerpo noble de la República".
Esta
medida, con la cual se perseguía mejorar la alicaída aceptación electoral del
gobierno, no solo ha resultado del todo contraproducente sino que ha acarreado
al régimen nuevas, más graves, profundas y peligrosas confrontaciones.
En
primer lugar, ha internacionalizado un conflicto que para la comunidad
internacional no pasaba de ser una reyerta interna, provocando la activa
beligerancia del gobierno colombiano el cual, si bien no pudo lograr la
intervención de la OEA, apenas por un voto, puso en evidencia la drástica reducción del apoyo que ha
sufrido nuestro gobierno entre los países de la región, ya que apenas logró el
voto favorable de solamente cuatro de ellos, obteniendo, sin embargo, la
atención del Secretario General de dicha Organización quien inmediatamente se trasladó a Cúcuta
para conocer in situ la dramática situación de las personas deportadas. Por lo
demás, el hecho tuvo la virtud de curar de su “ceguera” a la canciller de
Colombia, María Ángela Holguín, quien ahora sí pudo ver y denunciar que el
gobierno venezolano ceduló a ciudadanos colombianos para que ejercieran el voto
en nuestro país, alentados por la oferta de que recibirían “casas y subsidios”.
Pero
todavía más grave que todo esto es el hecho de que la deportación de los
ciudadanos colombianos, que ha obligado a salir del país a cerca de 17.000
personas, según informe de la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU y ha
llevado a esa Organizaciòn a expresar su preocupación por las informaciones que
ha recibido sobre “violaciones de los derechos humanos”, por tratarse de un
ataque generalizado y sistemático contra una población civil, está tipificada
como delito de lesa humanidad por el
Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, delito que es
imprescriptible, cualquier sea la fecha en que se haya cometido, de conformidad
con lo dispuesto en el Artículo I de la Convención sobre la imprescriptibilidad
de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad, adoptada por la
Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en su resolución
2391, de 26 de noviembre de 1968 y entrada en vigor el 11 de noviembre de 1970.
Con
el invento de esta Operación de Liberación y Protección del Pueblo (OLP), que
nos recuerda la expresión popular que reza: dios ciega al que quiere perder, al
gobierno “le paso como a Chacumbele, el mismito se mató”
Luis
F. Jaramillo R.
@JaramilloR
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