Las
naciones se gestan con la suculenta iniciativa de la educación, concebida
bajo el paradigma de lo correcto y la rica exuberancia de la historia.
Los estudiantes deben estar embadurnados más allá de la común suciedad
de los lápices, sacapuntas y borradores, de un hálito de tranquilidad
para emprender sus reflexivas de lo aprendido.
La
realidad se desprende de otra manera. Pareciera que a todos los venezolanos
nos dirigiesen al deplorable rincón de los indisciplinados de un
salón de clases. Cual si fuese una coronación de la impotencia, a la hermosa
acción de aprender, le han ajustado unas orejas de burro o un gorro cónico,
sentándola en un taburete de espaldas al auditorio.
El
deterioro de nuestro sistema educativo es ostensible y lo único que progresa
son las cifras de educadores tomando la determinación de abandonar las aulas
académicas, para emprender el arriesgado viaje hacia otras labores para un
mejor sustento o, como en una nación en guerra, dirigirse a otro país para
desarrollar su profesión doctrinal.
Hace
unas semanas observaba con avidez un programa de entrevistas por un canal de
televisión nacional, en el cual un joven “pro” proceso revolucionario,
vomitaba cifras de la existencia de un mayor número de niños
y jóvenes estudiando, haciendo comparativas con años de la llamada cuarta
república. No seguí escuchando su agónico discurso y cambié de canal,
a sabiendas que tales cifras eran engordadas con la desfachatez de la
demagogia y con la lógica de un mayor número poblacional, incrementado en casi
17 años de involución.
Eso
sí, desconocemos cuáles son las actuales cifras de escasez e inflación, pues
desde hace tiempo no son emitidas por el BCV, ya que nadie creería cualquier
manipulación e inventiva, al ser edificadas diariamente con el sudor y
sufrimiento de millones de ciudadanos, a quienes el sueldo sólo les alcanza
para entender que su calidad de vida es injusta.
Estamos
en los albores de un paro nacional académico. Las universidades públicas
en el pasado no eran elitescas por la clase social de sus estudiantes,
sino por el privilegio de recibir una educación a la altura. Hoy
los sueldos de sus profesores no recompensan su desarrollo investigativo
y de conocimiento, ocupando los linderos del salario mínimo, además
de prevalecer un deplorable presupuesto en estas casas de estudio.
A
la hora de blandir un cuaderno y un lápiz, se agota el paupérrimo discurso
de estar inmersos en una bélica economía o el pregonar cualquier subterfugio
político, pues la directriz es forjar seres racionales y capacitados
para caerle a trompadas a la ignorancia y ser constructores de una
paz organizada con el saber de las ideas.
Requerimos
de una educación rebosante en salud. Debemos defenestrar esa política de odio a
nuestro pasado y de adoctrinamiento en misiones. La premisa
es abrirnos al conocimiento como lo hacia el ocurrente Petete cuando
abría su añoso, sugestivo y voluminoso libro, para otorgarnos gotas de
sabiduría, tan necesarias en estos tiempos de cólera psicológica.
José
Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571*
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