El ser humano
requiere de tres conexiones vitales para su equilibrio. Así lo revela Carlos
Saúl Rodríguez en su reciente best seller “La vida es una sola”.
La primera conexión
es con la trascendencia, con el estadio espiritual. El ser humano vive
preocupado por lo material, por lo efímero, por lo banal, por lo temporal, por
lo que se consume. Generalmente, es en una etapa avanzada de su vida que
inclina la balanza, con mayor peso, hacia lo místico, hacia la relación con el
Ser supremo, llámese Dios, Alá, Buda, Creador o ese referente de su creencia.
Sólo se llega a ello por la fe, que nadie la explica. Parece que Dios es, a un
tiempo, lo más claro y lo más impenetrable que existe. Si tenemos la ocasión de hacernos pensar en
esta conexión desde más temprano, habremos hecho una magnífica ganancia en la
vida. Tal vez empezamos a apreciar que no estamos solos. Que esta obra
grandiosa del universo se generó por un poder divino, sobrehumano y
perfecto. Y a él nos inclinamos con
admiración, porque nosotros mismos somos parte de esa creación. Es que hay
siempre un nuevo horizonte para los hombres que miran más allá. En esta
conexión llegamos a la misma conclusión que Pitágoras: “Dios es el alma de
todos los cuerpos y el espíritu del universo”. Y esa verdad nos nutre de una
paz espiritual desde nuestra paz interior, para comprender la necesidad de
percibir la paz del mundo.
La segunda conexión
es consigo mismo. Es el poder de la aceptación y del autoconcepto. Como asienta
Carlos Saúl Rodríguez, somos seres
únicos y especiales. Yo diría, irrepetibles. Por lo tanto debemos vernos sin
complejos, sin desvalorizarnos, sin autodestruirnos. Esa autoestima la vamos
construyendo con nuestros propios caminos de bienestar y con el reconocimiento
de los demás. Ello nos da un vigor personal, una fortaleza individual, la
capacidad de ser conscientes de que podemos alcanzar las metas que nos fijemos,
que podemos flotar sobre las situaciones difíciles y los problemas, así como
sobreponernos a cualquier exigencia del entorno. Tenemos nuestra propia forma
de ser y actuar. Cada quien tiene un gran talento, una extraordinaria
habilidad, una magnífica destreza, y debe explotarla al máximo, para brillar
con su propia luz. Como afirma Daniel Goleman, tenemos el acceso a nuestra
propia vida emocional, a nuestra particular gama de sentimientos, al sentido de
uno mismo, al conocimiento de nuestras fortalezas y debilidades y a la
posibilidad de exhibir una disciplina personal. Ello nos da una conexión con la
inteligencia emocional.
La tercera conexión
es lo que el propio Goleman llama la Inteligencia Social. Es la cualidad de
conectarnos de forma efectiva y provechosa con los demás. No podemos permanecer
aislados, apartados y perdiéndonos de la extraordinaria ocasión diaria de
aprender de los demás, de construir nuestro capital social, de fomentar
maravillosas relaciones con nuestros semejantes. Si reconocemos y admitimos que
las personas son todas diferentes, que piensan distinto, que tienen su sistema
de creencias, intereses y valores propios, no necesariamente coincidentes con
los nuestros, entonces lograremos una armonía social. Se trata de la capacidad
de sentir las distinciones entre los demás, los contrastes en sus estados de
ánimo, de temperamento, motivaciones e intenciones. Ello nos va a generar la
posibilidad de trabajar y vincularnos con los demás e incluso de ayudar a las
personas para identificar y superar sus problemas.
Qué importante es el
equilibrio con estas tres conexiones. Cuánta felicidad nos daría estar claro en
cada una de ellas y en sus interrelaciones.
Sabremos, como nos enseña el Dalai Lama, encontrar el justo equilibrio,
sin pedir demasiado.
Isaac Villamizar
isaacvil@yahoo.com
@isaacabogado
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