domingo, 6 de septiembre de 2015

FERNANDO OCHOA ANTICH, EL CUENTO DEL PARAMILITARISMO

El gobierno de Nicolás Maduro, desde un tiempo para acá, ha creado una fantasiosa historia sobre la supuesta vinculación de los paramilitares colombianos y del ex presidente Álvaro Uribe con la oposición democrática venezolana. Es tiempo de clarificar la verdad de los hechos para desenmascarar la maniobra política  que existe detrás de los señalamientos de Nicolás Maduro, de Diosdado Cabello y de otros dirigentes oficialistas.  La zona fronteriza ha estado sometida, durante los 16 años de régimen chavista, a una creciente inseguridad que ha comprometido ampliamente la tradicional forma de vida de su población, al tener que enfrentar, en medio de una total impunidad, todo tipo de delito:  el secuestro, la vacuna, el sicariato, el tráfico de drogas y el contrabando. La total falta de acción de la Fuerza Armada Nacional y de los organismos policiales ha comprometido gravemente la producción agrícola-pecuaria de esas zonas al tener que abandonar sus propietarios numerosas fincas que han sido tomadas por delincuentes e invasores…

El trágico proceso de violencia vivido por Colombia, durante estos sesenta años, hay que definirlo como una guerra asimétrica de baja intensidad cuyos principales actores han sido el Estado colombiano, las guerrillas de extrema izquierda y los grupos paramilitares de extrema derecha. Sus causas: las graves tensiones sociales existentes en la sociedad colombiana y la influencia cubana. El conflicto armado presentó, en la década de los ochenta, un rápido escalamiento que se caracterizó por el control de la guerrilla de numerosas regiones del país, por los asesinatos selectivos de miembros civiles de la izquierda a manos de los nacientes grupos paramilitares, así como la aparición del narcotráfico. Al pasar de los años, importantes sectores de la guerrilla y de los paramilitares se vincularon a ese flagelo, debilitándose toda orientación política de esos grupos armados. En  la década de los noventa se presentó la mayor degradación del conflicto, al generalizarse el asalto armado a poblaciones, las desapariciones, y las masacres indiscriminadas de civiles.
Durante esos mismos años, en pleno ejercicio de los gobiernos democráticos, grupos guerrilleros de izquierda atacaron puestos militares venezolanos, en distintas oportunidades, causando 62 bajas de efectivos militares. No es posible olvidar las masacres de Perijá, donde murieron 9 guardias nacionales, y de Cararabo, donde fueron asesinados, con gran saña, 8 efectivos de la Armada. La responsabilidad de esos ataques fue siempre asumida públicamente por las FARC y el ELN. El inaceptable coqueteo de Hugo Chávez con esos grupos de izquierda, responsables del asesinato de numerosos venezolanos, produjo una disminución de los  ataques a puestos militares, aunque todavía ocurrieron dos casos: las emboscadas a una lancha de PDVSA, donde murieron una ingeniero y 5 efectivos del Ejército y a una patrulla en el estado Táchira donde murió un efectivo del Ejercito. Justamente, esa es la gran diferencia entre los anteriores ataques, de cuya responsabilidad nadie duda, y cualquier acción vinculada con los paramilitares por el régimen chavista.
La presencia de ese grupo armado de la extrema derecha colombiana surgió como respuesta a la acción guerrillera en la década de los ochenta. Inicialmente  recibió el apoyo soterrado de políticos, militares, ganaderos y empresarios. Sus  operaciones militares se caracterizaron  por un elevado grado de violencia criminal que los condujo a realizar  numerosas masacres y asesinatos de civiles, campesinos y sindicalistas bajo el mando de jefes paramilitares como Carlos Castaño Gil y Salvatore Mancuso. Además de su acción criminal utilizaron como fuente de financiamiento el narcotráfico, el secuestro, la extorsión y el despojo de tierras. El presidente Álvaro Uribe planteó un polémico proceso de desmovilización  que permitió la casi  total desaparición de dicho grupo armado, aunque algunos de sus integrantes se organizaron posteriormente  en las denominadas bandas criminales emergentes que continúan en actividad. Un hecho positivo fue lograr la extradición a los Estados Unidos de varios de los  jefes paramilitares por narcotraficantes.
El régimen chavista ha tratado de confundir a la opinión pública  al señalar que existen vínculos estrechos entre la oposición democrática venezolana  y las  Autodefensas Unidas de Colombia. La verdad histórica es que ese grupo armado desapareció totalmente como organización  con alguna orientación ideológica, sólo permaneciendo activas algunas de las bandas criminales, que se originaron después del proceso de desmovilización. Es posible que existan partidos políticos  pertenecientes  a la alianza opositora, ideológicamente de centro derecha, que puedan tener alguna simpatía política por Álvaro Uribe y su partido Centro Democrático, pero de allí a vincular a la oposición venezolana con los paramilitares es una jugada política que sólo muestra el desespero en que se encuentra Nicolás Maduro ante la estrepitosa caída de su popularidad. El presidente Álvaro Uribe mantiene actualmente un sólido prestigio, indicando que su gestión presidencial, con aciertos y errores, es valorada positivamente por el pueblo colombiano.
Fernando Ochoa Antich
fochoaantich@gmail.com
@FOchoaAntich.

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