Los
críticos de Maduro lo tienen morado con el cuento de sus modales que lo hacen aparecer como un
presidente balurdo. Y de verdad que es
difícil defenderlo. Hace unos días, durante un acto formal para aliviar el
follón fronterizo que él mismo creó con Colombia, al oír sobre la foto oficial
acompañado por los presidentes de Uruguay, Ecuador y Colombia, soltó en alta y
jocosa voz “Con barriga o sin barriga?”. Seguramente su equipo de protocolo
debió rumiar el “trágame tierra” por semejante tarugo.
Pero
el punto que nos anima a escribir es más
importante que las ridiculeces a las que acuden los individuos de baja
autoestima y cultura buscando la caricia de una cara risueña para su
ocurrencia.
Es
cierto que los comportamientos sociales evolucionan y es irreal fijar normas y
conductas eternas. Un buen ejemplo es el largo del cabello de los hombres. Muy
largo fue aceptable en la antigüedad, muy corto en el siglo XX y hoy es
aceptable de cualquier medida incluyendo el rapado.
También
el tamaño de las faldas de las damas ha variado. Mucho recato y largas
vestimentas eran necesarios como muestra de castidad en el pasado y con el
tiempo llegaron a ser diminutos trapos que dejan disfrutar las bellas piernas.
Los
ciudadanos van cambiando lo aceptable socialmente y a los moralistas solo les
queda venir detrás a reescribir el cuento. De tal forma que criticar o evaluar
la actuación de una persona solo es posible cuando se la coloca en su realidad
de tiempo y sus circunstancias, pero, sin embargo, tenemos la obligación de
cumplir las de nuestra época a riesgo de ser considerados mal educados.
Cuando personajes como Maduro o Diosdado hacen alguna tontería fuera del
protocolo ponen la torta y aunque
parezca un tema alejado de cada quién no lo es pues un pequeño detalle, por
banal que parezca, puede enredar las
relaciones entre Países y allí es donde entramos los ciudadanos a pagar
consecuencias.
Un Jefe de Estado representa al País y su conducta debe enorgullecerlo. Decir palabrotas en cadena nacional es una falta mayor hacia los ciudadanos y en especial hacia los niños. Decir “un milímetro de segundo” y no ofrecer disculpas por el error y convertirlo en un chiste, es un comportamiento rufián. Bien “dice el dicho” que los buenos profesores cuestan mucho que pero los malos (por el daño que hacen) cuestan mucho más.
La
chabacanería en los modales va hermanada con la chabacanería del razonamiento.
En estos individuos su tendencia a resolver problemas “a lo macho” , la toma de
decisiones viscerales y el mucho hablar buscando el aplauso son sus típicas
repeticiones.
Un
representante nacional no puede hacer lo que le da la gana. Tiene que respetar
las normas de conducta de su tiempo y ejecutarlas. Si no puede el cargo le
queda grande.
Las
próximas elecciones parlamentarias son un buen comienzo para acomodar estas
cosas.
Eugenio
Montoro
montoroe@yahoo.es
@yugemoto67
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