Mario
Briceño Iragorri hacía ver que nuestro proceso de independencia se inició en
una forma muy prematura, y en esto habría que reparar que fue más obra del
azar; que de la necesidad; si partimos del hecho de que, una vez que Napoleón
despoja del trono a Carlos IV y a Fernando VII, “quedamos –dice el Libertador
en la Carta- entonces en la orfandad. (…) Todos los nuevos gobiernos marcaron
los primeros pasos, con el establecimiento de juntas populares. Estas formaron
enseguida reglamentos para la convocación de congresos que produjeron
alternaciones importantes”.
Claro,
también hay que reconocer que esa colonización, que ha llevado a cabo España en
este continente, ha venido conformando un cierto espíritu de resistencia; ha
creado una conciencia de la necesidad, y es cuando comienzan sus elites
políticas a formarse con el pensamiento de la ilustración; siendo lo más
pintoresco del caso que esta filosofía entra en forma clandestina al país: se
utilizan tapas de La Biblia, para forrar libros de Voltaire, Montesquieu: ¿cómo
explicarnos la formación de un Juan Germán Roscio, Miguel José Sanz, quienes
van a redactar la primera Constitución?
Historiadores como Guillermo Morón colocan a
Miranda como uno de los representantes de esa filosofía (“mi Sócrates peruano”
le endilgaba madame Delfine de Coustine, su eterna novia), y quien ya para la
época abrigaba esa idea de nación única en la América hispánica; que pretendía
llamar Colombia, y que es la que desmenuza el Libertador en la Carta de
Jamaica, sin mencionarlo a él, por supuesto; demostrando que es imposible
formar una sola nación de este conglomerados de pueblos, a pesar de que nos
unen lazos comunes: lengua, religión y cultura; partiendo del hecho de las
circunstancias geopolíticas en las que se encuentran cada uno de ellos en la
extensa geografía del continente sudamericano, y asomando más bien la idea de
una confederación de naciones; algo que intenta en el famoso Congreso de
Angostura; pero en lo que fracasa, tomando en cuenta que ya para la época no
gozaba del mayor consenso, porque produce malicia, a propósito de ansias
imperiales.
Se
pudiera decir que nuestros pueblos fueron conducidos de la mano hacia la
democracia por las condiciones históricas de la época; como incluso, pretendía
el propio Napoleón con España, sólo que su pueblo no lo quería; pues lo único
que solicitaban era que le devolvieran a Fernando VII; no había una conciencia
republicana en la sociedad española, y la que sí había germinado en estos
territorios; pero, precisamente, por esa llegada tan abrupta a la democracia,
el Libertador consideraba que habíamos quedado en la orfandad; que todavía
necesitábamos ser guiados por una nación que demostrara una cierta
perfectibilidad en su sistema de gobierno, y la cual no era otra sino
Inglaterra, a su juicio.
Hay
que tomar en cuenta que todavía no se ha escrito la teoría de la subjetividad
de Carlos Marx, a propósito del tema del colonialismo y del capitalismo
salvaje; que sería complementada con la famosa teoría del imperialismo de
Lenin, y, en ese sentido, no había prejuicios. Incluso, el Libertador hacia el
año 1826 hablaba de la posibilidad de instaurar una monarquía con un príncipe
inglés a la cabeza, y como vio que esta idea no se la aprobaba nadie, entonces
optó por redactar la Constitución de Bolivia; donde establecía el concepto de
una presidencia vitalicia; ideas que por el momento él abjura en la Carta de
Jamaica.
Marx
hace ver que el Libertador no sembró sino anarquía y terror, pero es que eso
es, precisamente, lo que más temía él; algo que tampoco Bolívar admite al
momento de dictarle la carta a su secretario Briceño Méndez: por el momento lo
que concibe son modelos de naciones; pero, eso sí, con la ayuda de Inglaterra,
y se asombra, incluso, que esta nación se haga la indiferente, en lo que se
refiere a la guerra frenética y sanguinaria que ha desatado España en nuestro
continente.
En
efecto, el Libertador toma partido aquí por la Leyenda Negra, en cuanto al
enfoque que él tiene de lo que ha sido la colonización española, y, en ese
sentido, tiene palabras para “el filántropo obispo de Chiapas, el apóstol de
América, (Bartolomé de las) Casas”, reconociendo que él dejó a la posteridad una
breve relación de las barbaridades que los españoles cometieron “en el grande
hemisferio de Colón”.
Incluso,
por esta vía repasa los casos de una conducta inmisericorde e implacable por
parte de los españoles, desde Hernán Cortés, pasando por Francisco Pizarro y
Diego de Almagro, hasta Monteverde, Boves y Morillo, con respecto al trato que
le debían dar al enemigo, es decir, con los grandes caciques aborígenes, como
fueron los casos de Moctezuma y Atahualpa, el llamado derecho de gentes, y los
compara con el caso de Napoleón; quien sólo les concede un asilo dorado a
Carlos IV y a Fernando VII: una barbarie que mostraba el grado de civilización
de España.
Pero
hay algo que también analiza Bolívar en la carta, y es el hecho de la
menoscabada nacionalidad, que poseen los nativos de la América hispánica,
quienes no son sino españoles de segunda, sin derecho al ejercicio de ciertos
cargos, incluso, dentro de su propio territorio, y hasta se permite poner lo
que sería un contraejemplo, cuando dice que son más dignos los pueblos de
Turquía y Persia, gobernados por “soberanos despóticos”, que nosotros, porque,
al menos, estos sátrapas son turcos y persas, “mientras que a nosotros, además
de privarnos de los derechos, que nos correspondían, nos dejaban en una especie
de infancia permanente, con respecto a las transacciones públicas”.
Enrique
Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo
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