viernes, 25 de septiembre de 2015

EGILDO LUJÁN NAVA, HAMBRE Y RABIA

Los aliados más provechosos de que ha gozado el Gobierno durante sus 17 años,  sin duda alguna, han sido la propaganda y el uso hábil de la mentira. Es decir, no ha sido, como dicen muchos, la astucia política y la capacidad para el empleo de la estrategia y de la logística militar.

Pero tales aliados ya se agotaron, perdieron fuelle, y ahora a la elite rectora no le ha quedado más alternativa que apelar a la equivocada creencia de que  conduce a una población dispuesta a someterse al cambio de enfoques sociales, porque su cerebro no es capaz de discernir sobre otras cosas que no sean sumisión, miedo y burlarse de sus miserias apelando al chiste y a la broma de cafetín.

En esa realidad de hoy, es que el Gobierno, entonces, se ha lanzado a promover aventuras políticas alrededor de los casos del Esequibo y de Colombia. En el primero, la gracia se le convirtió en morisqueta. En el segundo, se la juega para evitar que se le convierta en una desventura, con peores y más graves consecuencias que las que ya están viviendo los tachirenses, quizás también los  zulianos. Y ojalá que no incluyan, además, a los pobladores de Falcón, Bolívar, Nueva Esparta, Anzoátegui, Sucre y Amazonas. 

Por supuesto, en la jugada se le ve la costura al propósito por mampuesto de llevarse consigo, además, la anulación de los comicios del 6D, o de restarle fuerza al rechazo que se ha ganado con su incompetencia y peor manera de gobernar.

En el caso con Colombia, el Gobierno venezolano sabe perfectamente que todas las fronteras  representan zonas de cuidado y atención. También que cuando los países colindantes guardan grandes diferencias entre los modelos económicos que  definen sus desarrollos, sencillamente porque sus motivaciones ideológicas no son homogéneas, entonces, de lo que hay que ocuparse es de evitar que dichas diferencias terminen en tensiones. Y mucho más, si por esas mismas definiciones –o debilidades-  ideológicas, entre ambos territorios se mueven fuerzas militarizadas que son combatidas por un Gobierno y admiradas, alabadas o respaldas por el otro.

Si hay conciencia de eso y el argumento público que se usa para justificar procedimientos como las medidas de excepción, operativos, movimientos de tropas, es que están dirigidos a favorecer a las poblaciones de los dos países, ¿por qué, paralelamente, no se ofrecen demostraciones convincentes de que hay voluntad activa para solucionar los motivos que provocan las diferencias?.

Para resolver las tensiones y sufrimientos de los ciudadanos de ambos países, tienen que haber disposiciones a alcanzarlo, tanto civiles como militares. Y eso incluye, sin duda alguna, la tolerante permisividad desde ambos lados, para que la corrupción siga siendo la fuente de enriquecimiento también con doble cedulación.

Los orígenes de los problemas que se dan en Colombia en su relación fronteriza con Venezuela, los deben enfrentar las autoridades colombianas. Y los de este lado, desde luego, por las autoridades venezolanas, que saben perfectamente cuáles son: los controles de precios y de cambio, con la brutal devaluación del bolívar, el demencial sistema de cambio que se mantiene interesadamente, para justificar la vigencia del disparatado dólar a Bs. 6,30 y al otro extremo el de Bs. 700,oo para la compra en el exterior de productos de primera necesidad, cuyo precio de venta al público en Venezuela es infinitamente menor que el establecido en los países vecinos.

¿Dudan el Banco Central de Venezuela, el Cencoex, el Seniat, la Guardia Nacional que ese par de controles no son el punto de partida y de llegada para que exista una enorme fuga de todo tipo de productos para ser vendidos fuera de las  fronteras venezolanas, a precios que generan ganancias galácticas?. ¿Dudan, asimismo, que eso no lo evitarán jamás cerrando puentes,  vías primarias entre los países, cuando  saben, por otra parte, que Venezuela y Colombia se unen por  decenas de trochas o caminos verdes no custodiados, y miles de kilómetros de fronteras terrestres, marítimas y fluviales?.

Por otra parte, ¿ a qué se debe esa curiosa conducta compartida por el Poder Ejecutivo y Petróleos de Venezuela, para diferir eternamente la sinceración o ajuste  del precio de la gasolina, hasta llevarla al oscilante valor internacional?. Algunos afirman que es un procedimiento administrativo patético, porque en Venezuela llenar el tanque de gasolina de un carro cuesta Bs. 5,00, es decir, menos de un centavo de dólar, y fuera de las fronteras cuesta $ 40, equivalentes a Bs. 28.000.  La diferencia de precios es obvia; la razón de fondo para mantenerla es la madre y el padre de lo obvio. Sobre todo, si porque la diferencia existe y el precio no se toca, se hace posible que se fuguen clandestinamente millones de litros diarios  de gasolina que, según cifras oficiales, le provocan a Venezuela la pérdida anual de unos $ 10.928 MILLONES.¿Y que van al bolsillo de quién o de quiénes?.

En Venezuela, ya no hay la abundancia de dólares que, como lo dijera el hoy anulado  exministro Jorge Giordani en su oportunidad, permita su derroche en la actual campaña electoral. Se hizo durante la última presidencial del ausente Hugo Chávez Frías. Lo permitían los precios del petróleo. Hoy sólo quedan miles de nuevos ricos involucrados en la importación de 80% de lo que consumen los venezolanos, indistintamente de que su participación se traduzca en la ruina de los sectores privados productivos, y que  el país se vea sometido a vivir en un ambiente de gran escasez y con una hambruna que comienza a tocar las puertas de los despachos públicos. Algunos dicen que eso no es cierto ni posible; la mayoría, en cambio, manifiesta que en Venezuela ya no hay más dólares y que los bolívares para derrochar, sólo están alimentando la inflación. Y, al final,  todo se está traduciendo en hambre y rabia.

La Democracia, aun maltrecha, pisoteada o convertida en tarantín político, ofrece vías para, corregir, solucionar y cambiar de rumbo. Hay que recurrir a esa posibilidad. Porque la desesperación, la inseguridad y el hambre están engendrando sentimientos y reacciones impredecibles. Es hora de tomar medidas cruciales para evitar posibles males mayores. Y hacerlo, inclusive, a partir de previos entendimientos institucionales que contribuyan a aminorar la incidencia en esos cruzados sentimientos en el sistema de vida en el país, aunque mucho más en el estómago de cada venezolano.

La responsable evaluación de escenarios económicos apoyados en esa lógica económica de la que, seguramente, no se debe hablar en el Gabinete -que no es tal- ni tampoco, quizás, en el Banco Central -del que sólo queda un nombre y un prestigio mancillado- conduce a una pragmática recomendación: unificación cambiaria alrededor de un valor aproximado de Bs. 140,oo/$, mientras se libera la compra de divisas, dejándola flotar en su valor por la demanda y oferta; reemplazar el régimen de control de precios por un sistema administrado transitorio, hasta que el libre mercado pueda funcionar con autonomía plena.  

De igual manera, hay que incentivar a los productores del campo con un acceso real al sistema financiero que facilite el emprendimiento productivo y promueva el rendimiento productivo y competitivo. Las tierras productivas que fueron expropiadas y cuyos dueños siguen sin recibir el pago por dichos bienes, se les deben regresar a estas personas con sus respectivas compensaciones. Y la agroindustria, definitivamente, tiene que dejar de estar al servicio del capricho burocrático, y convertirse en el gran motor de la oferta   nacional e internacional de alimentos, dada su ya reconocida capacidad procesadora y el estricto cumplimiento de los más exigentes estándares de calidad del mundo.

En el caso de la industria privada, hay que ofrecerle la posibilidad de su recuperación, coadyuvándola en su desarrollo, a partir de su incorporación a la modernización  del equipamiento  de  sus maquinarias y del acceso a las materias primas que no se producen en el país y que necesita para dinamizar sus operaciones. Desde luego, como en el caso del sector primario, en la parte industrial también se deben regresar las empresas expropiadas con sus respectivas compensaciones a los propietarios afectados. Y en el caso de aquellas empresas en manos del Estado que sólo son mantenidas con fines clientelares, deben ser negociadas por vía accionaria a los trabajadores y particulares con voluntad de riesgo, para incorporarlas a un ritmo productivo y competitivo formal y responsable.

Medidas como éstas, entre otras tantas, serían necesarias para recuperar la economía nacional, generar empleos productivos y bien remunerados. Se atacarían las causas de la escasez. Y la inflación pudiera comenzar a ser domada, siempre y cuando  las devaluaciones pasen a ser un recurso monetario para vigorizar la capacidad competitiva de la producción nacional a nivel internacional, y no la excusa de siempre para alimentar la voracidad fiscal del Estado venezolano.

El hambre y la rabia colectiva que se percibe en las colas y en donde no hay colas   para acceder a los bienes de primera necesidad, se manifiestan entre venezolanos que ya no caen en la trampa lingüística de la guerra económica y de falsas justificaciones gubernamentales, para no evitar que lo malo de hoy pase a ser la causa de lo peor de mañana.

Escasez, inflación, inseguridad, desempleo no son fantasmas en esta comarca latinoamericana. Son realidades. Una verdad de dimensiones inimaginables, cuya peor composición está dada por el empobrecimiento de profesionales, trabajadores y amas de casa, por igual. Un serio y grave problema que debe ser atendido y comprendido por el Gobierno, y no convertido en un recurso utilitario para justificar rencillas fronterizas que, en el peor de los casos, pudiera terminar provocando un agravamiento de esa subjetiva impresión de que la anarquía comienza a tomar cuerpo en Venezuela. ¿0 es que no cuenta el costo referencial de la “rencillita” Argentina por Las Malvinas?

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan

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