Decía el prestigioso diario Financial Times
hace pocos días que China nos ha acostumbrado a que muchos de sus productos de
marca no sean originales sino meras copias y que además, su calidad diste mucho
de ser lo que ofrece la etiqueta. Es decir que la trampa está presente en un
sinnúmero de sus productos industriales destinados a consumo propio o al del
exterior. ¿Pero qué ocurre cuando la trampa toca temas de bastante mayor
calibre que la calidad y el precio de una cartera de Chanel o de un reloj de
Tissot ?.
Ya hace semanas que los sinófilos se
interrogan si China también le está mintiendo al planeta- esta vez con la
anuencia del gobierno- en lo atinente al tamaño del descalabro que se gesta
dentro de su economía.
Varios elemento contribuyen a presumir que el
mundo esté siendo engañado o mal informado en torno a un asunto de importancia
superlativa. Uno de ellos es la metodología de recabación de la data, la que
puede distar mucho desde los centros de medición en Beijing hasta Washington o
a donde quiere que se encuentren los órganos internacionales que abordan las
variables macroeconómicas para vaticinar el rumbo de las dinámicas globales.
Es cuerdo pensar que dentro de la misma china
las regiones y la capital tengan serias diferencias conceptuales sobre la
manera de medir el progreso económico.
Pero aun si se desestiman tales diferencias,
el hecho de que China no vaya a crecer por encima de 10%, como fue la tónica que movió al mundo por
muchos años, sino 7%, ya representa un frenazo capaz de descarrilar a economías
como Brasil o el conjunto de los países de Africa y de impactar seriamente a
quienes viven de la exportación de las materias primas que allí se
consumen . Pero si la descolgada no
fuera de 10% a 7% sino de 10% a 5% estaríamos en presencia de una debacle de
proporciones épicas no solo para el mundo sino para la propia China. Estaríamos
a la vuelta de un desarreglo social sin precedente para cerca de la mitad de la
población del globo.
Pero hay expertos que aseguran que nunca el
cacareado crecimiento chino de más de 10% por cerca de 35 años fue real, sino
al menos 2,5 puntos menor, ya que nunca el efecto de la inflación fue
descontado. Aun si China no había crecido interanualmente sino a razón de 7%,
tal ritmo de expansión luce igualmente estrambótico. Si damos por buenas la cifras
que anuncian para este año, y a ellas las castigamos descontando el efecto
inflacionario, tendríamos que el país pudiera crecer este año entre 4,5% a 5%.
El
caso es que los indicadores oficiales no parecen ser confiables, lo que es
particularmente grave si las economías mundiales deben alinearse en sus propios
planes y proyecciones en concordancia con la real dinámica del gigante. Los
grandes inversionistas transnacionales están, para esta hora, basando sus
decisiones en dar por cierto un crecimiento cercano a 5%. ¿Prudencia, temor, anticipación a un colapso
más voraz que el esperado?
En
definitiva, si los números macros no son totalmente exactos en otros países
emergentes de mediana talla que tienen una mínima gravitación en los vaivenes
económicos internacionales, una alteración del ritmo de expansión resulta
manejable para el resto. En el caso del coloso chino un punto apenas de
distancia en la medición de su desaceleración puede significar la bendición de
unos - los propios chinos- o la maldición de otros que conformamos el resto del
planeta.
Beatriz
De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
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