jueves, 3 de septiembre de 2015

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, MALOS, MUY MALOS TIEMPOS

Enfrentamos malos, muy malos tiempos. Temo que en el seno de los partidos dominantes en la MUD no se saquen las debidas conclusiones y se corra la arruga del desastre y la frustración hasta otro proceso electoral. O deberemos, como sociedad civil, asumir la responsabilidad de crear el organismo capaz de ver la tragedia cara a cara y avanzar hacia las auténticas soluciones. El resto es silencio.

Nicolás Maduro decide decretar el estado de excepción –a más grave decisión de un Estado asediado para verse autorizado constitucionalmente a ejercer un mando abiertamente dictatorial y policiaco– y cerrar la principal frontera que nos separa y hermana con Colombia por una situación de descontrol provocado por su mismo gobierno. Cerrar las fronteras para impedir el comercio entre un país desarbolado y aquejado de una grave crisis socioeconómica y otro sólido y estabilizado es como pretender sellar una red zurciendo sus cordajes. 

Si con un dólar fronterizo se pueden comprar 7.000 litros de gasolina, nadie debe extrañarse de que un comerciante se sienta tentado a llevárselos a Colombia y venderlos a su precio real. Mejor negocio, imposible.

¿Qué sucedería en nuestro país si en el intempestivo supuesto negado de una arrolladora victoria electoral, la oposición sacara del poder a la banda castrista que lo usurpa y lo pusiera en manos de las fuerzas vivas, serias y responsables que sobreviven en Venezuela? ¿Cómo haría ese supuesto e impensable nuevo gobierno de salvación nacional para recuperar las coordenadas de una sana y sincerada economía, poniendo los productos a sus justos precios de mercado como para incentivar el aparato productivo, llenar los anaqueles, ponerle fin a la barbarie de colas y bachaqueo, atraer inversiones y volvernos al redil de las naciones sensatas si, por ejemplo, para recuperar Pdvsa del burdel en que la hundiera el castrochavismo se comenzara por poner el litro de gasolina al precio del mercado mundial? ¿Es imaginable un litro de gasolina a 70 bolívares, solo para volverlo al precio fijado por las propias autoridades, a saber, 10 centavos de dólar, lo que sigue siendo un regalo?

Rafael Poleo insistía en afirmarme que el paquete económico de Miguel Rodríguez –la más sensata y lúcida de las políticas económicas jamás intentadas en la Venezuela democrática para zafarla del delirio clientelar y populista de casi todos los gobiernos democráticos– solo era posible en Venezuela bajo un gobierno pinochetista. Es decir: bajo el imperio de una dictadura militar de derechas, tan férrea, implacable y resoluta como la que sacara a Chile de un pantano mucho menos devastador que el que hoy sufrimos y la convirtiera en la primera economía suramericana.

Pues, por inmensamente mayoritario que sea el rechazo, ya convertido en odio desatado, contra Maduro, Cabello y sus pandillas castrocomunistas y por evidente que sea el desastre causado a la patria, luego de empobrecer más a los pobres y enriquecer más a los ricos, deben ser miles las bandas criminales de colectivos, pesuvistas, comunistas y ultraizquierdistas de toda laya y condición dispuestos a inmolarse en un baño de sangre por impedir el regreso a la normalidad de un país que lo reclama a los gritos. Si la caída de Pérez Jiménez provocó la devoradora apetencia por golpes de Estado de extrema derecha y extrema izquierda y el despliegue de una cruenta guerra de guerrillas que lejos de aplacarse y desaparecer tras su derrota, se retiró a conspirar en sus cuarteles militares y civiles a la espera de que sucediera lo que por culpa de la gigantesca irresponsabilidad de las élites finalmente sucediera –la revolución bolivariana– ¿qué hace presumir que a la caída de la dictadura castrocomunista de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello no se desatarán las mismas apetencias?

Los remedios, es sabido, deben estar por lo menos a la altura de las enfermedades. Seguir escondiendo la cabeza en los arenales del electoralismo sin adelantar las necesarias certidumbres de lo que se hará en caso de ver frustradas las legítimas aspiraciones de victoria tras otro fraude continuado, demuestra una dramática carencia de sentido común y sentido de responsabilidad política. No concientizar a los mayoritarios sectores democráticos acerca de las gigantescas dificultades policiales, militares, de orden público y de sacrificios materiales que enfrentaremos al asumir el control del país, da pruebas de un trágico infantilismo político. No asumir con rigor, responsabilidad, estatura y solvencia moral los desafíos que enfrentamos y deberemos enfrentar supone dar por perdida una batalla que ni siquiera comienza. Sin un fervoroso patriotismo, una sólida unidad nacional tras objetivos trascendentes y un acendrado espíritu democrático no saldremos del marasmo. Ocultarlo es un crimen.

Enfrentamos malos, muy malos tiempos. Temo que en el seno de los partidos dominantes en la MUD no se saquen las debidas conclusiones y se corra la arruga del desastre y la frustración hasta otro proceso electoral. O deberemos, como sociedad civil, asumir la responsabilidad de crear el organismo capaz de ver la tragedia cara a cara y avanzar hacia las auténticas soluciones. El resto es silencio.

Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
‏@Sangarccs

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