domingo, 6 de septiembre de 2015

ALBERTO JIMÉNEZ URE, ULTRAJES

«Tengo muy mala opinión del Ser Humano […] No soy una persona atormentada: sólo un hombre decepcionado de todo […]» (En el diario El Nacional, Caracas, el 15-11-1999/Fragmentos de entrevista que me hiciera Andreina GÓMEZ)

No es cierto que el «ultraje» sólo se sucede cuando que se comete cualquier acto no consensuado contra la «dignidad», «integridad» y «derechos universales» de una persona o pueblos.  A causa de ese equívoco razonamiento, el ejercicio de la Democracia deviene en «acto fallido». Todos concedemos que es insustituible la metodología de sufragar (en secreto y sin pujas coercitivas, vejatorias e intimidantes) para elegir a quienes serán investidos de mando y administrarán las riquezas de las naciones a las cuales deberán conducir (no arrear) tras jurar acatarán y harán cumplir una constitución y leyes. Empero, lo que en materia política muchos deciden siempre exuda una abominación: encorva a la  «minoría» que consiente votar pero no logra satisfacción. Por ello, a partir de la ceremonia de asunción,  el «jefe de estado» segrega y discrimina fundamentándose en una «voluntad popular» de súbito írrita.
El individuo que es «inferiorizado» al exhibirse «poquito» ante la caterva se hallará, jurídicamente, en situación de orfandad por cuanto el azar  o destino no le (satisficieron) impartieron justicia y menos lo harán los vencedores presuntos. He ahí la partida de nacimiento de la «Sempiterna Democracia Fallida». La derrota electoral es una forma de «ultraje»: porque, virtud a costosas y engañosas propagandas o habilidad de algunos frente a sus adversarios políticos para persuadir/enamorar al «Vulgo», tendrá consecuencias que abatirán a quienes «pudieron menos» y recibirán malos tratos o sufrirán fortuitas penurias. Que, aparte, igual temprano también esos que se creyeron vencedores serán fustigados.
La presencia de predadores en palacetes, cuarteles y demás organismos públicos edificados para urdir infinidad de ultrajes, constituye uno de los estigmas de una -hace centurias- abortada «democracia» que timadores expertos mantienen en «coma inducido». A los pueblos, custodios/canallas que relevadores de otros que están en el «Corredor de la Muerte» informan que ella está viva y bien cuidada: pero no les permiten verla. Si lo estuviese ya sería un prodigio por longeva. Sobre ella todos satirizamos, en la calle o claustros universitarios donde sesudos difunden que pudiera engendrar auténticos estadistas: que peor es padecer a «superiores de facto». Que puede ser «participativa» o «representativa», «corrupta» a veces, pero «perfectible».
No se sabe dónde (sí por cuáles causas) la «Democracia» permanece confinada: pero, el «Ultraje de Funcionariado» es imagen corporativa de Estado. En el curso de un convite al cual fui invitado por dos notables y ya escindidos filósofos, Ángel J. CAPELLETTI y Lino RODRÍGUEZ ARIAS-BUSTAMANTE (admirables intelectuales que me permitían expresarme sin ambages), inferí que mi cerebro no concibe la fusión de los «actos de gobernantes» con «decisiones de Estado»: que juzgo ridículo calificar como «totalitarios» o «forajidos» a específicos estados para exculpar, con un simple ardid semántico, a quienes lo «representan».
«[…] Sin saber qué significa, los déspotas son deudos del antropomorfismo […]» -rápido, esclareció CAPPELLETTI.
«[…] También de la prosopopeya e idolopeya […]» -añadió RODRÍGUEZ ARIAS-BUSTAMANTE.
Así como las leyes no eximen a los ignorantes o analfabetos de su cumplimiento, tampoco los violadores seriales que controlan repúblicas dan tregua a la mayoría que presumió triunfado eligiéndolos para gobernar. Ello responde a una premisa: todo político en situación de aspirante es un defenestrado que no busca el poder para, tras su consecución, permanecer anclado entre la servidumbre que lo ha parido. Anhela  dar un salto desde la pobreza hacia  la opulencia. El poder es un software de aplicación que no cambia a nadie: la mujer u hombre que logra alcanzarlo simplemente descubre su «Álter Ego», su otro mediante cuyas perversidades o bondades se conducirá en una sociedad que le concede privilegios validándole tanto su deleble impunidad como improbable magnificencia.    
Alberto Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor

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