Odio,
torpeza estupidez, crueldad, alevosía. Todo eso, y mucho más están presente en
la animalada (con el perdón de quienes protegen los animales y se ofenden por
una expresión como esa) que ha cometido el ilegítimo con el cierre de la
frontera binacional en el estado Táchira.
El
cierre de una frontera es una medida extrema que se adopta en casos de
auténtico peligro de que estalle un conflicto militar con un Estado vecino. Sus
consecuencias son, por lo general graves, e inevitablemente dejan una cicatriz imborrable
en la población del país agraviado así su gobierno haya manejado el caso con
prudencia como lo ha hecho Juan Manuel Santos.
El
motivo que supuestamente originó esa atrocidad es sumamente confuso. Lo único
cierto es que varios militares resultaron herido en un intercambio de disparos
pero no está claro quién o quiénes fueron los autores. El régimen recurre al
consabido expediente de atribuírselo a unos “paracos” y segura que ya capturó a
algunos de ellos y tiene identificados a los demás. Otra versión asegura que
fue un enfrentamiento entre miembros de dos alas del Cártel del Soles, es
decir, dos bandas rivales de narcomilitares que se disputaban un botín. Todo
parece indicar que la segunda versión es verosímil y está soportada con
testimonios presenciales, mientras que la
primera versión es simplemente un subterfugio para encubrir la verdad
verdadera que nunca se sabrá. Existe, evidentemente, una competencia entre el
ejército y la Guardia Nacional por los beneficios del contrabando y el gobierno
se hace la vista gorda porque es cómplice.
Los
atroces atropellos cometidos contra los habitantes de la zona son solo
comparables con los que aplicaba el nazismo, la persecución de colombianos se
parece a la campaña de “blanqueo étnico” contra los no musulmanes que tuvo
lugar durante la guerra de los Balcanes, la demolición de viviendas parece
estar inspirada en la política similar aplicada por Israel a los palestinos en
represalia por sus actos de terrorismo. Pero lo más grave y doloroso es la
medida de retener a los niños nacidos en Venezuela arrancándoselos a sus
padres, tal como ocurría también bajo la satrapía hitleriana.
Los
relatos de las víctimas, la descripción de los atropellos, vejaciones,
violaciones, robos y hasta ejecuciones
cometidos por la fuerza militar contra los colombianos radicados en este
lado de la frontera son espeluznantes. Hay quienes aseguran que los autores de
esos hechos no son venezolanos, que son gorilas cubanos importados. No me
extrañaría que fuera cierto. El ensañamiento, el salvajismo, la barbarie, la
sevicia colectivos con que actúan los efectivos militares contra los pobladores
en la frontera nunca se vio antes en nuestro país, ni siquiera bajo las
dictaduras más sanguinarias que ha soportado Venezuela. No distingue entre
niños, jóvenes, adultos o ancianos, mujeres u hombres. Simplemente actúan
ciegamente para cumplir la tarea que les han encomendado.
La
pregunta que se hace todo el mundo es: ¿qué persigue el ilegítimo con esa razia
anti-colombiana? Las respuestas son muchas y todas son válidas: ocultar el
desastre que reina en Venezuela; crear
condiciones para someter todo el territorio nacional a un estado de emergencia
similar al impuesto en la frontera; distraer la atención de la ciudadanía de
los problemas de inseguridad, desabastecimiento, insalubridad, empobrecimiento
general, aniquilación de la clase media; proteger las mafias corruptas de
traficantes de drogas que desangran el país;
generar condiciones para postergar o suspender las elecciones
legislativas; el desespero ante la
posibilidad, o más bien la certeza, de que en los comicios legislativos la
oposición desplazará al oficialismo y se
dará inicio a una etapa de cambio.
Todo
eso forma parte del coctel que mantiene embriagados al ilegítimo y todos sus
incondicionales que viven bajo el terror de que se acerca la hora en que
tendrán que rendir cuenta del mayor crimen que se puede cometer: convertir un
país privilegiado por Dios y la naturaleza en una piltrafa vergonzante que, de
ser un modelo para otros, se ha convertido en el hazme reír de la comunidad
internacional, un país que era motivo de envidia hoy lo que inspira es lástima
y bochorno. Cuando viajamos al exterior constantemente recibimos expresiones de
condolencia: “lo sentimos mucho por su país”. Es realmente triste que un país
maravilloso se encuentre en una situación de postración como la que vivimos.
En
el fondo, lo que mueve al ilegitimo es
envidia hacia Colombia, frustración
porque ni él su padre putativo, el dictador que lo precedió y lo puso en el
lugar donde está, pudieron minar a Colombia con el socialismo trasnochado y
caduco que ha servido para destruir a
Venezuela mientras, por el contrario, el vecino país mantiene un ritmo de
progreso y desarrollo constante.
Los
cuentos chinos de guerra económica, conspiraciones, subversión, o agresiones
provenientes de Colombia o de los Estados Unidos, los planes de magnicidio, la
supuesta connivencia de figuras políticas venezolanas con personalidades de la
política norteamericana y colombiana ya no los cree nadie, pero siguen
utilizando ese subterfugio porque piensan que todos los venezolanos somos lerdos, tarados y deficientes como ellos.
Razón tiene el ex – presidente Gaviria de
proponer el retiro de su país de esa entelequia que llaman UNASUR, un
instrumento inventado por el fenecido dictador y su compinche Lula para
proteger sus regímenes corruptos. Razón tiene también al enrostrar al
Secretario de esa organización, Ernesto Samper por su camelionismo ante la crisis colombo –
venezolana. Creo también que el Procurador General de Colombia tiene razón
cuando califica la conducta del régimen madurista como un crimen de lesa
humanidad y anuncia que presentará una denuncia ante el Tribunal Penal
Internacional en La Haya. De la misma mantera apoyo la iniciativa del ex –
presidente Uribe de denunciar al Gobierno venezolano ante la CIDH por todos los
atropellos y violaciones de los derecho humanos cometidos contra los
colombianos en la frontera.
Sabemos
que todo eso “le rueda”, como dicen, al ilegitimo, pero contribuye a mostrar a
la comunidad a la ralea de gobernante que en mala hora tenemos.
Ahora
el ilegítimo ha ordenado que se haga una “revisión” a fondo de las relaciones
con Colombia. ¿Qué significa eso? No es
la primera vez que se anuncia que las relaciones con otro país van a ser
“revisadas”. Esto pareciera confirmar que las relaciones de Venezuela con otros
países han andado a la deriva, sin
orientación ni objetivos. Improvisación pura y simple. El cierre de la frontera
lo demuestra.
Mientras tanto, deja aquí el candelero ardiendo y viaja al el Lejano Oriente para implorar a Viet Nam y China misericordia que le permita impedir, por lo menos hasta el 6 de diciembre, que el país naufrague en la insolvencia.
Adolfo
Taylhardat
adolfotaylhardat@gmail.com
@taylhardat
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