Nicolás
Maduro y su corte, están conscientes que el rojo rojito del chavismo está
palideciendo ante la ola de impopularidad del gobierno engendrada en la
ineficiencia, la corrupción y el abuso de poder
de sus funcionarios.
Convencidos que no pueden perder tiempo ni subestimar a sus rivales, y que apartarse
del poder puede significar grandes contrariedades, están montado una tramoya
que les permita perpetuarse en el poder, aunque sea con menos legitimidad que
la que han disfrutado hasta ahora.
La
primera puesta en escena es la de nación amenazada. Sumada a denuncias de complots en los que se acusan
a sectores de la oposición de estar vinculados a factores extranjeros, en este
caso Estados Unidos, el enemigo preferido por los déspotas.
Sigue
la persecución a ciertos opositores, lo que genera dudas y desconfianza en ese
sector, labor que se refuerza sembrando la discordia con rumores, amenazas y
distinciones a determinadas
personalidades u organizaciones, incluidas acciones judiciales.
Dividir
es el objetivo principal del oficialismo,
por eso la interdicción de candidatos de la oposición a la Asamblea
Nacional, junto al rechazo de los observadores
internacionales que no estén comprometidos con el régimen.
Otro
instrumento en el arsenal del régimen es estimular la inseguridad pública. Un
ambiente de caos producido por saqueos y otras conductas delictivas aunque
muestre la incapacidad del gobierno para resolver los problemas del país,
generaría una crisis de gobernabilidad que solo el uso de la fuerza podría
controlar.
Un eventual “caracazo” a nivel nacional en vísperas de elecciones, sumado a los graves problemas que enfrenta el gobierno, facilitaría a los sectores más extremistas del oficialismo recurrir a la fuerza para imponer el orden, acción que repercutiría en la suspensión de los comicios o la reducción de las garantías constitucionales, condiciones que harían imposible el triunfo de la oposición.
Es
evidente que la oposición enfrenta una vez más el difícil reto de pugnar
contra un régimen que al estar
legitimado por el voto y controlar las instituciones del estado, cuenta con la
opción de criminalizar los factores políticos que le adversen, particularmente
a sus líderes.
El
fortalecimiento y desarrollo de fuerzas con capacidad para enfrentar el
despotismo electoral es muy espinoso, pero es aún más complicado si se intenta
vincular el trabajo electoral con demandas cívicas, una de las pocas formulas,
dentro de la legalidad, que pueden tener
resultado en la confrontación no violenta con el despotismo surgido de las
urnas.
Además
es un serio desafío para la oposición conservar la unidad de objetivos y
métodos, si se tienen en cuenta los
diferentes segmentos que la componen, mientras el régimen, más allá de las
eventuales diferencias que puedan existir en la cúpula, siempre presenta una
fachada sólida, ya que el poder sirve como fuerza aglutinadora.
La
situación demanda que la oposición sea
tolerante con las diferencias endógenas, poner el acento en la
comunicación directa con sus partidarios,
con la ciudadanía en general y también con las bases del oficialismo.
Esta última disposición no implica cambiar o aceptar propuestas que atenten
contra los valores y principios que se ha propuesto defender.
Es
de suponer que en el marco opositor
hay políticos y activistas sociales
comprometidos con los valores democráticos, pero conscientes que las dictaduras
de terciopelo legitimadas en el despotismo electoral, demandan acciones en el
precario margen de legalidad que concede el régimen a los que le desafían.
Estos
dirigentes, el principal objetivo a destruir por el gobierno, comprenden
instintivamente que las reglas de juego para enfrentar una autocracia
legitimada por el voto y con capacidad de sobornar a la población manipulando
sus necesidades más básicas, no son las
mismas que plantea una campaña electoral en la que los derechos de los
contendientes son respetados.
Por
otra parte los conflictos internos disminuyen las críticas y cuestionamientos,
mientras limitan la posibilidad de elaborar programas, proyectos viables, que
presenten alternativas concretas para dar solución a los problemas que el
gobierno ha sido incapaz de resolver.
Interpretar
y desarrollar actividades contra un régimen despótico fundamentado en la
legitimidad que otorgan los votos de unos comicios plurales y secretos, es
sumamente complejo por lo que demanda una inventiva para la que los políticos
de formación genuinamente democrática deben prepararse.
El
chavismo está consciente que la popularidad del régimen esta en cuidados
intensivos y que a pesar del control que ejerce sobre la institución electoral
pueden perder las elecciones, por eso enfocara muchos de sus recursos en incentivar
los conflictos y exacerbar las
diferencias.
La
oposición debe blindarse contra sus propias contradicciones, enemistades y
diferencias, sus conflictos internos podrían darle la victoria, real o trampeada, al gobierno, lo que resultaría en una siembra de
desesperanzas entre sus partidarios muy difícil de remontar en el futuro.
Pedro
Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43
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