" Seríamos una sociedad mejor si no transigiéramos
al chismorreo. No hablar mal de nosotros, aun siendo cierto, es lo
ganancial"
En el texto, Tomás de Aquino como antecedente medieval de
la tolerancia moderna, Ezequiel Ellez Maqueo nos habla del "martirio"
que debe enfrentar el filósofo, el político, el pensador o el ciudadano de a
pie, para soportar al "charlatán de oficio". Importante revisar estas
notas en un país, donde hablar mal de los demás, para no-pocos, es el pan de
cada día...
Basilio de Cesárea cuenta de un campesino sencillo y sin
letras, pero de una fe inquebrantable, llamado Barlaam -nacido al igual que el
poeta griego en Cesárea de Capadocia-, quien se hizo célebre en 303, en tiempos
de la persecución romana a los cristianos, por el emperador Diocleciano,
cuando después de pasar por la cárcel,
el escarnio, los azotes y el potro, sin una sola queja, fue llevado a rastras
para un sacrificio al "padre de los dioses", Júpiter. Ante la negativa
del procesado, los guardias extendieron a la fuerza su brazo para que la mano
estuviese encima de las llamas. Le colocaron incienso en la palma para que al
menor movimiento, la unta cayera sobre las brasas. Barlaam mantuvo firme su
palma y la llama le consumió su mano, pero su corazón siguió impertérrito. Al
final el fuego quemó por completo a Barlaam....
Cito este pasaje cristiano del poema de San Basilio de
Barlaam, y su victoria contra el fuego, por ser correspondiente al dolor y a la
resistencia, que el inocente debe demostrar frente a la calumnia. Como Barlaam,
el tema es decidir si no hacer caso a la infamia, por charlatana y de baja
ralea o al menos -filosóficamente"-, dedicarle un pensamiento, una
impronta, una digna respuesta, al agravio, siendo lo cobarde, la ofensa
libertina, y lo noble, desnudarla.
Este columnista, como gemía el Quijote, "a riesgo de ser castigado por los dioses de la caballería", ha decidido asumir el reto de elevar mi brazo, frente al fuego del sabotaje intelectual (y espiritual), que comporta hablar mal de otro, olímpicamente. Porque como me decía un amigo "En Venezuela hablar mal es el deporte nacional...".
El problema que aquí subyace, es la necesidad -decía-
como pensadores, como ciudadanos de a pie, como parte de una idiosincrasia que
me empeño en ilustrar, de deponer ciertas creencias (y carencias), que poco
respetan el honor del otro, en medio de la contradicción de la pluralidad de
opiniones.
El conflicto pasa por adoptar una actitud
epistemológicamente correcta, frente al calumniador, al hablador de saco pues,
dicho en hispano. No incurrir en el absolutismo (Dixit Aquino) de la
intransigencia, pero si transigir con sentido de preeminencia y autoridad...
Ellez Maqueo nos habla de relativismo absoluto o la
imposibilidad de asumir absolutos morales. No somos dueños de la verdad, pero
no podemos ser víctima dócil de la mentira. Dicho en cristiano: O plantamos
cara o dejamos la controversia del tamaño del impostor (pobre y corta). Quizás
se puede ignorar al calumniador. Pero lo que es inevitable, es desmentir la
hablilla, el chisme, esa cháchara grupal y venenosa, que nos derrumba como
nación.
Me gusta de los autores medievales como Tomás de Aquino,
su aporte clásico a la tolerancia. Virtud que nos permite redimir diferencias
conceptuales. Pero la cosa se complica cuando la discrepancia deviene en falsa
imputación.
¿Cabe tolerarla? Si todo queda en un bocazas, no es
inteligente, ni virtuoso, darle caña. Pero si la infamia se hace viral por
gozar de la tribuna a los mal-hablados, el asunto toca encararlo... Una cosa es
"soportar ciertas circunstancias y señalamientos en un ejercicio de
adversidad intelectual, donde el silencio y la prudencia son aconsejables"
(Ob. Cit).
Otro es tolerar la impertinencia del cotillón; la
resonancia tumultuaria de "las costureras"... El comentario aislado y
fútil, puede ignorarse. Pero hacerse cómplices de la postilla, nos criminaliza
a todos. Podemos asumir "el martirio" de un señalamiento incierto.
Pero no me quemaré la lengua o la mano, frente al mal-hablado, al que repite y
hace eco, regocijadamente.
Seríamos una sociedad mejor si no transigiéramos al
chismorreo. No hablar mal de nosotros, aun siendo cierto, es más ganancial, que
la impudicia que forja la intriga y la saña. Nos dice Santo Tomás: "El fuego
más sutil, pero no menos disolvente, es el procedente de la influencia negativa
de algunos factores culturales que juegan en nuestra contra, como la tendencia
prevaleciente a lo frívolo y superficial...". Qué peor tendencia cultural
que la banalización del chisme, tildándonos de delincuentes, lerdos o
maledicientes (cuando no lo somos), por causa de los bajos sentimientos de
conflictos afectivos no resueltos. "Dar crédito a errores, calumnias o
falsedades, es desorientar el corazón de la gente sencilla, que nos quiere y
nos admira", sentencia el Aquinate.
Si alguien habla mal de otro y usted no le conoce, por favor calle. Su silencio delatará la bajeza del perjuro. Pero si usted no le conoce, sólo responda: no lo sé, no me consta. Así el calumniado se habrá librado del morbo y el insidioso habrá quedado preso -a solas- en las llamas de su mediocridad.
Orlando Viera-Blanco
vierablanco@gmail.com
@ovierablanco
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