La frase se atornilló, se clavó en mi psiquis, en mi alma, en mi espíritu: “No hay asesinatos en el paraíso” para luego agregar “El asesinato es una enfermedad del capitalismo, afirmar lo contrario es un delito contra el Estado”. En consecuencia el niño murió arrollado por un tren, no asesinado, esa es la conclusión de la investigación criminal. Y se archiva y cierra el caso.
El oficial observó el rígido y pálido cuerpo famélico del cadáver de un niño acostado sobre una plancha de metal, rodeado por otro oficial de mayor rango, y el médico forense que callaba. Le dio vuelta al cuerpo y detuvo su mirada en el limpio corte realizado a nivel de los riñones, sin más moretones que los observados en las muñecas y algunos rasguños en el rostro. Para el investigador uniformado, fue obvio que no había sido atropellado por un tren. Pero no habían asesinatos en el Paraíso, pues eran un mal del capitalismo, según se le espetó. Y guardó silencio, no podía hacer otra cosa, corrían los tiempos del camarada Jose Stalin, y todo el mundo miraba a todo el mundo, siempre había algo que informar.
Además, no estaban lejanos los días del Holodomor, el holocausto ucraniano decretado por el Padrecito Stalin cuando decidió colectivizar las propiedades agrícolas con el fin de acelerar el proceso socialista, particularmente en Ucrania, país de tierras fértiles y de grandes, medianos y pequeños productores. Así que decidió salir de esos mencheviques aferrados a la propiedad, y produjo el segundo genocidio de la era moderna. El primero fue cometido por el gobierno de los Jóvenes Turcos contra el pueblo armenio, en 1915. En Ucrania cerca de seis millones de hombres, mujeres y niños murieron entre 1932 y 1934, a causa de la hambruna provocada por la política colectivista de Stalin.
Finalmente no fue un niño, fueron 34, todos cometidos por un asesino en serie enloquecido por las atrocidades comunistas y los estragos sicológicos de la Segunda Guerra Mundial.
He visto la película cuatro veces, “Child 44”, que aunque está basada en una novela, se sustenta en hechos reales como el Holodomor (Hambruna ucraniana), el colectivismo, la delación, el miedo, y el asesino de Rostov, que sí existió. Aparte de estar muy bien realizada desde el punto de vista cinematográfico, fotografía, dirección (Daniel Espinoza), guión y actuaciones (Tom Hardy, Gary Oldman y la bella Noomi Rapace), nos hizo reflexionar sobre el presente. Pensar en Cuba, Venezuela, Corea del Norte, Irán, Siria, el Califato Islámico, la Polonia comunista, la Alemania Oriental, la Unión Soviética que conocí y en la revolución sandinistas del 79.
Ninguna idea, religión, doctrina, raza podemos permitir que nos robe la libertad y la dignidad; vivir en paz, el derecho a opinar, movernos, cambiar, controlar los actos del gobierno. Estoy convencido que debemos impedir, por cualquier medio, que la humanidad, que en nuestra región, en nuestros países se instale el totalitarismo comunista, partidista, económico, religioso, ideológico o racista para dominar a otro hombre. No existe un bien superior a la libertad, al imperio de la ley, la vida digna y la justicia. Lo que sucede en Venezuela, la hambruna de Venezuela, la penuria, el miedo, la deserción, la delación, el callar para comer, la violación de los derechos humanos, la prisión sin juicio, la corrupción no puede ser argumento para que en nombre del socialismo, una banda de forajidos incrustados en el poder omnímodo nos llegue a decir, como en el filme citado, “ en el socialismo no hay asesinatos, son males del capitalismo, provocados por agentes extranjeros”.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentario: Firmar con su correo electrónico debajo del texto de su comentario para mantener contacto con usted. Los anónimos no serán aceptados. Serán borrados los comentarios que escondan publicidad spam. Los comentarios que no firmen autoría serán borrados.