miércoles, 12 de agosto de 2015

JOSÉ LUIS ZAMBRANO PADAUY, EL SUPERMERCADO DE TRUCUTÚ

Quizá no observemos el grotesco volar de Pterosaurios sobre rupestres y rocosas montañas o al rústico cavernícola dándole con el mazo por la cabeza a su amada para demostrarle su amor. No vamos tan atrás, aunque el retroceso va en furibunda marcha. A lo mejor el Neolítico o Edad de Piedra con la capacidad de producción incipiente, se parece un tanto a la economía de subsistencia evidenciada en el país, cuando los movimientos monetarios no son trascendentes –tal vez porque nuestra moneda tiene palidez mortuoria–, sino la consecución de determinados productos.

Estamos inmersos sin poderlo evitar, en la tan extraña economía del trueque. Los insumos se cotizan en el mercado, bajo los niveles de dificultad de obtención. Y sí, deviene de una violencia casi prehistórica observada en supermercados y centros de expendio de productos de primera necesidad. Allí germina el esfuerzo para la adquisición. Entonces se enarbola el importe de cada producto por este raro baremo, en una compraventa del insumo que va más allá de costo primario.
Esta realidad ha permitido ampliar las relaciones sociales de los venezolanos. Hacemos llamadas a familiares, amigos y conocidos para consultarles sobre qué han obtenido en ese deambular por los mercados. Mi esposa recientemente intercambió papel higiénico por toallas sanitarias. También otros rubros como los medicamentos experimentan esta loca patología nacional.
Según los conocedores de este fenómeno, en la historia resulta habitual que el trueque recobre importancia en épocas de crisis económica, principalmente en casos de hiperinflación, pues el dinero pierde en gran medida su valor. Actualmente, un bolívar fuerte representa 0,0014 centavos de dólar a la tasa del mercado paralelo, careciendo sobremanera de poder ante el desbarajuste de este extravagante sistema de intercambio de productos.
Al traste con los costos de producción. Eso ya no cuenta, pues son los ciudadanos quienes establecen su valor por los golpes, insolaciones, insultos y horas de cola para comprarlos. Es preferible apelar a esta alternativa comercial y perfilar una especie de permuta taxonómica, a ver fallecer a un familiar por no lograr obtener un determinado medicamento.
Pero si el trueque se vuelve inoperante, pues tendremos que sucumbir al inhumano mundo de la especulación, en el cual un jabón de baño de 13 bolívares puede costarnos hasta 150, con tal y no terminar oliendo a cavernícola por no lograr ducharnos.
Quién se puede imaginar a Pedro Picapiedra vociferándole a Vilma porque no tiene brontosaurios para la cena. O tal vez captar a un Tiranosaurio Rex gimoteando en una esquina, porque aquí ni carne ni verduras se consiguen. 
Esta es la cruenta realidad en una nación que tiene las mayores reservas de petróleo del planeta (por ciento, combustible fósil proveniente de restos de dinosaurios y otras especies), pero contamos con una economía primitiva, en la cual ni Trucutú se sentiría de beneplácito. 
El mejor trueque a experimentar es el de intercambiar este país mancillado por el comunismo, por ese por el cual Bolívar dio su vida.
José Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571

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