Para
esta nueva contienda tienen que jugárselas con todas las artimañas que tengan
bajo la manga. Hay que ofrecer mucho más “Pan y circo” que en otras ocasiones.
Los números no los favorecen y el descontento de sus electores se va
expandiendo, como un virus contagioso, entre sus antiguos partidarios. “Amor
con hambre no dura” – y amor sin Chávez tampoco. Y esta escasez, sumada a los
altísimos costos, está haciendo tambalear el romance entre el pueblo chavista
-mal acostumbrado a las dádivas- y sus máximos representantes –a quienes la
escasez, la inseguridad y la inflación, parecieran no hacerles ni un rasguñito.
Por
eso, el régimen necesita que lleguen a Puerto Cabello barcos, muchos barcos,
cargados con toneladas de comida. Comida que ya tiene un fin bien claro:
comprar votos. Llevarla a Mercal, Pdval y Bicentenario para que la gente “se
coma el cuento” de que el desgobierno salió victorioso de la Guerra Económica,
planificada con saña por la extrema derecha. Un pañito caliente al problema de
fondo que no es otro que su incapacidad para poner a producir como es debido
las industrias que expropiaron y el fracaso de un modelo económico, de
comprobado éxito en la generación de pobreza en otros países. Aún guardo la
esperanza de que ese pueblo iluso, que en otras oportunidades se benefició de
medidas tan populistas como el “Dakazo”, reaccione y no caiga de nuevo en el
engaño.
Y
aun cuando estamos bien lejos de la época de los “espejitos por pepitas de
oro”, el desgobierno pretende seguir aplicando esta máxima que, pareciera, da
dividendos políticos. El voto cuenta y “cuesta”. Por eso, esta semana, los
medios gobierneros no han parado de anunciar ferias de libros y útiles
escolares, reparto de medicinas e insumos en hospitales, Cestas Alimentarias
Socialistas (cargadas con comida importada) que serán vendidas a precio
solidario y en los puestos de trabajo para que la inmensa nómina del Estado no
tenga que ir a hacer colas para abastecerse.
El
problema de la crisis económica venezolana no se resolverá con las elecciones
parlamentarias. Mucho menos repartiendo Cestas Socialistas. No se soluciona
importando pollo de Brasil. Ni medicinas de Portugal. Tampoco se resuelve
expulsando a esos colombianos que, en su momento y a conveniencia, cedularon
para que votaran por el PSUV. Esa no es la solución a la causa-raíz de los
problemas que vivimos. En Venezuela necesitamos entender que las crisis se
acaban cuando el dinero circula. Cuando las industrias producen, cuando el clima
de confianza es el adecuado para atraer las inversiones extranjeras.
“Es
agosto, en una pequeña ciudad de la costa, en plena temporada. Cae una lluvia
torrencial y hace varios días que la ciudad parece desierta. Es evidente que la
crisis está azotando el lugar. Todos sus habitantes tienen deudas y el crédito
es la única opción que les alarga la sobrevivencia. Por fortuna, llega un
turista extranjero, de esos a los que se les nota la riqueza. Entra en el único
hotelito del lugar y pide una habitación. Coloca un billete de 100 dólares
sobre la mesa de la recepcionista y se va a ver las habitaciones. El jefe del
hotel agarra el billete y sale corriendo a pagar sus deudas con el carnicero.
Éste, toma el billete y corre a pagar su deuda con el criador de cerdos. El
criador de cerdos, por su parte, al ver el billete, vuela para pagar lo que le
debe al proveedor de alimentos para animales. El dueño de la tienda de
alimentos para animales, agarra el billete y se apresura a liquidar su deuda
con María, la prostituta, a la que hace tiempo no le paga. En tiempos de
crisis, hasta ella ofrece servicios a crédito. La prostituta, con el billete en
mano, sale a pagar la deuda en el hotelito donde solía llevar a sus clientes.
Al entrar, María le entrega los $100 dólares al dueño del hotel. En ese
momento, baja el turista que acaba de echar un vistazo a las habitaciones, dice
que no le convence ninguna, toma el billete y se va. ¡Nadie ha ganado un
centavo; pero, toda la ciudad ha pagado sus deudas y mira el futuro con
confianza!”… Imagino, después de leer este pequeño relato, todos sabrán cuál es
la moraleja.
José
Domingo Blanco (Mingo)
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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