Toda la vida es un
proceso de cambio. Cada día es el primero del resto de nuestras vidas. Erich
Fromm aseguraba que vivir es nacer a cada instante y Lao Tsé señalaba que un
viaje de mil millas debe empezar con un paso. La metamorfosis de una colorida
mariposa pasa por cuatro etapas: huevo, oruga, crisálida y mariposa. Siendo
crisálida se envuelve en un capullo hecho por ella misma, construido con su
propia seda. Aquí la oruga permanece inmóvil y sin alimentarse, pero poco a
poco se va formando el cuerpo de la mariposa. Es una larga noche que la oruga
resiste. Pero siendo larga, no es indefinida. Porque del tránsito por esta
máxima oscuridad, accede finalmente a la luz como una hermosa mariposa. Nace
como tal con alas pequeñas y húmedas, por lo que permanecen plegadas a su
cuerpo, pero con la ayuda del sol y sus movimientos se estimula la irrigación
de las alas, lo que permite que queden abiertas en todo su esplendor. Ha pasado
a un estado de adulto, completamente
desarrollada.
Así ocurre con los
seres humanos. Necesitamos muchas veces de noches oscuras para transformarnos y
nacer de nuevo, llenos de más energía y de mayor experiencia. Como asienta
Rafael Santandreu en “El arte de no amargarse la vida”, tenemos la posibilidad
de poder transformarnos en personas fuertes y emocionalmente estables, de
cambiarse un mismo en una persona sana, superando depresiones y ansiedades,
siempre que lo hagamos con un esfuerzo continuado. Nadie puede conocernos con
más exactitud que uno mismo. Pero requiere de noches oscuras, de enfrentarnos
con nuestras propias sombras, en ocasiones de desconectarnos del mundo, por una
decisión personal, por unas inagotables ganas de dar un giro a nuestras vidas,
para obligarnos a redefinirnos. Tal vez en esa fase emerge una sensación de soledad, de no estar apoyado, ni ser oído,
de no encontrar alientos, pero es un proceso único y personal, un recorrido por
nuestro propio desierto, para llegar por fin al oasis, a acceder a la luz como ocurre con la metamorfosis de la
mariposa, que ha dejado que su propia información la transforme y se levante del
suelo hacia las alturas.
El ser humano
experimenta cambios biológicos, psicológicos sociales y espirituales. Como lo
expone Carlos Saúl Rodríguez en “La vida es una sola”, sin percatarnos estamos
evolucionando. Desde nuestro nacimiento han pasado por nuestra vista muchos
eventos, incidentes, desajustes y ajustes. A lo largo de nuestra existencia
todo ha sido un cambio, dejamos una etapa para pasar a otra superior.
Alcanzamos un nuevo esquema, un nuevo estilo, otro sistema, una nueva
situación, agrega Rodríguez. Pero lo importante es estar consciente de cuánto
hemos ganado con ese cambio y no de cuánto hemos perdido, porque ello nos
induce una actitud más potenciadora del éxito en todo lo que tenemos que
afrontar. Llegar a la madurez, como adultos, con las experiencias y
aprendizajes acumulados, nos hace más aptos para sobrevivir en cualquier
escenario.
Crecer implica
trabajar duro, tener que resolver problemas, confiar también en nuestro propio
juicio. Crecer es hacer las cosas porque realmente lo sentimos. Eso que llaman
crecimiento personal es en gran medida hacernos adultos, como manera de ser uno
mismo y así experimentar la auténtica alegría. Pero hay que crecer con
inteligencia, para adaptarnos de forma rápida y segura a los retos que nos pone la vida. Porque –dice Rodríguez-
la inteligencia se relaciona de forma directa con la capacidad de adaptación
que podamos tener en cualquier entorno.
Todo final es un
nuevo principio. Pero debe ser el inicio de una nueva vida en la que tengamos
el pasaporte de ir por el mundo capaces de gozar de las cosas pequeñas y
grandes que encontraremos en ese vuelo.
Isaac Villamizar
isaacvil@yahoo.com
@isaacabogado
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