"Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo la insurrección es, para el pueblo y para cada porción del pueblo, el derecho más sagrado y el deber más indispensable". Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 1793
La
ya indescriptible Presidente que con tanto esfuerzo hemos sabido conseguir, nos
descerrajó el miércoles un desconcertante y falsario mensaje en el que nos
brindó su peculiar visión de la historia, con las espaldas ahora cubiertas por
una andrógina Juana Azurduy armada. En el escenario, rodeada por el risueño
Guita-rrita Boudou y por los demás delincuentes funcionarios que integran la
mayor asociación ilícita que podamos recordar, defendió a Anímal Fernández, su
Jefe de Gabinete, sobre el cual pesan graves denuncias como narcotraficante y
asesino, adjudicándolas a un oportunismo electoral que, como bien podrían
atestiguar Enrique Olivera, Francisco de Narváez o Luis Juez, le puede ser
adjudicado por entero.
El
15 de marzo pasado escribí una nota, "Las Olas y la Hipocresía"
(http://tinyurl.com/oc5cohj), en la cual expuse cómo, a mi modo de ver, se han
producido los fenómenos políticos y sociales en este continente, señalando que,
mal que nos pese los argentinos, que siempre nos sentimos originales, han
recorrido sucesivamente todos los países que en él conviven. La recordé esta
semana, a la luz de lo que está sucediendo en Brasil y en nuestros vecinos,
cuyos gobiernos aplicaron las recetas
populistas más trágicas, afines a las propuestas del Foro de São Paulo.
El
escándalo llamado "Petrolão" estalló cuando fue detenido un alto
gerente de Petrobras que, utilizando el sistema denominado "delación
premiada" -incluye la devolución de los fondos mal habidos (¡qué buenos
ejemplos para imitar aquí!)- para la reducción de su condena, empezó a contar
cómo se repartían las coimas que las empresas pagaban en las obras públicas.
A
partir de entonces, un Juez federal, con el apoyo de fiscales verdaderamente
independientes, comenzó a tirar de los hilos que el "arrepentido"
había puesto en sus manos y mandó a prisión a importantes integrantes de la
cúpula del PT (por la ilegal recaudación para las campañas de Lula y Dilma), a
varios funcionarios de la petrolera semi-estatal y a los dueños y directivos de
las mayores constructoras de Brasil; hay muchísimos senadores, diputados,
gobernadores, etc., bajo sospecha y con el riesgo cierto de ir presos. Las
confesiones de los detenidos continúan hoy, y el escándalo conmueve a un país
que, golpeado además por el incremento del desempleo y de la inflación y del
déficit fiscal, está entrando en recesión.
El
pánico cunde en toda la dirigencia -no sólo entre quienes sienten el aliento de
la Justicia en la nuca-, que se pregunta hasta dónde llegará la investigación y
sus consecuencias porque, a raíz de la magnitud que han alcanzado los episodios
de mega corrupción conocidos, esas grandes compañías, varias de ellas globales,
han perdido sus contratos en el exterior y, también, están siendo excluidas de
los planes infraestructura en todo Brasil. Con ello, obviamente, se compromete
la recuperación de nuestro vecino, dado el efecto multiplicador de la industria
de la construcción; por otra parte, es probable que las calificadoras de riesgo
internacionales le quiten el grado de inversión (investment grade) que tanto le
había costado alcanzar, porque la explosión de las alianzas que el PT había
construido en el Congreso -con el PMDB y otros partidos menores- impedirá al
Gobierno obtener las leyes necesarias para corregir tantas anomalías en la
economía más grande del subcontinente.
Aunque,
al menos por ahora, ella misma no está alcanzada por las denuncias de
corrupción, pese a haber encabezado Petrobras mientras todo sucedía, el
indescriptible rechazo que tiene hoy la gestión de Dilma conlleva la
posibilidad cierta de que se vea obligada a dejar la Presidencia, sea por la
vía de la destitución (impeachment) fundada en el maquillaje de las cifras
oficiales (¿se imagina si eso se cuestionara aquí?), sea por su renuncia ante
la presión popular, que se manifestará nuevamente en las calles dentro de ocho
días.
Uruguay
fue paralizado el miércoles por la mayor huelga desde que el Frente Amplio se
hiciera con la Presidencia hace doce años; si bien en este caso no se trata de
hechos de corrupción y la autoría intelectual puede adjudicarse a la facción
del Pepe Mugica, enemigo acérrimo de su antecesor-sucesor, lo cierto es que
también allí el populismo ha producido enormes daños en la economía, devastada
por el empleo público y por el exceso del gasto, que la ciudadanía, en general,
ha favorecido irresponsablemente con su voto.
Chile,
afectado por similares males y por la caída en los precios de sus mayores
commodities, ha visto precipitarse el prestigio de Michelle Bachelet (el espejo
en el cual pretendía mirarse nuestra Cristina para imaginar su regreso al
poder), envuelta en un escándalo por maniobras financieras de su yerno, también
sufre en su economía los fuertes embates de una gestión populista que está
destruyendo velozmente los cimientos mismos sobre los cuales se construyó la
imagen de un país serio y confiable para el mundo.
Venezuela
-otro modelo para Cristina- está ya, por la desesperación ciudadana causada por
la terrible escasez de alimentos y medicamentos, la violencia y la violación de
todos los derechos humanos, al borde de un estallido social de inimaginables
consecuencias; sólo el latrocinio salvaje y el populismo torpe e irresponsable
de su dirigencia chavista pueden explicar cómo pudo terminar así un país que
flota sobre un enorme mar de petróleo.
Ecuador
y Bolivia, que han tenido mejores gestores en general, también están afectados
por el mismo mal, y sus gobiernos cosechan ahora grandes repudios, tal como han
demostrado las últimas elecciones municipales en Quito y en importantes
ciudades del Altiplano.
Colombia
tiene sus propios problemas, de la mano de Juan Manuel Santos, empeñado en una
prolongadísima, ingenua e inútil negociación con la guerrilla terrorista y
narcotraficante más antigua de América, una política inversa a la que llevaba
adelante su predecesor, Alvaro Uribe, que había obtenido grandes victorias
militares al respecto.
En
la Argentina, el kirchnerismo no sólo ha desperdiciado el mejor momento
histórico de la región, dilapidando estúpidamente -cuando no robando- el enorme
tesoro que los precios internacionales de nuestros productos había aportado a
sus arcas, sino que ha hundido al país en una ciénaga moral y cívica como no
recuerda su historia. La crisis en la educación, la salud, la vivienda y la
infraestructura, la pobreza ya estructural, y la proliferación de la droga, con
todas sus nauseabundas consecuencias, dejarán graves secuelas. Sin embargo,
aquí también el populismo ha calado hondo y, como sucede en nuestros países
vecinos, nadie quiere pagar la cuenta de la fiesta para pocos que hemos vivido
estos años.
La
economía mundial está viviendo rápidos cambios, producto de la desaceleración
de la economía china, de la revalorización del dólar, del previsible aumento en
las tasas de interés norteamericanas y de la consecuente caída en el valor de
los alimentos y de la energía; nada de eso traerá buenas noticias para la
región. El progreso de las comunicaciones ha implicado una mayor velocidad en
los acontecimientos y creo que pronto se producirán grandes convulsiones en
nuestra América del Sur, de consecuencias hoy imprevisibles.
Hoy
los argentinos nuevamente iremos a las urnas para decidir, en los pocos
partidos ofrecen competencia interna, quiénes serán los candidatos en las
elecciones nacionales de octubre. Quiera Dios iluminarnos para que dejemos de
ser cómplices y no votemos a los obscenos corruptos y a los narcos, para que
éstos vayan presos y, así, conseguir que reverdezcan esos laureles del Himno
nacional, ya tan secos y marchitos.
Enrique
Guillermo Avogadro
ega1@avogadro.com.ar
@egavogadro
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