Aristóteles define la democracia como
un Estado democrático en el que prevalece la igualdad política:
igualdad en el poder, en la toma de decisiones (isocracia); igualdad ante la
ley, mismas leyes para todos (isonomia); e igualdad en la participación en los
negocios públicos (isegoria). La soberanía reside por partes iguales en el
conjunto del cuerpo cívico, y cada cual está obligado a ejercitarla. En cuanto
a la libertad de expresión, con el término parrhesia se designaba la
posibilidad de ejercitar el natural impulso de expresar con sinceridad absoluta
y sin inhibición alguna los juicios personales.
Luego de su invención los filósofos no tardaron en darse cuenta que la
democracia no estaba al alcance del pueblo en general, pues consideraban que
solo la élite instruida estaba en capacidad de aplicar el novísimo sistema de
gobierno.
Así comienza el largo camino en busca de las
barreras que impedían la participación constructiva de todos. Una de ellas según Sócrates era que el mayor
mal era la ignorancia , y la peor forma de ignorancia es el saber
mal y no darse cuenta de ello . Más
enfático, Platón negó
rotundamente que todos los ciudadanos estuviesen por igual capacitados para
participar en política, esto es, para poder ser elegidos gobernantes . Quedaba claro que para que el pueblo
pudiera participar de manera inteligente en la vida política al igual que las
élites, tenía que dotarse de educación adecuada y cultura democrática.
Más de dos mil años después la inquietud
por mejorar ese principio de convivencia persiste, aun en las democracias más
arraigadas del planeta. Tal es la preocupación
de la misión para el civismo en algunas
escuelas de Estados Unidos. A este respecto, John Dewey un reformador de la
educación responde declarando que : …
la democracia necesita renacer en cada generación y la comadrona es la educación.
En nuestro país con su pueblo forzado a
vivir bajo gobiernos no democráticos
durante la mayor parte de su historia republicana, la corta experiencia
democrática tarda en entrar de manera definitiva en la conciencia
ciudadana. Pero para salvar
responsabilidades, podríamos aludir que igual ha ocurrido en la mayoría de
países latinoamericanos. Esto sería muy fácil, pero no hay más tiempo para
evadir nuestro deber de enfrentar el desafío de llevar al país al lugar que le
corresponde entre las naciones democráticas. Ese desafío sin embargo, pasa por
reconocer nuestro pasado. Perdimos la primera república por que el pueblo no
disponía de elementos suficientes para valorar el hecho de ser libre, siendo
una de las causas fundamentales la influencia de la Iglesia en hacerle creer a
la población que el terremoto de 1812 representaba el castigo divino " por
haber desafiado el poder del rey, "representante de Dios en la
tierra", al declarar la Independencia.
Con este estratagema lograron los realistas recobrar el apoyo de la ciudadanía
que hasta ese momento brindaba al ejército
republicano. Solo un pueblo con poca instrucción pasaría por alto esta
desinformación y sería tan dócil para someterse a tan perversa amenaza.
Y terminada la guerra de consolidación de
la independencia, no tarda en instalarse el caudillismo, iniciado por muchos de
los patriotas próceres de la independencia.
Dicho período fue caracterizado por sucesivas rebeliones y golpes de estado, de uno contra otro, de
pueblo contra pueblo como si fuéramos naciones enemigas distintas como en la
antigüedad griega cuando la confrontación buscaba la derrota y dominación. La
democracia y la educación no figuraban entre las prioridades. Sí hubo entre tanto intentos de mejorar la
educación, pero fue solo bajo el gobierno de Antonio Guzmán Blanco cuando se
formaliza la instrucción pública obligatoria incluyendo entre las materias
básicas, la enseñanza de la constitución federal. Sin embargo, a pesar de todos los
esfuerzos puestos en práctica por Guzmán Blanco para democratizar la educación,
la poca cantidad de maestros existentes para la época y el hecho de que casi
todo el presupuesto nacional se empleara en gastos militares para el combate de
los continuos levantamientos de caudillos contra el gobierno, impidieron el
desarrollo del aparato educativo.
La democracia y por ende la educación entran
finalmente en escena como prioridad nacional a partir de 1958, casi siglo y
medio después de nuestra independencia.
Con gran entusiasmo, a partir de ese año, el pueblo comenzó a experimentar y conocer
las virtudes de la democracia cuyas normas permitían entendernos como un solo
pueblo en igualdad de derechos dejando atrás el pasado donde nos habíamos
comportado como pueblos distintos en busca siempre de la dominación del
otro. Era hora de anhelar la sinergia en
busca de la unidad que nos haría más fuertes.
Esa fue la ambición que dio lugar al
Pacto de Punto Fijo basado
en el diálogo y la negociación en lugar del recurso a la fuerza de las armas, normalmente utilizado en
la historia venezolana hasta ese momento para imponer algún tipo de régimen
político o para cambiarlo. Así se
inicia un periodo de concordia y
prosperidad cuyos frutos han beneficiado a todos los venezolanos en todos los ámbitos, político, económico y
social y en particular la educación.
La euforia causada por el primer ensayo de
democracia formal atravesó fronteras. Nuestro sistema electoral sirvió de
ejemplo a varios países, entre ellos España y varios de América Latina. Pero en apenas unas dos décadas nos invade el
desencanto. Con el llamado
viernes negro en febrero de
1983 descubrimos que nos encontrábamos en una profunda crisis económica. Por otro lado, los partidos políticos,
pilares de la democracia, habían llegado a un punto de agotamiento tal que
dejan de ser organizaciones generadoras
de proyectos de futuro, de ideas, y organizaciones políticas. En lugar de
representar al pueblo se empeñan en sustituirlo. Se olvidan de la educación ciudadana para convertirse en administradores de una
vasta red clientelar, alimentada con renta petrolera e infectada por el virus
expansivo de la corrupción administrativa.
De protagonistas principales de la democratización del país, los partidos políticos pasan a constituirse
en obstáculos para la continuidad del proceso.
Pese a este descalabro
político, el pueblo confiado en las
promesas de sus líderes, con gran
civismo y de buena fe, seguía honrando la democracia con su voto. Sin embargo, es fácil entender la paradoja
si aceptamos que si un pueblo vota por
un partido que no le garantice sus derechos democráticos, no significa que sea
irresponsable consigo mismo y con la sociedad.
Si lo hace es porque no ha sido instruido sobre el significado profundo
de la democracia y lo que ésta puede aportarle.
Los líderes que en 1958 se propusieron
implantar el sistema democrático, eran, sin duda, gente educada. No obstante, venían de las últimas
generaciones que habían vivido bajo el régimen de una élite dominante que por más de un siglo había usurpado la
libertad del pueblo. Estas nuevas generaciones, aunque más instruidas
que las anteriores, todavía no estaban
exentas del síndrome del autoritarismo y es así que el golpismo reaparece en varias ocasiones durante el
periodo democrático que se inicia a la caída del dictador Marcos Pérez
Jiménez. Así, tal vez, si en la
década de los 80, nuestros líderes hubieran venido de una sociedad impregnada
por generaciones de los ideales y principios de la democracia, la crisis
política que contribuyó a su estancamiento no se hubiera producido; la habrían anticipado y llevado a cabo las
reformas necesarias para retomar el camino trazado inicialmente,
Somos libres desde 1811, pero debemos
reconocer que la libertad no nos llevó automáticamente a la democracia. Y no
podía ser de otra manera porque no hay tendencia natural hacia la democracia ya
que esta no es un ente biológico, es cultural.
Por ello, cada generación tiene
que ser educada en ella. ( Xavier B.
Seoane C .) Reconocer esta realidad nos permite
retomar con fuerza las enseñanzas de nuestro Libertador recordando su
preocupación por la educación, de ahí
su famosa reflexión sobre la moral y las luces y su categórica posición
respecto a la ignorancia. “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia
destrucción; la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la
inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o
civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por
la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia ”.
Por fortuna, tenemos la capacidad
intelectual de aprender y apreciar
las virtudes que comporta la democracia.
Solo se necesita una buena educación, que enseñe el razonamiento
critico, que haga pensar por si mismo , es decir, una que vaya más allá de la
propia alfabetización " y q
ue nos ofrezca la capacidad de conocer los derechos y obligaciones
inherentes a la vida en democracia. Esta además debe ser complementada con una
información idónea pues sin ella no
puede haber una opinión pública real, sólo hay cabida a la manipulación.
Pues es bien cierto que d ifícilmente
un pueblo no instruido podrá detectar la
desinformación , el engaño, la
falta de integridad y la mala preparación de sus dirigentes, funcionarios y
periodistas cuando estos personajes se expresan a través de los medios de
comunicación.
La vida en democracia se ejerce en una
permanente interacción entre dos grandes entes. En primer lugar el pueblo entre
sí y luego este con las instituciones del Estado. Para que ese encuentro sea fructífero, es
imperativo que el pueblo se preocupe por tener un conocimiento claro de las funciones
principales de las instituciones
públicas que están hechas para
servirles y no para servirse del ciudadano ni maltratarlo. Se debe saber que
estas instituciones no están hechas para servir al estado ni al gobierno sino
al ciudadano, esa es su naturaleza.
El camino hacia la democracia en Venezuela
ha sido lento pero podemos mejorar el ritmo aprendiendo y conociendo mejor
nuestras propias leyes e instituciones. Comencemos por la constitución, nuestra
carta magna que rige los derechos y obligaciones
de todos. Nuestra porque nosotros el
pueblo la hemos aprobado con nuestros votos, aceptándola como el contrato
social que nos une a todos para la vida en sociedad. Al analizarla veremos los beneficios que le
ofrece al pueblo. Entenderemos qué
significa violar la constitución y por qué todos estamos obligados a
respetarla.
Pueblos contemporáneos se nos han adelantado
en el disfrute de la democracia. Por eso
urge impulsar un programa educativo
formal y permanente para hacerla del conocimiento general de niños y adultos. El aprendizaje de la
democracia es asunto de interés nacional. Sin distingo ideológico, los líderes
actuales debieran trabajar conjuntamente para lograr este cometido. Si no lo
hacen, seguiremos amenazados por los
peligros que la asechan. Ese programa en ningún momento debe ser una
acción pasajera, puntual. La democracia
es infinita, perfectible en cada amanecer y como bien lo dice A. Duque
, … será estupenda el día que el pueblo se acabe
de educar.
Antonio J Benítez,
abenitezj@aol.com
@kuikense
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