sábado, 29 de agosto de 2015

ANDRÉS HOYOS, MISTER TRUMP

Es fácil descartar a Donald Trump como un gringo bocón que solo pudo ser presidente de Estados Unidos en un episodio de los Simpson.

La verdad, sin embargo, es que el hombre del peluquín está removiendo el fondo turbio de la sociedad americana, cuando dice con una sonrisota las barbaridades de todo tipo que muchos piensan en su fuero interno y no se atreven a confesar. Es imposible saber si Trump se saldrá con la suya, pero ya tiene patas arriba al Partido Republicano en la carrera para escoger candidato a la Casa Blanca. Este partido lleva años jugando con fuego y ahora le tocó lidiar con un pirómano que vino a incendiar la pradera.

Aunque les parecerá extraño a quienes viven lejos de los suburbios americanos, hay grupos –muy en particular de hombres blancos poco educados, víctimas de la rauda obsolescencia económica– que consideran al viejo Partido Republicano una organización tibia y desorientada. Son los asustados y los frustrados de los que habla Evan Osnos en una clarividente crónica sobre Trump que publicó en The New Yorker. “El sueño americano está muerto”, le dijo un extremista blanco a Osnos, “y la pesadilla apenas comienza”. Cómo será el sentimiento de esta gente, que la vieja obsesión republicana por definirse en oposición a los impuestos parece, para muchos, haber cedido su lugar al miedo que causan los negros y los latinos, cuyo crecimiento demográfico combinado los va a convertir en la mayoría del país en pocos años.

Sería mejor no llegar a averiguar qué clase de hígado tiene Trump a la hora de cumplirles a sus fanáticos, si bien algo me dice que de ser exigido a concretar sus promesas más extremas se arrugaría. Por ahora Trump es algo así como un caudillo tercermundista clásico, pero con peluquín rubio. Entre otras, el magnate fue multado por comprar para su tupé pelo de monos araña colombianos, en peligro de extinción.

No hay que olvidar que las películas de Hollywood son un elemento crucial en la educación sentimental de esos hombres blancos de base que ahora están frustrados y asustados. La fórmula más socorrida en las películas es que lo improbable siempre sucede y que los malos son, además, pendejos. “Los mexicanos van a construir el muro”, dice Trump, y la gente le cree porque así pasa en las películas. “Los chinos se van a tomar calladitos el purgante que les recetaré”, insiste Trump, y la gente le cree porque así pasa en las películas. “Voy a ignorar la Décimocuarta Enmienda” (que garantiza la ciudadanía a los nacidos en el cualquier territorio de Estados Unidos), dice Trump, y la gente aplaude.

Estamos ante un espectro muy conocido para los latinoamericanos, el del populismo, aunque en este caso sea de derecha y venga con un fuerte añadido chovinista. Tener a quien odiar –por ejemplo a los negros, a los chinos y a los mexicanos– constituye un desfogue muy potente para los bajos instintos.

Donald Trump es el clásico elefante en la cristalería. Sugieren algunos que su efecto se desvanecerá no dejando otra cosa que estropicio. Puede que sí como puede que no, pero si los manicomios crecen mucho en un país, es apenas cuestión de tiempo antes que un loco llegue a ser presidente de ese país. De otro lado, dirán algunos, si los gringos le quieren entregar su país a un papanatas, es asunto de ellos. Lo malo es que se trata de Estados Unidos, la primera potencia del mundo, de suerte que los damnificados por las tropelías del elefante seríamos todos.

Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes

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