Es fácil descartar a Donald Trump como un
gringo bocón que solo pudo ser presidente de Estados Unidos en un episodio de
los Simpson.
La verdad, sin embargo, es que el hombre del
peluquín está removiendo el fondo turbio de la sociedad americana, cuando dice
con una sonrisota las barbaridades de todo tipo que muchos piensan en su fuero
interno y no se atreven a confesar. Es imposible saber si Trump se saldrá con
la suya, pero ya tiene patas arriba al Partido Republicano en la carrera para
escoger candidato a la Casa Blanca. Este partido lleva años jugando con fuego y
ahora le tocó lidiar con un pirómano que vino a incendiar la pradera.
Aunque les parecerá extraño a quienes viven
lejos de los suburbios americanos, hay grupos –muy en particular de hombres
blancos poco educados, víctimas de la rauda obsolescencia económica– que
consideran al viejo Partido Republicano una organización tibia y desorientada.
Son los asustados y los frustrados de los que habla Evan Osnos en una
clarividente crónica sobre Trump que publicó en The New Yorker. “El sueño
americano está muerto”, le dijo un extremista blanco a Osnos, “y la pesadilla
apenas comienza”. Cómo será el sentimiento de esta gente, que la vieja obsesión
republicana por definirse en oposición a los impuestos parece, para muchos,
haber cedido su lugar al miedo que causan los negros y los latinos, cuyo
crecimiento demográfico combinado los va a convertir en la mayoría del país en
pocos años.
Sería mejor no llegar a averiguar qué clase
de hígado tiene Trump a la hora de cumplirles a sus fanáticos, si bien algo me
dice que de ser exigido a concretar sus promesas más extremas se arrugaría. Por
ahora Trump es algo así como un caudillo tercermundista clásico, pero con
peluquín rubio. Entre otras, el magnate fue multado por comprar para su tupé
pelo de monos araña colombianos, en peligro de extinción.
No hay que olvidar que las películas de
Hollywood son un elemento crucial en la educación sentimental de esos hombres
blancos de base que ahora están frustrados y asustados. La fórmula más
socorrida en las películas es que lo improbable siempre sucede y que los malos
son, además, pendejos. “Los mexicanos van a construir el muro”, dice Trump, y
la gente le cree porque así pasa en las películas. “Los chinos se van a tomar
calladitos el purgante que les recetaré”, insiste Trump, y la gente le cree
porque así pasa en las películas. “Voy a ignorar la Décimocuarta Enmienda” (que
garantiza la ciudadanía a los nacidos en el cualquier territorio de Estados
Unidos), dice Trump, y la gente aplaude.
Estamos ante un espectro muy conocido para
los latinoamericanos, el del populismo, aunque en este caso sea de derecha y
venga con un fuerte añadido chovinista. Tener a quien odiar –por ejemplo a los
negros, a los chinos y a los mexicanos– constituye un desfogue muy potente para
los bajos instintos.
Donald Trump es el clásico elefante en la
cristalería. Sugieren algunos que su efecto se desvanecerá no dejando otra cosa
que estropicio. Puede que sí como puede que no, pero si los manicomios crecen
mucho en un país, es apenas cuestión de tiempo antes que un loco llegue a ser
presidente de ese país. De otro lado, dirán algunos, si los gringos le quieren
entregar su país a un papanatas, es asunto de ellos. Lo malo es que se trata de
Estados Unidos, la primera potencia del mundo, de suerte que los damnificados
por las tropelías del elefante seríamos todos.
Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
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