En 2013 Nicolás Maduro fue reconocido presidente
constitucional de Venezuela. Su victoria, que no pocos pusieron en duda, fue
precaria. El CNE, cuya inclinación se aprecia en sus resoluciones plegadizas,
lo proclamó vencedor con ventaja de 1.4% sobre Capriles, candidato de la MUD.
La campaña marcó el declive del chavismo –por cierto no tan acelerado como el
del madurismo en el tormentoso 2015– y anunció la presencia de una tendencia
hacia el cambio democrático que empezó a irisar el horizonte.
La legitimidad constitucional de Maduro le procuró
el inapreciable reconocimiento de la OEA, las Naciones Unidas y la comunidad
internacional, y así pudo el flamante presidente gobernar con título
indiscutible. Hubiera podido ensayar aperturas, marcar diferencias y promover
diálogos para conjugar fuerzas de recuperación del abrumado país que estaba
recibiendo.
Tenía la opción de marcar su huella, ofrecer su rostro y sus
mostachos a la pesada tarea que cayó en sus manos, pero le fallaron la
imaginación, la sensibilidad humana, el conocimiento y la audacia. Optó pues
por remedar a su manera al endiosado caudillo, promotor de los escombros de una
pomposa revolución travestida de escándalo, destrucción y ruina. El fenecido
caudillo era un espectáculo capaz de hacer magia de escenario para revestir de
victoria el fracaso, pero semejante arte no está al alcance del sucesor.
Y ahí tenemos a la vista el desastre que este hombre
ha causado después de poco más de dos años aferrado como puede al poder. Las
variables empeoran cada día: las que miden la crisis económico-social
acompañada de sus macabras consecuencias y las que exhiben el alza en flecha
del rechazo a su gestión y el profundo deseo de cambio que se ha incentivado
con la cercanía de las elecciones parlamentarias. El margen de diferencia a
favor de la alternativa democrática puede llegar al sorprendente 35% anunciado
por Datanálisis en su consulta de agosto. Ivad completa el panorama al situar
en 84% el rechazo a la gestión del gobierno. Esas amargas cifras reflejan
constantes protestas espontáneas, desesperadas tomas de justicia en mano contra
la injusticia y la impunidad, rechiflas a cuanto personaje emblemático del
régimen asoma la nariz y si no que lo digan la ministro de Turismo y la esposa
del presidente de la AN, receptoras de una de las más recientes.
Según analistas confiables la tendencia es
irreversible y creciente. En lo que nos separa de la consulta de diciembre ya
no cambiará, como no sea para abrir más las hojas de la tijera, siempre que la
oposición democrática no se equivoque demasiado y no deje caer su decisión de
reunificar –sin asomo de venganza– nuestro agobiado país.
El aislamiento del presidente Maduro se proyecta al
ámbito internacional. Su abierto y confeso respaldo a Tsipras en Grecia e
Iglesias en España es un signo de escasa sindéresis. Ambos ensayos se están
viniendo a menos bajo el impacto de la implacable realidad, al punto que,
tratando de distanciarse del incómodo aliado venezolano, el partido PODEMOS de
Pablo Iglesias suscribió con el PP y el PSOE una fuerte exigencia de libertad
para Ledezma y demás presos políticos venezolanos.
En América Latina casi todos se distancian del
aliado de fortuna dilapidada, sin que el presidente Maduro haga algo para
contener la tendencia. Al contrario, angustiado por la cercanía del 6D y por
las tormentas que pudiera acarrear el incesante malestar en sus propias filas,
pareciera querer incendiar las fronteras guyanesa y colombiana, arruinando de
paso la legítima demanda sobre el Esequibo que Venezuela cimentó en el acuerdo
de Ginebra con base en negociaciones pacíficas. “Pacíficas”, subrayo, dado que
nada tienen que ver con retóricas incendiarias y denuncias crepitantes como las
emanadas de la cumbre de estos revolucionarios de oropel.
No es solo lo que hacen, sino cómo lo hacen. El CNE
pudo discrepar de la justa y oportuna declaración de la OEA acerca de su deseo
de enviar una misión de observación de las discutidas elecciones venezolanas.
Pudo contraponer “acompañamiento” a “observación” y hacerlo con serenidad y
respeto. Esos conceptos están claros para todo el mundo. Aunque errónea, la
posición del CNE podía ser debatida en sana paz como corresponde al diálogo
entre instituciones reconocidas. Pero no, los rectores oficialistas del CNE
ratificaron su condición sumisa al ofender e insultar a la OEA y con ello se
granjearon más antipatía foránea de la que ya los satura.
Ante un gobierno tan agresivo y de miedos a flor de
piel cabe preguntarse: ¿habrá elecciones?
Respondo con una perogrullada. Lucha por ellas quien
crea en ellas y se sienta ganador. Trata de impedirlas el perdedor. Incluso con
unas elecciones tan ventajistas como éstas, la oposición debe ganar las dos
terceras partes de la AN. Por saberlo, el gobierno busca camorra con quien sea,
en las fronteras o en el mundo entero. Para semejante fin multiplica las
provocaciones con el objeto de reagrupar sus averiadas filas amagando con “el
enemigo externo”, e inducir a la MUD a cometer el tonto error de patear la mesa
y regalarle la victoria pacífico-electoral que flamea en la punta de su lanza.
Faltaría una consideración muy breve sobre el tema
militar, del que poco sé pero algo oigo. La libertad condicionada del general
Baduel, cautivo de largos años y militar de una sola pieza, y la detención del
coronel José Martín Raga seguida de su fulminante liberación sin que aquel se
desdijera en nada de lo que dijo, son señales principistas.
Son indicios alentadores de que no muchos quieren
manchar su uniforme en el cementerio de los derechos humanos sacrificados.
Americo
Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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