Ya
lo sabemos, es la ley de la vida, que ella se acaba, pero el corazón no suele
entenderse fácilmente con la lógica de la razón.
Eso es abrumador y contundente
cuando se nos van seres queridos. Han sido días tristes por la pérdida de
amigos entrañables, primero se nos fue Josefina Jordán, y unos días después
Germán Ahrensburg. Mientras escribimos estás líneas también se ha despedido de
nosotros el colega sociólogo Heinz Sonntag. Todos ellos nos abandonan sin
preguntarnos, gente a las que nos unieron afectos y sueños compartidos.
Con
la muerte de Sonntag se nos va uno de los científicos sociales que nunca
abandonó el pensamiento crítico, pero con la capacidad de renovarse
constantemente. Maestro de muchas generaciones, perseverante y agudo
investigador e incansable luchador por la justicia, la libertad y la
democracia. Como sabemos, adoptó a Venezuela como su patria y venido de Europa
será recordado como un sociólogo latinoamericano, que nos deja una profusa obra
escrita que nos hará que pueda estar entre nosotros no sólo por sus aportes
sino por su personalidad inconfundible.
A
Josefina Jordán la conocimos personalmente de manera tardía para su larga trayectoriaque
reúne su desempeño como cineasta, escritora, guionista, actriz de teatro, radio
y TV, fotógrafa, y documentalista, todo ello acompañado en un ejercicio
militante por las causas de la justicia y la libertad. Fiel a sus raíces
falconianas nos legó una paciente documentación y divulgación de la vida y las
luchas del zambo José Leonado Chirino, que está en el centro de su novela
“Libertarios”, publicada pocos meses antes de su muerte. Con ella compartimos
la aventura editorial de la revista “El Ojo del Huracán”, que dirigió Teodoro
Petkoff, y que me correspondió secundarlo como subdirector, que se mantuvo
saliendo en la última década del siglo que dejamos atrás, años de turbulencia y
cambio, donde nos empeñamos en alimentar el análisis crítico desde una
perspectiva plural. Allí pude calibrar la calidad humana y la pasión de esta
mujer que tuve el privilegio de conocer y compartir muchas momentos que
guardaré como un regalo de la vida junto a amigos comunes.
Pero
se nos ha ido también GermánAhrensburg, quien conocí en mi noviciado político.
Era de la dirección de la Izquierda Cristiana a la que me incorporé, que en el
caso venezolano fue una de las pocas experiencias de ese tipo que fue fraguada
por los sectores seglares y no por los curas, como en otros países, eran los
tiempos de los prolegómenos de la Teología de la Liberación. De esos años
recuerdo que en su apartamento ubicado en la Urbanización Bello Monte en
Caracas, junto con Sary, entonces su esposa y madre de sus hijas, terminamos de armar dos libros de Camilo
Torres en una edición artesanal que fue la primera edición venezolana del cura,
sociólogo y guerrillero colombiano que fue un ícono para los cristianos de
izquierda en ese momento.
Esa
Izquierda Cristiana, como organización política tuvo una vida breve, cuya
historia y avatares están todavía por escribirse, pero allí me conseguí a
Germán y alguien que no puedo olvidar, Otto Maduro, su entrañable amigo, que
murió hace unos pocos años, y sobre el cual no pude escribir en ese evento
porque estuvimos escribiéndonos hasta pocos días de su muerte y abrumado no
tuve cómo reponerme para dejar constancia de ese ser excepcional que nos dejó.
No
quiero que me pase con Germán, que pasados los años nos reíamos que él fue mi
dirigente en la Izquierda Cristiana, y yo fui su dirigente en la última etapa
del MIR, al que se incorporó. El país cambió. Después del deslave político de
fines de los noventa entendimos desde el inicio que la promesa de cambio del
chavismo era espuria, que había que trabajar hasta que madurara una propuesta
política que alumbrará el camino de la justicia y la libertad. No para regresar
atrás, lo cual es inviable, sino para una Venezuela próspera sobre una
combinación de productividad y equidad. Y en eso siempre estuvo Germán, dando
su aporte sin aspavientos ni protagonismos, como siempre lo hizo, y regalando
afectos, como en una cena reciente en nuestra casa, junto a Rosita, su
esposa,que tantas historias hemos compartido mi mujer y yo, y otros amigos,
pero el destino nos interrumpió nuestra conversa, nos lo arrebató en una lejana
tierra. No hay manera de que la razón nos consuele ante lo que el corazón
reclama: tener al lado a los amigos del alma.
Como
todas las querencias que se van, recordamos los versos de Miguel Hernández
cuando murió su amigo Ramón Sijé, que expresa bien lo que sentimos: “Tanto
dolor se agrupa en mi costado que por doler me duele hasta el aliento”.
Alberto
Lovera De Sola
alberto.lovera@gmail.com
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