Una de las características mejor identificadas de
los regímenes totalitarios, es la del uso del engaño y la mentira para alterar
los hechos históricos y “acomodar” el pasado a sus propósitos de control
social. El común amigo, Eddy Ramírez, escribe hoy sobre lo que estima más
conducente para enfrentar con éxito, en cualquier escenario, a la pretendida
“revolución” gobernante. Al respecto, entre otras cosas, tanto o más
importantes, recomienda poner en blanco y negro la verdad de las realizaciones
y avances logrados por los regímenes democráticos, durante los “cuarenta años”
de la llamada “cuarta República”, conceptualmente destruida por los seguidores
de Hugo Chávez, a partir de 1999, cuando aparentemente comienza la “Quinta
República”, promovida como “socialismo bolivariano” y tras el lema que impuso
en Cuba el famoso “Ché” Guevara: “Hasta la victoria siempre”. Pero se equivoca
Eddy Ramírez al no aclarar la definición numérica, por cuanto la “cuarta” fue
la “primera” en el orden civil y la “quinta” una más en su definido carácter
“militar”. Y esta ha sido, probablemente, la mayor mentira, el engaño más
artero, de los supuestos socialistas gobernantes.
Venezuela, como República independiente, se forma a
raíz de la separación de la Capitanía General de Venezuela, creada por la
Corona española en 1777 e integrada por tres grandes gobernaciones: Cumaná,
Caracas y Maracaibo. Separación consolidada por los hechos gloriosos del 19 de
Abril y del 5 de Julio de 1810 y 1811, respectivamente. Al estallar la guerra,
primero bajo el mando del Generalísimo Francisco de Miranda y luego bajo la
égida de El Libertador, Simón Bolívar, la naciente República se va acercando a
un inicio integrador, en Suramérica, al proponerse “La Gran Colombia”. No
obstante, una sucesión de acontecimientos que escaparon al dominio de su
inteligencia creadora (Miranda, Bolívar) nos llevaron a otra separación, como
en una “nueva independencia”, del constructivo intento bolivariano, para hacer
causa histórica por cuenta exclusiva nuestra. De manera que, formalmente, la
“Primera República de Venezuela”, se forma, se organiza, a partir de 1830, bajo la Presidencia del General José Antonio
Paéz, el “Centauro de los Llanos”, heroico acompañante de Bolívar en Carabobo.
Es decir, en atención a la cualidad principal de su primer mandatario, esa
“primera República”, fue militar y no civil.
Desde
entonces, con muy pocas excepciones –el Dr. José María Vargas, Pedro Gual,
Manuel Felipe de Tovar, Juan Pablo Rojas Paúl y otros menos importantes o
puestos por el caudillo de turno-- la
gran mayoría de los Presidentes de la República o de los Estados Unidos de
Venezuela, durante 115 largos años, fueron militares y anclaron su prestigio en
la fuerza de las armas, hasta la irrupción del 18 de Octubre de 1945, cuando
nace la Primera República Civil y se designa, por votación universal, directa y
secreta de una mayoría de venezolanos, mujeres y hombres, mayores de 18 años, a
Don Rómulo Gallegos, esclarecido escritor a quien debemos el más
reverencial recuerdo. Pero Gallegos
apenas duró nueve meses en el poder, habiendo sido derrocado por una logia
militar, como para ratificar el carácter “prusiano” de la República de
Venezuela e interrumpir el inicio de la causa civil, hasta su restauración
histórica, en 1958. Es decir, la Primera República Civil se recupera en ese
año, luego del letargo perezjimenista, permaneciendo en nuestra vida pública
hasta 1998, cuando emerge, otra vez, la figura de un militar y “cae” esa
primera versión gloriosa de nuestra civilidad.
Y esta vez no fue el plomazo de un fusil criminal, en un golpe avieso de
primitivo “arrebatón”, sino la voluntad de un pueblo engañado, el cual, con sus
votos, eligió, en democracia, a quien estaba desde hacía mucho tiempo,
confabulado para acabar con la democracia.
Entonces, seamos claros: la llamada “cuarta
república”, la que se apaga, otra vez, en 1998, fue, en realidad, la primera y
única República Civil que hemos tenido en nuestra historia. La que enseña al
venezolano a participar y compartir derechos para labrarse a sí mismo su propio
destino, sin que los destellos y estruendos de las armas le den la razón de la
sin-razón al más atrevido de los caudillos circunstanciales. Sólo que –y seamos
claros una vez más— esa “primera” no fue concebida para moldearse el desarrollo
y construir una sociedad agresiva y consciente, en su propósito de crecer y
expandirse hacia afuera, hacia el mundo, como unidad productiva capaz de
competir con los países más desarrollados.
Por
eso “cae” la República Civil y sin
llamar al pueblo a las armas, práctica usual de caudillos providenciales,
quienes la sustituyen, aun cuando hablen un lenguaje pseudo-revolucionario moderno,
no esconden las “charreteras” y buscan controlarlo todo –como Paéz, como
Guzmán, como Gómez, como Pérez Jiménez--
para acostumbrar a la sociedad, al pueblo, a tenerlos como únicos
directores de su destino. La arrogancia, la coacción, el miedo. Por eso son
débiles las reacciones frente al capricho gobernante. Por eso parece
eternizarse el mandamás “revolucionario”. Por eso se hace difícil “salir de
ellos”. Una oposición blandengue, sin propuestas interesantes, repitiendo un
discurso atrasado y que no mira, no toma en cuenta, lo que está ocurriendo en
el mundo exterior.
Independientemente
de lo que ocurra en los meses por venir, en las convocadas elecciones de
diciembre, Venezuela requiere de la fortaleza de un nuevo enfoque que rete todo
lo que quedó en el pasado, incluido “este” presente en “ese” pasado. Un enfoque
que revise por qué tanta calamidad a nuestro paso, porqué es tan difícil
desarrollarnos, porqué tanta dependencia de otros, cuando la naturaleza nos
dotó de lo más esencial para conformar en nuestro suelo una verdadera potencia
económica, capaz de vencer cualquier debilidad social que se empeñase en
perdurar su presencia: la desigualdad, la miseria, el hambre, los sufrimientos
colectivos, todo lo que no tiene por qué regresar jamás a nuestra realidad.
Nuestra geografía se llena de sol todo el año y por nuestras tierras corren,
abundantes, las aguas de grandes ríos. Bajo esas tierras y esas aguas se
esconden verdaderos tesoros naturales, los cuales cada vez más hacen brillar la
imaginación de los humanos, pensadores creativos de otras latitudes.
Entendamos,
pues, que la Primera República Civil cumplió su misión y le abrió la puerta a
una nueva versión de su esencia: la Segunda República Civil, la que tiene que
plantearse el futuro en términos muy diferentes a lo que se hizo setenta años
atrás. La recurrencia “militarista” en la dirección del país es una secuela
infortunada de un “presidencialismo” que promueve “caudillos” y “jefes únicos”
que desprecian el aporte de los otros. Tenemos que expandirnos y hacernos
presente en el mundo. Debemos dejar de depender de factores esclavizantes,
económica, social y políticamente, como lo ha sido el petróleo en el último
siglo. Tenemos que diversificar nuestra producción independiente, competir y generar
renta externa, para superar crisis artificiales como la de estos días,
consecuencia de la ignorancia y la improvisación de nuestros gobernantes.
Tenemos que hacer de cada uno de nuestros estados –llenos de sol, llenos de
agua, llenos de tierra— promisoras unidades productivas, capaces de gerenciarse
de manera autónoma. Tenemos que gobernarnos todos para todos. Debemos ir ya a
una Democracia Parlamentaria, a través de la cual el pueblo se gobierne a sí
mismo, a través de sus representantes directos y no dependa su suerte de los
caprichos de un poderoso afortunado. Autonomía regional, democracia
parlamentaria, generación de renta externa, productividad, competitividad,
acento en el esfuerzo colectivo, tienen que completar el lenguaje de quienes
nos guían, insistiendo en los valores tradicionales de la democracia: la
libertad, la justicia social, la fraternidad entre iguales y el discurso
alentador, lleno de esperanzas y consciente de que Venezuela será otra, en la
necesaria e inminente implantación de la Segunda República Civil, hacia la cual
ya avanzamos, a pasos agigantados.
Rafael
Grooscors
grooscors81@gmail.com
@grooscorscaball.
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