No hace falta que
irrumpa repentinamente en la entrada, con revolver en cinto, mientras bolas de
estambres ruedan al compás del polvo sacudido por el viento brumoso. Ni que a
galope intempestivo se dirija a detener una revuelta en la cantina o se bata en
duelo con un buscado malhechor. Nadie exige que brille su placa en forma de
estrella o escolte la diligencia que lleva nuestros sueños más anhelados por
una patria justa y decente. Sólo aspiramos a que asiente la imperante y
descomunal delincuencia, apacigüe la inoperancia gubernamental, el despilfarro
burocrático y acribille con ideas las estrategias para la planificación
macroeconómica.
Requerimos un sheriff que tenga su cárcel presta para acallar las espasmódicas cifras de homicidios –las cuales en 2014 llegaron a 24.980 fallecidos y una tasa de 82 muertes violentas por cada 100 mil habitantes–, impulsando acciones concretas para apaciguar el instinto asesino y edificar correccionales que proporcionen un deseo reformatorio de sus reos.
Pero nada se
vislumbra. La impunidad deambula a sus anchas y todos salimos temerosos a las
calles de que, al doblar la esquina, seamos apuntados en la sien para
despojarnos de los insignificantes recursos de nuestra cartera. Nadie se salva
a esta andanada delincuencial. Los diarios nacionales empalman titulares
asombrosos, con policías y hasta escoltas de altos funcionarios del gobierno,
acribillados y ultimados como si fuera epidemia.
¿Dónde está el
alguacil que ponga coto a tan pavoroso panorama? El cumplimiento de las leyes
se hace a la inversa, mientras las instituciones regentes y garantes del
equilibrio de nuestra sociedad, se hacen de la vista gorda y con sus
genuflexiones, perfilan sus dictámenes hacia el ámbito político y no por la vía
de la equidad.
Parece que
coexistimos en un western grotesco a lo John Wayne o Clint Eastwood. La
situación es tal, que nos tocará andar a caballo o, en todo caso, en burros y
mulas, porque ni repuestos se consiguen para reparar los vehículos, mientras
permanecen desoladas las concesionarias.
Urgía que el
veloz tren, contentivo de valiosos lingotes de oro, siguiese su rumbo como
estandarte de reservas y no saqueado por bandoleros encapuchados, que sólo
quieren empeñarlos y emplearlos para aumentar sus riquezas.
Estamos cansados de vivir en un pueblo sin ley, donde aparecen muertos descampados, ante un absorto cotidianismo delictivo. No pedimos que sentencien a la horca en cualquier arbolillo a los delincuentes de oficio, pero si existiese “El bueno, el feo y el malo”, como en aquel film de 1968, sea el primero quien salga airoso para que se invierta el dinero en prosperidad.
Sólo aspiramos
con esperanza, el resurgir de una nación. El viejo reloj del pueblo sigue su
curso y en diciembre tendremos la oportunidad de empezar a civilizar a este
pueblo fantasma y sacarlo del viejo oeste, para sembrar el valioso petróleo y
motorizar la economía.
José Luis
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
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