Realmente
lo que estamos viendo, viviendo, sufriendo jamás lo pensamos ni soñamos.
Patética la situación. En solo tres lustros el capricho de un hombre de querer
imponer una ideología de su propia invención ha logrado destruir el país.
Y
no es cuestión de exageración, es que literalmente Venezuela ha sido destruida.
Chávez cuando asumió el poder en 1999 encontró un país con problemas de toda
índole, como es normal en cualquier comunidad de seres humanos, pero era un
país, era una nación en pleno desarrollo, produciendo, con una clase media
pujante, con sindicatos y gremios empresariales activos, con universidades
funcionando, con un mercado de importación y exportación activo, con una
industria petrolera ubicada dentro de las más eficientes del mundo. Con reservas
en el BCV. Con negros y blancos, ricos y pobres que conversaban sin pelearse.
La urbanización y el barrio no tenían muros de separación, se podía ir de una a
otro sin que lo asesinaran. Los médicos sabían curar. Los estudiantes sabían
leer y escribir. Los periodistas podían hacer preguntas incómodas al gobernante
de turno y la prensa, radio y TV informaban. No había cadenas. Los presidentes
no le mentaban la madre en público a nadie, y los locutores de VTV no decían
groserías y esa tv era de todos. Había papel para la prensa y para el otro.
Teníamos una moneda con cierta estabilidad y procesos inflacionarios y de
devaluación manejables. Había comida, medicinas, repuestos y demás bienes y
servicios al alcance de toda la población. Importados o nacionales. No se
hacían colas. No se necesitaba la cédula de identidad para adquirir cosas. No
existía el llamado dólar negro o paralelo, el dólar to-day. Se podía viajar a
cualquier parte, dentro o fuera del país, cuando uno quisiera. Sin pedirle
permiso a nadie. Los pranes no gobernaban. El gobierno no armaba a las bandas
de criminales. No había cártel de soles. Las instituciones públicas funcionaban
y tenían un grado importante de autonomía. El presidente era el ciudadano
presidente no el comandante en jefe. Los militares no decían “patria, acción
democrática o muerte”. El gobierno no vivía peleando con sus vecinos. Se podía
ir a un cine de media noche y llegar vivo a su casa. Nuestros hijos podían
rumbear hasta altas horas de la noche sin tener que irlos a recoger a la
morgue. En resumen teníamos un país, con todos sus defectos y todas sus
bondades, pero era un país, respetado en el concierto de naciones. Una
democracia ejemplo de América.
Pero
llegó el comandante y mandó parar. Arrasó con todo y hasta el queso se lo
comió. Sin pecar de exagerado esta Venezuela de hoy no tiene nada que ver con
la Venezuela de ayer. El supremo y eterno se murió o lo murieron y nos dejó
peor.
El
proceso de destrucción se profundizó. En 16 años hemos asistido estoicamente a
la destrucción de nuestra patria. Todos somos cómplices. ¿Hasta cuándo
seguiremos siéndolo? Buena pregunta. ¿Le daremos positiva y oportuna repuesta?
Todos tenemos la palabra.
Iván
Olaizola D’Alessandro
Iolaizola@hotmail.com
@iolaizola1
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