Hace muchos años,
cuando leía el famoso libro de Dale Carnegie “Cómo suprimir las preocupaciones
y disfrutar de la vida”, entre tantas lecciones allí encontradas, quedaron dos
anécdotas prendidas en mí. La primera es la referencia que hace el autor a otra
obra, el texto de Edward Podolsky, “Deje
de preocuparse y póngase bien” y de algunos
de sus capítulos: Cómo afectan las preocupaciones al corazón; La alta
presión sanguínea está alimentada por la preocupación; El reumatismo puede
tener por causa la preocupación; Preocúpese menos en bien de su estómago; Cómo
la preocupación puede causar un resfrío; La preocupación y la tiroides; La
preocupación y la diabetes. Asimismo, Carnegie relata la historia viva de Olga
Jarvey, de Idaho, quien fue condenada a
morir, de manera lenta, tortuosa y aterradora, de cáncer. Las mejores
inteligencias médicas del país confirmaron la sentencia.
Con la pérdida de toda
esperanza, la joven enferma no atinó sino a llamar a su médico personal, quien
le preguntó: “¿Qué le pasa Olga? ¿Es que no le quedan fuerzas? Claro que morirá
usted si no deja de llorar. Es cierto que le ha sucedido lo peor, pero haga
frente a la situación. ¡Deje de preocuparse! Y haga después lo que se le
ocurra.” Aquellas palabras resonaron de
tal forma en la mente de la desahuciada, que hizo un juramento tan solemne, a tal punto que sus uñas se
hundieron profundamente en su carne y los escalofríos recorrieron toda su
espina dorsal: “No me preocuparé. No lloraré. Y si cabe hacer algo, triunfaré.
¡Viviré!” Después de 49 días de
radioterapía, con una animosa actitud mental, venciendo su mente al cuerpo,
logró la cura milagrosa de tan terrible enfermedad.
Desde hace
milenios se sabe que los humanos tenemos
la capacidad de influir en nuestro cuerpo a través del poder de la mente. Los
filósofos han generado dos preguntas con respecto al vínculo entre los estados
de nuestro cuerpo (como golpearnos un dedo del pie) y los estados de nuestra
mente (por ejemplo, sentir dolor). ¿El dolor es únicamente una alarma que salta
en las neuronas del cerebro? Si la respuesta es positiva, la deducción es que
la mente no es más ni menos que el cuerpo. Pero si el dolor es algo más que
neuronas respondiendo, entonces cabe pensar que la mente es algo que tenemos
además del cuerpo y el cerebro. Si la
mente es algo diferente al cerebro, ¿cómo es que los acontecimientos que tienen
lugar en el cuerpo, especialmente aquellos que ocurren en el cerebro, tienen
efectos en la mente, y viceversa?
Entonces, si la mente no es lo mismo que el cerebro y el resto del
cuerpo, podríamos decir que es
inmaterial, es decir, que no está hecha de materia. Por lo tanto,
¿cómo interactúa con la materia que
componen el cuerpo y el cerebro?
La relación cuerpo/mente es un problema que sigue en el debate vivo y ha incidido en ciencias como la psicología y la neurociencia. Recientemente ha prosperado la psiconeuroinmunología (PNI), que estudia la interacción entre los procesos psíquicos, el Sistema Nervioso, el Sistema Inmune y el Sistema Endocrino del cuerpo humano.
En
general se tiende a pensar que las emociones inciden en las respuestas físicas
y fisiológicas, pero se ha comprobado que el circuito también funciona al
contario. Expresar molestia en la cara activa la secreción de hormonas del
estrés, que a su vez inhiben el sistema inmune, incrementan la presión
sanguínea y hacen a los individuos más susceptibles a la ansiedad y a la
depresión. Lo contario, una cara feliz, reduce dicha secreción e incrementa la
producción de endorfinas y linfocitos T, que a su vez potencian el sistema
inmunológico.
Las emociones negativas como la rabia, la tristeza, la culpa, el
miedo, la envidia, el aburrimiento, los celos o la desesperanza, bloquean
nuestro bienestar y nos hacen perder los mejores momentos de la vida. Los
estados positivos como la alegría, la confianza, el auto reconocimiento, la
bondad, la humildad, restablecen el equilibrio orgánico y prolongan nuestros
años.
Maravilloso fue
el descubrimiento de la Dra Candace Pert, neurocientífica y farmacóloga
estadounidense, quien en 1999 verificó que los neuropéptidos, moléculas que
recorren nuestro organismo, tienen memoria, son manifestaciones bioquímicas de
nuestras emociones, alteran nuestro comportamiento y estado de ánimo y se
relacionan directamente con nuestros pensamientos.
“Las emociones son el contenido informacional, que es intercambiado vía la red psicosomática, con los órganos, células, y sistemas que participan en el proceso. Así como la información, las emociones viajan en dos realidades: la de la mente y el cuerpo, como péptido y receptores en la realidad física y como sentimientos y emociones en el plano no material”, dice ella. De tal manera que como filosofía de vida podemos adoptar pensamientos, palabras y conductas beneficiosas para contribuir a nuestra calidad de vida y a una mejor salud."
Isaac Villamizar
isaacvil@yahoo.com
@isaacabogado
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