No conozco a
profundidad los principios ni los objetivos que sustentan la
nueva política diseñada por el presidente Obama con relación a Cuba.
Siempre he creído que una política que no ha tenido resultados eficientes en el
tiempo debe ser revisada, tratando de establecer una diferente. He leído
numerosas observaciones críticas a Barack Obama. Muchas de ellas no me han
agradado. Se percibe un profundo resentimiento por la tragedia que vive el
pueblo cubano. Entre las observaciones críticas a esa nueva política leí, en
estos días, un interesante artículo de Carlos Alberto Montaner que tituló: “7
advertencias finales sobre la nueva política de Obama hacia Cuba”, de las
cuales me llamó la atención la siguiente: “No existe en la dictadura cubana la
menor intención de comenzar un proceso de liberalización que permita el
pluralismo político o las libertades, tal y como se conocen entre las naciones
más desarrolladas del planeta”…
Al terminar de
leer esos puntos, me vino a la memoria la larga discusión que tuve con Fidel
Castro en mi visita oficial a Cuba, en septiembre de 1993, como canciller de
Venezuela. El embajador García Bustillos ofreció esa noche una recepción en mi
honor en su residencia. Los invitados eran el Cuerpo Diplomático y altos
funcionarios cubano. A las 8:00 p.m. empezaron a llegar los invitados. A las
9:00 p.m. me anunciaron la llegada de Fidel Castro. Salí a la puerta de la
residencia con el embajador García a recibirlo. No lo conocía. El embajador
García nos condujo a un sitio reservado a objeto de que pudiéramos conversar en
privado. Lo acompañaban Carlos Lage, Ricardo Alarcón y Roberto Robaina. Nos
sentamos en un cómodo sofá y comenzamos la reunión. Al inicio de la
conversación, Castro insistió en los temas pendientes de solución en la reunión
de la tarde. Al darse cuenta de mi firme posición, no insistió más en dicho
asunto. La conversación languideció un poco.
Aproveché ese
momento para colocar como centro de la discusión la necesidad de una apertura
política en Cuba. Era la posición mantenida, desde el inicio de su gobierno,
por Carlos Andrés Pérez y sostenida, en ese momento, por Ramón J. Velásquez.
Observé cara de angustia en Alarcón, Lage y Robaina. Por el contrario, Fidel
Castro se sonrió con picardía. Me explicó que después de la caída del Muro de
Berlín él había reflexionado largamente sobre este asunto: “Seguí con mucho
interés todo el proceso de la Perestroika y del Glasnost en la Unión Soviética.
Fíjese en el fracaso de Gorbachov. Me gusta más la experiencia de China. Han
logrado un gran éxito económico sin comprometer la estabilidad del régimen
comunista. Definitivamente Deng Xiaoping tiene un mayor sentido político.
Gorbachov es un iluso. Yeltsin asegurará el poder. El tiempo de Gorbachov
terminó. Él es responsable de la destrucción de la Unión Soviética”. Se expresó
con admiración de José Stalin y de Mao Zedong”…
El diálogo fue
tomando calor. Criticó con dureza el desviacionismo de Trotsky y la incapacidad
de Jruschev. Yo mantuve cierta
discreción pero con firmeza le hice ver que estaba equivocado. Le dije: “Tratar
de comparar el proceso chino con el cubano es un absurdo. China está ubicada en
el Asia, fuera de la órbita norteamericana. Cuba a 90 kilómetros de los Estados
Unidos. Esta realidad geopolítica obliga a tomar medidas distintas. Es
imposible en esta circunstancia realizar un cambio económico sin impulsar una
transformación política. Seguir el ejemplo chino traería como consecuencia que
la apertura política se desarrollara de forma espontánea, perdiéndose la
posibilidad histórica de realizar una exitosa transición. Es preferible
impulsar las dos transformaciones al mismo tiempo”. Critiqué con dureza a
Stalin y a Mao. Recordé las purgas del partido comunista… Los asesinatos de
Trotsky, Zimoviev, Kamenev, Bujarín y tantos otros y las detenciones y
deportaciones en masa…
En ese momento me
interrumpió defendiendo con pasión a Stalin. Mantuvo que “sin el carácter de
Stalin hubiese sido imposible defender con éxito a la Unión Soviética de la
invasión alemana y la revolución rusa hubiese naufragado”… Acepté el valor y la
capacidad militar de Stalin, pero le hice ver “como el pacto Stalin-Ribentropp
había permitido la conquista militar de Polonia y de Europa continental.
Recordé la invasión de Hungría y Checoslovaquia por la Unión Soviética. Mantuve
que consideraba un grave error la Revolución Cultural de Mao. Reconocí la
visión económica de Den Xioping, pero recordé la matanza de la plaza de Tiananmen.
Fidel mantuvo su posición durante las cuatro horas que discutimos Eso sí, dejo
en mi espíritu la convicción de que su
pensamiento estaba influido por una visión estalinista de la sociedad y del
poder. Nunca aceptará un proceso de liberalización. Creo, que así también piensa Raúl Castro. Esta realidad debe conocerla los Estados Unidos. Si no,
fracasará estruendosamente.
Fernando Ochoa Antich
fochoaantich@gmail.com
@FOchoaAntich
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