Las FARC
reaccionaron indignadas cuando el Alto Comisionado de Paz del gobierno, Sergio
Jaramillo, las tildó de cínicas. Les pareció un trato insultante que rompe
protocolos acordados en la mesa de conversaciones de La Habana.
Pero, ellas no
solo omiten condenar los graves atropellos a la población civil, a la
infraestructura nacional y al medio ambiente, cometidos por sus frentes y
milicias en los últimos días, sino que los justifican como consecuencia lógica
a la negativa del presidente Santos de aceptar un cese bilateral del fuego.
Cabe preguntar si
es o no cinismo quejarse en la Mesa de que los traten como una guerrilla
derrotada o que los quieren humillar exigiéndoles el desarme o el cese
unilateral, y a renglón seguido desatar una avalancha de acciones terroristas y
campañas mediáticas de su periferia civil para que se acepte, por la fuerza, su
exigencia. Al final de la semana anterior, declararon que “el tiempo de la
solución militarista se agotó”, mientras sus frentes dejaban sin agua a Tumaco
y los ríos y costas del Pacífico del país quedaban contaminados con el petróleo
derramado por sus atentados antiecológicos y antisociales, agregando, con lágrimas
de cocodrilo que: “desgraciadamente lo ocurrido en Tumaco ha tenido terribles y
no deseadas consecuencias”.
Apelar al terror
para presionar al gobierno nacional y luego salir a quejarse de la “guerra” y
sacar bandera blanca, so pena de avanzar en la destrucción del país, solo puede
ser una expresión de cinismo. Sectores de opinión sucumben a esa estratagema
perversa sin caer en cuenta que avalar el cese bilateral es aceptar el chantaje
del terror y la humillación de la sociedad y el Estado.
Por otra parte,
tampoco advierten que el cese bilateral, así a secas, es un imposible
logístico. La razón es muy sencilla y poderosa. Resulta que están activas
poderosas organizaciones armadas ilegales guerrilleras y mafiosas que combaten
a la Fuerza Pública, alteran el orden, la seguridad y los bienes de la
ciudadanía y que, las FARC, a su vez, están diseminadas en múltiples
estructuras.
Incidentes en
gran cantidad y casi rutinariamente se presentarían generando discordias,
señalamientos y acusaciones de saboteo, causadas por la muy factible confusión
que se presentaría en teatros de operación en los que la Fuerza Pública no
tiene ni forma ni tiempo de averiguar a quién se está enfrentando. Recordemos
el caso de la matanza de los soldados del Cauca que llevó a la suspensión de
los bombardeos oficiales.
¿Cómo
garantizaría la guerrilla el cumplimiento de su compromiso en un escenario en
el que pululan células urbanas y rurales, estructuras móviles, infiltrados en
instituciones estatales y privadas? ¿Cesarían sus actividades de narcotráfico,
la compra de armas, el reclutamiento de menores, la instalación de minas
antipersonal?
Es tan complejo
como negociar la paz, entendida esta como el cese definitivo de toda acción
bélica entre los bandos enfrentados. Sin embargo, existe una salida al
embrollo. Esa salida ya fue ensayada con éxito en anteriores negociaciones de
paz. Por supuesto, estuvo precedida por la expresión sincera del deseo de los
armados ilegales de cesar en el uso de las armas en el marco de una negociación
que no significó una humillación. Dichos casos fueron los del M19, Corriente de
Renovación Socialista, Quintín Lame, PRT, grupos paramilitares y milicias y
“combos” urbanos.
La concentración
de las FARC, en los términos en que la propone el expresidente y senador Alvaro
Uribe y el Centro Democrático (Fuerza política que debe ser escuchada para
garantizar el buen final del proceso), en una o pocas zonas bajo protección
internacional, sin entrega de armas y contando el tiempo de permanencia en ella
como parte de las penas alternativas que deban pagar los responsables de
crímenes graves, no tiene un ápice de espíritu humillante.
Esta propuesta
brinda más garantías a unos y a otros que la santista de negociar en medio del
conflicto. La del gobierno otorga una especie de aval a los ataques de la
guerrilla contra la Fuerza Pública, y además, desarma al Estado legítimo de su
razón moral y crea una falsa atmósfera de confianza de las fuerzas militares ante un enemigo que
no juega limpio (recuérdese la reciente masacre de soldados en el Cauca).
De otro lado, la
propuesta de concentración con vigilancia internacional, además de ser más
garantista, es más realista que las expresiones voluntaristas a favor del cese
el horror y las fariseas lamentaciones de las FARC por “las desagradables
consecuencias” de sus acciones.
La respuesta del
presidente Santos a los atentados al sostener que luchará por la paz “por las
buenas o por las malas” subyace en un grave equívoco: desconoce que la Fuerza
Pública, en principio y por mandato, procede en defensa de la Constitución. De
manera que, defender la Constitución y combatir bajo su manto y bandera, usando
las armas legítimas de la república, no es una acción “a las malas”. Santos
olvida o no sabe que, “a las malas” proceden los ilegales.
Las
conversaciones de paz han llegado a un punto ciego que solo se puede desatar si
las FARC aceptan concentrarse bajo vigilancia internacional. Ese gesto tendría
el efecto positivo de alentar la recuperación de la confianza de la población
en dicho proceso.
Ruben Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc
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