lunes, 13 de julio de 2015

DARIO ACEVEDO CARMONA, SALVAVIDAS PARA LAS NEGOCIACIONES DE PAZ, CASO COLOMBIA,

Las FARC reaccionaron indignadas cuando el Alto Comisionado de Paz del gobierno, Sergio Jaramillo, las tildó de cínicas. Les pareció un trato insultante que rompe protocolos acordados en la mesa de conversaciones de La Habana.

Pero, ellas no solo omiten condenar los graves atropellos a la población civil, a la infraestructura nacional y al medio ambiente, cometidos por sus frentes y milicias en los últimos días, sino que los justifican como consecuencia lógica a la negativa del presidente Santos de aceptar un cese bilateral del fuego.
Cabe preguntar si es o no cinismo quejarse en la Mesa de que los traten como una guerrilla derrotada o que los quieren humillar exigiéndoles el desarme o el cese unilateral, y a renglón seguido desatar una avalancha de acciones terroristas y campañas mediáticas de su periferia civil para que se acepte, por la fuerza, su exigencia. Al final de la semana anterior, declararon que “el tiempo de la solución militarista se agotó”, mientras sus frentes dejaban sin agua a Tumaco y los ríos y costas del Pacífico del país quedaban contaminados con el petróleo derramado por sus atentados antiecológicos y antisociales, agregando, con lágrimas de cocodrilo que: “desgraciadamente lo ocurrido en Tumaco ha tenido terribles y no deseadas consecuencias”.
Apelar al terror para presionar al gobierno nacional y luego salir a quejarse de la “guerra” y sacar bandera blanca, so pena de avanzar en la destrucción del país, solo puede ser una expresión de cinismo. Sectores de opinión sucumben a esa estratagema perversa sin caer en cuenta que avalar el cese bilateral es aceptar el chantaje del terror y la humillación de la sociedad y el Estado.
Por otra parte, tampoco advierten que el cese bilateral, así a secas, es un imposible logístico. La razón es muy sencilla y poderosa. Resulta que están activas poderosas organizaciones armadas ilegales guerrilleras y mafiosas que combaten a la Fuerza Pública, alteran el orden, la seguridad y los bienes de la ciudadanía y que, las FARC, a su vez, están diseminadas en múltiples estructuras.
Incidentes en gran cantidad y casi rutinariamente se presentarían generando discordias, señalamientos y acusaciones de saboteo, causadas por la muy factible confusión que se presentaría en teatros de operación en los que la Fuerza Pública no tiene ni forma ni tiempo de averiguar a quién se está enfrentando. Recordemos el caso de la matanza de los soldados del Cauca que llevó a la suspensión de los bombardeos oficiales.
¿Cómo garantizaría la guerrilla el cumplimiento de su compromiso en un escenario en el que pululan células urbanas y rurales, estructuras móviles, infiltrados en instituciones estatales y privadas? ¿Cesarían sus actividades de narcotráfico, la compra de armas, el reclutamiento de menores, la instalación de minas antipersonal?
Es tan complejo como negociar la paz, entendida esta como el cese definitivo de toda acción bélica entre los bandos enfrentados. Sin embargo, existe una salida al embrollo. Esa salida ya fue ensayada con éxito en anteriores negociaciones de paz. Por supuesto, estuvo precedida por la expresión sincera del deseo de los armados ilegales de cesar en el uso de las armas en el marco de una negociación que no significó una humillación. Dichos casos fueron los del M19, Corriente de Renovación Socialista, Quintín Lame, PRT, grupos paramilitares y milicias y “combos” urbanos.
La concentración de las FARC, en los términos en que la propone el expresidente y senador Alvaro Uribe y el Centro Democrático (Fuerza política que debe ser escuchada para garantizar el buen final del proceso), en una o pocas zonas bajo protección internacional, sin entrega de armas y contando el tiempo de permanencia en ella como parte de las penas alternativas que deban pagar los responsables de crímenes graves, no tiene un ápice de espíritu humillante.
Esta propuesta brinda más garantías a unos y a otros que la santista de negociar en medio del conflicto. La del gobierno otorga una especie de aval a los ataques de la guerrilla contra la Fuerza Pública, y además, desarma al Estado legítimo de su razón moral y crea una falsa atmósfera de confianza  de las fuerzas militares ante un enemigo que no juega limpio (recuérdese la reciente masacre de soldados en el Cauca).
De otro lado, la propuesta de concentración con vigilancia internacional, además de ser más garantista, es más realista que las expresiones voluntaristas a favor del cese el horror y las fariseas lamentaciones de las FARC por “las desagradables consecuencias” de sus acciones.
La respuesta del presidente Santos a los atentados al sostener que luchará por la paz “por las buenas o por las malas” subyace en un grave equívoco: desconoce que la Fuerza Pública, en principio y por mandato, procede en defensa de la Constitución. De manera que, defender la Constitución y combatir bajo su manto y bandera, usando las armas legítimas de la república, no es una acción “a las malas”. Santos olvida o no sabe que, “a las malas” proceden los ilegales.
Las conversaciones de paz han llegado a un punto ciego que solo se puede desatar si las FARC aceptan concentrarse bajo vigilancia internacional. Ese gesto tendría el efecto positivo de alentar la recuperación de la confianza de la población en dicho proceso.
Ruben Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc

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