NUESTRO TIEMPO.
Dios le asigna a cada ser un tiempo en su vida, a veces
ya predeterminado y otras dependiendo del uso que del tiempo hagamos. El hombre
le ha dado medida al tiempo dividiéndolo en segundos, minutos, horas, días,
semanas, meses, años y siglos. El paso del tiempo es inexorable. No lo podemos
detener. No hay manera de ir tras él o delante de él. A veces no sabemos si
vamos con él o vamos contra él. Lo importante, a mi entender, es que nuestro
tiempo es la moneda que Dios nos da para invertirlo o gastarlo en hacer cosas
que sean de utilidad. El tiempo, de por sí, no se ahorra, moneda que no se
gasta es moneda que se evapora, inclusive cuando acompañamos al tiempo sin
hacer nada, como el dormir o meditar se convierte en un gasto para la recarga
de energías.
EL VALOR DEL TIEMPO.
Para el ser humano, el valor que se le da al tiempo es
muy variado en cada ser y las razones son tantas como seres hay en el mundo. En
general, ya con uso de razón, la mayoría de los jóvenes no tienen aprecio por
el tiempo, es más, pareciera que para ellos es infinito y viven convirtiendo su
moneda en burbujas. El adulto racional comienza a darle valor a su tiempo,
gastándolo o invirtiéndolo en cosas materiales o espirituales que le den la
satisfacción y el deseo de seguir acompañando al tiempo. Cuando llegamos a lo
que se denomina "la tercera edad", pensamos en el ayer y meditamos
sobre como malgastamos nuestro tiempo. Como no hay manera de volver atrás, sólo
nos queda el lamento, la frustración y comienza el imposible proceso de querer
ganarle tiempo al tiempo.
NUESTRO TIEMPO EN LA "TERCERA EDAD"
Carrera contra el tiempo. Al comenzar la llamada tercera
edad, ya oficializada en 60 años para los hombres y 55 para las mujeres,
aparece el falso sentimiento que nos quedan todavía dos períodos de 20 años
cada uno, cuarta y última edad, para llegar a 100. La verdad es que su obligado
inicio hace sentir, al hombre o mujer, casi inútiles. Comienza por darle una
jubilación que los obliga a desprenderse, como mango maduro, del árbol del
trabajo, como si ya fueran una máquina obsoleta y sin manera de reactivación.
Como el mango, los jubilados, rápidamente comienzan a marchitarse y aceptar una
enfermiza vejez prematura. Si son empleados(as) públicos comienza el suplicio
de cobrar la merecida pensión de jubilación y la pensión de vejez en el IVSSO.
El tiempo y la inflación siguen su camino, pero en carrera como la tortuga
contra la liebre.
Los jubilados comienzan a ocupar su tiempo en
atender a los nietos, visitar colegas
enfermos y hasta acompañarlos en las honras fúnebres. Sacar crucigramas y otros
pasatiempos. Obligados están en hacer uso del internet para mantener
comunicación con amigos invisibles y enterarse del “dólar paralelo”. Los
jubilados todavía enteros para un trabajo, lo buscan en asociación con un hijo,
yerno o viejo amigo, bien como socio –corriendo todos los riegos de perder gran
parte de sus ahorros-, o como Asesores a medio tiempo. Por lo menos tienen algo
en el cual ocupar el tiempo que le van quedando.
Pero los más, los que no tienen oportunidad de trabajar,
aunque sea en su propia casa, no les queda más remedio que comenzar a vegetar,
es decir, ver, oír, mirar, oler y sentir lo que a diario ven, oyen, miran,
huelen y sienten en su trampa jaula –su pequeño apartamento- en donde
sobreviven. Ya sienten y, lo peor, se convencen, que no vivirán su cuarta edad
y menos la quinta y última.
El monto de las pensiones ya casi en su totalidad
lo utilizan en la compra de remedios y algunos alimentos para sobrevivir.
Celulares, crucigramas, internet, siestas, televisión y algunas partidas de
dominó son sus obligadas distracciones.
Y no han llegado a los 70 años. Aquí,
allá y más allá, están cada mañana asomados al balcón o a la puerta de su casa
esperando la indeseada visita del “alemán” o su consorte “sanbito”. Estos
prematuros viejos, pensando que su tiempo se les agota, comienzan por acostarse
cada vez un poco más tarde y un poco más temprano a levantarse; en su ilusión
el día debe tener 26 hora o más.
RECOMENDACIÓN.
Amigos de la vejez y del tiempo. La llegada de la vejez y
el fin de nuestro tiempo son inevitables. No se dejen vencer por las
apariencias ni por el qué dirán. Como norma y filosofía, denle vida a sus años
y no años a la vida. Apartando enfermedades, es posible alejar la vejez
aprovechando y compartiendo el tiempo en cosas que nos sean satisfactorias y
útiles para el cuerpo y el alma. Cada noche al acostarse, háganlo pensando en
lo que tienen que hacer al día siguiente. Vivan, en lo posible, como si la vida
no tuviera fin.
Pero, en la otra cara de la moneda está escrita, en el
idioma de Dios, la fecha definitiva de la permanencia de nuestro cuerpo en esta
tierra. Por lo tanto, vivan también cada día como si tuvieran que partir
mañana, como si no despertaran de su sueño. Es el momento más importante de
nuestra existencia en la Tierra: el momento de rendirle cuentas al Señor.
Por lo tanto, como lo hicimos antes del último día como
trabajador activo, que pusimos todas nuestras obligaciones al día y las entregamos
con el orgullo y satisfacción que emerge del deber cumplido, desde ahora y por
el resto de vida terrenal que nos queda, comencemos a ponernos al día con las
obligaciones que tenemos para poder llegar al empleo eterno en el reino de
Dios. No es mucho todo lo que, por pequeño o inmenso que sea, tengamos que
arreglar, rápidamente lo hacemos y lo logramos con nuestro propio corazón -el
cerebro lo dejamos para cosas de esta tierra- comenzando con el arrepentimiento
de todo lo que en nuestra vida terrenal hicimos por no cumplir con los
Mandamientos de Dios; luego, simplemente, vivir en gracia de Dios y acompañar
al tiempo hasta que llegue el sonido del clarín anunciando el viaje eterno de
nuestra Alma.
Se acabó el TIEMPO.
Daniel Chalbaud Lange
vonlange1939@gmail.com
@danielchalbaudl
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