“El lenguaje es poder. Impone la Verdad en un momento dado” Michelle Foucautl
Para no ser
diletante, es decir, del disfrute
sensorial del conocimiento y ser lo más profesional posible como dirigentes de
la comunidad, hay que comenzar por el principio, como establecen las
Escrituras: al principio fue el verbo. Lo que distingue al ser humano del resto
de las criaturas es el pensamiento, la capacidad de abstracciones,
especulaciones, analogías, análisis, vale decir, de esos ejercicios de
racionalidad inherentes a la condición humana.
El pensamiento es
posible porque existen las palabras. Los surrealistas decían: “El pensamiento
se hace en la boca” Esos puentes expresivos nos permiten aprehender la
realidad, describirla, interpretarla e influir sobre ella. Sin las palabras,
los pensamientos serían unos desvalidos prisioneros del cerebro. Y son las
palabras y el sistema de éstas, el lenguaje, el instrumento vital de trabajo de
un político, de un dirigente, de todo aquel llamado a conducir en cualquier
área de la actividad humana. Dominar la palabra, el discurso, lograr un mínimo
de elocuencia de capacidad persuasiva, es la primera facultad que debe
desarrollar un servidor público.
Así como no se
entiende que un obrero no cuide sus herramientas de trabajo, del cual vive y
obtiene su manutención, tampoco es concebible un político que no se esmere en
mejorar cada día su discurso. La existencia del político se justifica por la
palabra, vive para hablar y convencer, su escenario ideal es el Parlamento o
cualquier espacio deliberante y no elude jamás el debate serio y constructivo.
Política y silencio no compaginan, son
términos antinómicos.
En estos primeros
años del Siglo XXI, es la imagen la que ha consolidado su dominio, ella
requiere de la palabra para no convertirse en trivialidad, para ser comprendida
en sus más íntimas connotaciones y denotaciones. Por eso, a pesar de todo, no
es la “tiranía de la imagen” sino una civilización “audiovisual”, lo que
identifica a estos tiempos. La palabra no ha sido doblegada. Está allí,
poderosa como siempre, ahora asociada con lo visual.
Nosotros los
latinoamericanos, que por nuestros ancestros, somos rítmicos, musicales y
cimbreantes. Como indígenas, reflexivos y pacientes. Y como hispanos, retóricos
y buenos conversadores. No hay que olvidar que en el mundo azteca, antes de la
llegada de Colon, se le otorgaba a la oratoria, es decir a la palabra, un lugar
preponderante. A su Emperador se le distinguía con el calificativo de Venerado
Orador. Igual sucedía en la cultura helénica, especialmente entre los
atenienses, la palabra era vital. Una sociedad que todo lo discutía en Asamblea
de Ciudadanos, de allí que era lógico la profusión de buenos oradores. No
podemos olvidarnos del famoso discurso de Pericles: “Oración por los muertos de
la guerra del Peloponeso” A Demóstenes, que siendo tartamudo, demostró que con
un gran esfuerzo se puede llegar a ser un estupendo orador. Con sus Filípicas
defendió a Atenas de las pretensiones expansionistas de Filipo II de Macedona,
el padre de Alejandro Magno.
En el discurrir histórico, los lideres han
logrado sus “auctoritas”, no por su capacidad de represión o compra de
voluntades, sino en el prestigio y respetabilidad de su dominio de la palabra,
de su capacidad para convencer.
César Augusto Yegres Morales
caym343@hotmail.com
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