“La pluma es un fiel instrumento para transmitir con libertad los sentimientos sinceros” Simón Bolívar
En anteriores
columnas hemos venido revelando algunas de las facetas poco conocidas del
Libertador: el periodismo. José Enrique Rodó señala que la circunstancia
permite al hombre dotado de estos atributos de genialidad, constatar
identidades, donde el resto de los mortales, ven solamente lo aparentemente
irreductible.
Leamos
textualmente la semblanza trazada por el ensayista uruguayo: “Veces hay en que
esa energía misteriosa se reconcentra y encastilla en una sola facultad, en una
única potencia del alma, sea ésta la observación, la fantasía, el pensamiento
discursivo, el carácter moral o la voluntad militante y entonces luce el genio
de vocación restricta y monótona, que, si nació para la guerra, guerrea
silencioso, que si para el arte, pasa la vida como Flaubert, en un juego de
belleza, mirando con indiferencia de niño las demás cosas del mundo (...) Pero
no pocas veces suscita vocaciones secundarias que rivalizan en servirle (...) y
la potencia genial se despliega en bandadas de aptitudes distintas (...) De
esta especie genial era Bolívar”.
La pregunta se
torna indiscutiblemente válida, ¿Por qué entonces, dentro de esa panorámica de
aptitudes y de acciones no pudiera corresponder al Libertador la que refiere,
también, características reveladoras de la personalidad de un periodista dotado
con la más extraordinaria sensibilidad para captar las palpitaciones políticas
y sociales de su época? Los testimonios para responder afirmativamente a estas
interrogantes se insertan – tal como lo recoge en su obra “Bolívar y la
Revolución Traicionada” el periodista y poeta valenciano Leoncio Lucena
Alvarado – quien sostiene que la multiplicidad creadora de su gran poder de síntesis
lo impulsó siempre hacia las formas más jerarquizadas del pensamiento y la
acción, pues pareció conocer siempre las complejidades de aquellas fuerzas
superiores que, desde el fondo mismo de su conciencia, lo acercaban hacia la
dinámica de un movimiento que nunca conoció el estado de reposo. En medio del
acoso de las condiciones políticas de su tiempo se mostró digno rival de los
acontecimientos que, dramáticos o desesperados pretendían cerrarle el paso a
las acciones de la obra libertadora.
Pudo Bolívar
incluso haber sido el más grande poeta de todos los tiempos, tal como el
ecuatoriano Joaquín Olmedo escribió acerca del padre de la Patria, cuando
subraya que de haberse dedicado a la poesía habría sido superior a Píndaro, ya
que era creador de un estilo literario. Y nada más cierto, su crítica al poema
de Olmedo constituye la demostración más elocuente de sus condiciones de
ensayista, dotado de singular sensibilidad literaria y de conocimientos poco
comunes sobre los autores clásicos y modernos.
En otra ocasión
el Libertador escribió a Santander desde Arequipa para refutar las opiniones
vertidas sobre su persona por parte de un periodista francés: “Que no aprendí
ni la filosofía de Aristóteles, ni los códigos del crimen y del error; pero
puede ser que Mr. De Mollien no haya estudiado tanto como yo a Locke,
Condillac, Buffon, D’Alembert, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filangieri,
Lalande, Rosseau, Voltaire, Rollin, Berthot y todos los clásicos de la
antigüedad, así como filósofos, historiadores, oradores y poetas, y todos los
clásicos modernos de España, Francia, Italia y gran parte de los ingleses”
(sic)
Sería imposible,
frente a la multiplicidad de atributos de la recia personalidad de Bolívar,
abstenerse de ahondar con análisis interpretativo cualquiera de sus facetas,
por cuanto de haber perseverado con la inquietud propia de su genio, hubiese
adquirido dimensiones tal vez similares a las alcanzadas como estadista,
político y guerrero.
Todo ello parece
constituirse en uno de los principales signos del hombre superior. En Bolívar
esta misma particularidad se dio con preeminencia de singulares relieves. En el
esplendor de su gloria o en las horas desesperadas de su abatimiento surgía la
facultad de anticiparse a los acontecimientos y circunstancias futuras. Parecía
como si atisbara el porvenir aun en medio de las tormentas sociales de su
época. Y en esto, precisamente se fundamentó su superioridad respecto a los
demás hombres que participaron en el ciclo heroico independentista.
Bolívar, desde
las perspectivas de su hora histórica, trazaba el rumbo de las coordenadas en
relación a las cuales avanzaba su pertinaz visión hacia el futuro. Porque mirar
el pasado, mirar el porvenir, mientras transcurre el presente, traducen las características esenciales
capaces de permitir la ubicación del genio en los exactos meridianos de su
grandeza.
En su deliro
sobre el Chimborazo se observa su
talante de poeta:
“De repente se me
presenta el tiempo bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los
despojos de las edades(...) Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la
fama y del secreto, mi madre fue la eternidad: los límites de mi imperio los
señala el infinito: (...) Miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa
lo presente (...) Todo es menos que un punto en presencia del infinito que es
mi hermano(...)
Bolívar fue,
único y total, para el tiempo de América.
Algo que quienes
se rasgan las vestiduras llamándose bolivarianos, seguros estamos desconocen
esta y otras facetas de quien tomaron su nombre, para a mala hora conducir a la
patria por un oscuro sendero lleno de incertidumbre, pobreza, odios,
discriminación social y todas las
perversidades que han copado el escenario en los 16 trágicos años que llevan
entronizados en el poder.
En amena lectura
del libro “Buena y Mala Vecindad” del escritor y ex-canciller mexicano Isidro
Fabela, encuentro una frase de su autor:
“¡Cuánto vale el respaldo de un gobierno libre y soberano, con nuestros mismos
principios y con nuestros mismos ideales!”. Y nada más cierto, cuando
observamos a un régimen con un seudo nacionalismo confundido con el que
pretendió vender a un pueblo las supuestas bondades de la “revolución
socialista y bolivariana del siglo XXII”, así como la defensa de lo propio con
inaudita provocación a la libre empresa; un
país en el que imperan los grandes negocios, el lucro a todo trance, la
poca vergüenza de meter la mano en los caudales públicos, la pequeñez humana,
el terror, la ignorancia, la corrupción y un sin fin de males, que por desgracia
en los actuales momentos nos aquejan.
Desconocen
obviamente estos socialistas bolivarianos de nuevo cuño, las prédicas que
Bolívar solía hacer sobre el ejercicio del poder en sus discursos. Uno de
ellos: ““El hombre de honor no tiene más patria que aquella en que se protegen
los derechos de los ciudadanos y se respeta el carácter sagrado de la
humanidad: la nuestra es la madre de todos los hombres libres y justos, sin
distinción de origen y condición. En el régimen absoluto, el poder autorizado
no tiene, no admite límites. La voluntad del déspota es la ley suprema”
Felizmente existe
un pueblo que despierta con jóvenes estudiantes, hombres y mujeres ansiosos por
recuperar todos los valores, hoy invertidos.
Carlos E. Aguilera A.,
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas
(CNP-122)
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