lunes, 6 de julio de 2015

CARLOS E. AGUILERA A., BOLÍVAR, EL PERIODISTA (II)

 “La pluma es un  fiel instrumento para transmitir con libertad los sentimientos sinceros”  Simón Bolívar
En anteriores columnas hemos venido revelando algunas de las facetas poco conocidas del Libertador: el periodismo. José Enrique Rodó señala que la circunstancia permite al hombre dotado de estos atributos de genialidad, constatar identidades, donde el resto de los mortales, ven solamente lo aparentemente irreductible.

Leamos textualmente la semblanza trazada por el ensayista uruguayo: “Veces hay en que esa energía misteriosa se reconcentra y encastilla en una sola facultad, en una única potencia del alma, sea ésta la observación, la fantasía, el pensamiento discursivo, el carácter moral o la voluntad militante y entonces luce el genio de vocación restricta y monótona, que, si nació para la guerra, guerrea silencioso, que si para el arte, pasa la vida como Flaubert, en un juego de belleza, mirando con indiferencia de niño las demás cosas del mundo (...) Pero no pocas veces suscita vocaciones secundarias que rivalizan en servirle (...) y la potencia genial se despliega en bandadas de aptitudes distintas (...) De esta especie genial era Bolívar”.
La pregunta se torna indiscutiblemente válida, ¿Por qué entonces, dentro de esa panorámica de aptitudes y de acciones no pudiera corresponder al Libertador la que refiere, también, características reveladoras de la personalidad de un periodista dotado con la más extraordinaria sensibilidad para captar las palpitaciones políticas y sociales de su época? Los testimonios para responder afirmativamente a estas interrogantes se insertan – tal como lo recoge en su obra “Bolívar y la Revolución Traicionada” el periodista y poeta valenciano Leoncio Lucena Alvarado – quien sostiene que la multiplicidad creadora de su gran poder de síntesis lo impulsó siempre hacia las formas más jerarquizadas del pensamiento y la acción, pues pareció conocer siempre las complejidades de aquellas fuerzas superiores que, desde el fondo mismo de su conciencia, lo acercaban hacia la dinámica de un movimiento que nunca conoció el estado de reposo. En medio del acoso de las condiciones políticas de su tiempo se mostró digno rival de los acontecimientos que, dramáticos o desesperados pretendían cerrarle el paso a las acciones de la obra libertadora.
Pudo Bolívar incluso haber sido el más grande poeta de todos los tiempos, tal como el ecuatoriano Joaquín Olmedo escribió acerca del padre de la Patria, cuando subraya que de haberse dedicado a la poesía habría sido superior a Píndaro, ya que era creador de un estilo literario. Y nada más cierto, su crítica al poema de Olmedo constituye la demostración más elocuente de sus condiciones de ensayista, dotado de singular sensibilidad literaria y de conocimientos poco comunes sobre los autores clásicos y modernos.
En otra ocasión el Libertador escribió a Santander desde Arequipa para refutar las opiniones vertidas sobre su persona por parte de un periodista francés: “Que no aprendí ni la filosofía de Aristóteles, ni los códigos del crimen y del error; pero puede ser que Mr. De Mollien no haya estudiado tanto como yo a Locke, Condillac, Buffon, D’Alembert, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filangieri, Lalande, Rosseau, Voltaire, Rollin, Berthot y todos los clásicos de la antigüedad, así como filósofos, historiadores, oradores y poetas, y todos los clásicos modernos de España, Francia, Italia y gran parte de los ingleses” (sic)
Sería imposible, frente a la multiplicidad de atributos de la recia personalidad de Bolívar, abstenerse de ahondar con análisis interpretativo cualquiera de sus facetas, por cuanto de haber perseverado con la inquietud propia de su genio, hubiese adquirido dimensiones tal vez similares a las alcanzadas como estadista, político y guerrero.
Todo ello parece constituirse en uno de los principales signos del hombre superior. En Bolívar esta misma particularidad se dio con preeminencia de singulares relieves. En el esplendor de su gloria o en las horas desesperadas de su abatimiento surgía la facultad de anticiparse a los acontecimientos y circunstancias futuras. Parecía como si atisbara el porvenir aun en medio de las tormentas sociales de su época. Y en esto, precisamente se fundamentó su superioridad respecto a los demás hombres que participaron en el ciclo heroico independentista.
Bolívar, desde las perspectivas de su hora histórica, trazaba el rumbo de las coordenadas en relación a las cuales avanzaba su pertinaz visión hacia el futuro. Porque mirar el pasado, mirar el porvenir, mientras transcurre el presente,  traducen las características esenciales capaces de permitir la ubicación del genio en los exactos meridianos de su grandeza.
En su deliro sobre el Chimborazo  se observa su talante de poeta:
“De repente se me presenta el tiempo bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los despojos de las edades(...) Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la eternidad: los límites de mi imperio los señala el infinito: (...) Miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente (...) Todo es menos que un punto en presencia del infinito que es mi hermano(...)
Bolívar fue, único y total, para el tiempo de América.
Algo que quienes se rasgan las vestiduras llamándose bolivarianos, seguros estamos desconocen esta y otras facetas de quien tomaron su nombre, para a mala hora conducir a la patria por un oscuro sendero lleno de incertidumbre, pobreza, odios, discriminación social  y todas las perversidades que han copado el escenario en los 16 trágicos años que llevan entronizados en el poder.
En amena lectura del libro “Buena y Mala Vecindad” del escritor y ex-canciller mexicano Isidro Fabela,  encuentro una frase de su autor: “¡Cuánto vale el respaldo de un gobierno libre y soberano, con nuestros mismos principios y con nuestros mismos ideales!”. Y nada más cierto, cuando observamos a un régimen con un seudo nacionalismo confundido con el que pretendió vender a un pueblo las supuestas bondades de la “revolución socialista y bolivariana del siglo XXII”, así como la defensa de lo propio con inaudita provocación a la libre empresa; un  país en el que imperan los grandes negocios, el lucro a todo trance, la poca vergüenza de meter la mano en los caudales públicos, la pequeñez humana, el terror, la ignorancia, la corrupción y un sin fin de males, que por desgracia en los actuales momentos nos aquejan.
Desconocen obviamente estos socialistas bolivarianos de nuevo cuño, las prédicas que Bolívar solía hacer sobre el ejercicio del poder en sus discursos. Uno de ellos: ““El hombre de honor no tiene más patria que aquella en que se protegen los derechos de los ciudadanos y se respeta el carácter sagrado de la humanidad: la nuestra es la madre de todos los hombres libres y justos, sin distinción de origen y condición. En el régimen absoluto, el poder autorizado no tiene, no admite límites. La voluntad del déspota es la ley suprema”
Felizmente existe un pueblo que despierta con jóvenes estudiantes, hombres y mujeres ansiosos por recuperar todos los valores, hoy invertidos.

Carlos E. Aguilera A.,
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)

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