martes, 16 de junio de 2015

PEDRO RAUL VILLASMIL SOULES., VARIACIONES SOBRE UN TEMA DE PEDRO PAUL BELLO

 
    Mi   fraternal  y   entrañable   amigo,  Pedro  Paúl  Bello,  por  matemático,  mejor   filósofo,  escribió un artículo  que  -sin presidirlo de la razón  especulativa,  de aquella que los  teóricos  exponen  con  base en  pura contemplación  y  valiéndose  de sutiles  ejercicios cogitativos-   lo soportó  con  hechos  inmanentes  y  reales  al tiempo  y   aprehendidos de su propia dimensión histórica.

       El mencionado artículo, lo expuso, además,  con buen criterio  hegeliano,  según el cual  “la vida, la historia, el curso del mundo no necesita ya, como en el viejo  racionalismo,  ir precedido de la razón  especulativa.”   Apoyándose sí,   en la filosofía,  pero en  aquella que va detrás  de la vida sin hacer de aquella rectora de esta. De la vida realizada,  no pensada;  y   exponiendo sobre ella uno  de los problemas  más   complejos  de  nuestra  realidad social:  “la falta  de conciencia  de pueblo,”   cuya   carencia   entre   nosotros  abarca   a  la    mayoría  de   los   miembros   de  la  comunidad nacional,   que  adolecen  de un  verdadero   crecimiento de su   ser-persona.  De  su  potencia  interior:  del  “nous, ”  valga decir,   esa     parte    superior  de   la persona  que   le  permite conocerse  y   actuar,  descubrir  su   libertad,  la  que   lo    mueve   a   alcanzar,  como  dice  Paúl,   “libertad  de independencia  para no admitir  ningún  tipo  de coacción.”     En  otras palabras, “esa  entidad    de  la   inteligencia    que,   según  Aristóteles,  rige   todos  los  procesos  del  universo,”   aquella   que  le  garantiza    a   todos  los  hombres y   mujeres su  dignidad  y  la   consecución   de  su propio  destino  para rechazar,  como  pedía   Emmanuel  Mounier,  “la   servidumbre  en   la   independencia;  la vida  vegetativa a  la   auténtica   realización   humana.”   Esta,  constituye una  carencia   urgente  a desarrollar:   ¡pero qué  lenta  de alcanzar!   Sin ella,  difícilmente  una   sociedad    puede   crecer  y,   menos,  que una  democracia  sea   una   forma   de vida, de   “llegar- a- ser”   con   los   demás;   un estilo  de   existencia   personal, una manera de comprender y de situarse en   el   universo.  Porque  una  sociedad   no puede avanzar y elevarse  donde los hombres se solazan  agrediendo, insultando, ofendiendo e injuriando, que no aliviando y remediando  problemas;   acusando  y   reprochando, y no que conociendo, descifrando   y   comprendiendo   dificultades.  Porque   una   comunidad  no   puede   subsistir,  humanamente,   sin  que  se  conozcan   y   se  aprecien   sus   miembros,  para poderse   respetar mutuamente  y   darse la  dignidad que  se merecen como personas;  condición,  además,  que    viene   -como , sabiamente, lo dice  Santo Tomás-   “por la subsistencia  misma del  alma que es, además, por la que vive el cuerpo.”  
     
Para   que  esto ocurra,  hay  que empezar   por   sacar  al  hombre  de la miseria  fisiológica  y social   en   que   vive. Si   esta condición,   que es  esencial,  no se da,   es   imposible   que pueda  enriquecerse   de  valores   superiores.   “Carencias   materiales  de   los  que   están privados  del mínimo   vital;   carencias   morales   de  las  que están   mutilados por  el   egoísmo;    estructuras  opresoras   que  provienen   del abuso   del   tener  o   del abuso del  poder,”   decía  Paulo VI   en la  Populorum    Progresio.   Por   esto,   mientras    se   mantengan,    impunemente,    estructuras  oprobiosas,  la persona humana no podrá llevar  una existencia auténtica separadamente,  ni podrá  alcanzar una vida  autónoma  y soberana  sin depender más  que de sí mismo  en  el orden de la  acción.

      Han sido  estas imperfectas  subsistencia  e  independencia,  las que  han hecho posible que  los venezolanos  y  en general  los latinoamericanos, estén  viviendo, espiritualmente,  en una especie  de encarcelamiento,  de  “castración   moral colectiva,”  de  que  habla   “Gaudium  et  Spes.”   Falta de la verdadera  Caridad Cristiana, en la que  tanto insistió  el  Concilio Vaticano II: “para salvar almas  y para salvar a los cuerpos hundidos en una miseria material  que comporta siempre una miseria moral.”  Es,  precisamente,  esta  ausencia de Caridad Cristiana la que  ha hecho imposible crear  esa    “conciencia de  pueblo”  entre nosotros,   “basada,  como  propone Paúl,  sobre permanentes  valores trascendentes.”

      Alcanzar   esa  “conciencia de pueblo,”   agrega  Paúl:  “significa  la necesidad  de una actitud espiritual  e   integral, que  de   significado de  la  propia   existencia   y   que cada persona pueda entender  el sentido   de los   medios  que  su  mundo le ofrece.”   Ahora  bien,  carecer  de  ella,  como    ocurre    entre   nosotros,    es   un     impedimento   grave    para   el   desarrollo total    -material,  intelectual, cultural-   de  la persona   humana.  Más aún,   puede   llegar a  implicar  la  negación  misma  de    la    persona,  de sus   derechos  más  elementales   y   básicos   y   de  sus  inmensas aspiraciones.    Ya   lo estamos   viendo   con   preocupación  en  Venezuela,   con    esa   tendencia  compulsiva  hacia   la   sumisión  y    la   dominación,   constituida  por  sentimientos  de inferioridad, impotencia e insignificancia individual  en muchos estratos  de   la   población   que,  exhiben  una   inclinación  muy   marcada    con   respecto  a   poderes  que   les   son    exteriores    (Ejemplo,  Chávez   y   el   chavismo)    que    al   fanatizarse       –precisamente--     por   falta    de   “conciencia  de   pueblo, ”   tienden    a    rehuir   la   autoafirmación,    esto   es,   a   decidir     por  voluntad   propia   y   a    someterse, en cambio,  a la voluntad  y   a  las  órdenes que  reciben, - en   este    caso-   del  Cacique   o   del    Partido.   La    polito-latría,     los transforma,    entonces,    en  engranajes   de   un chantaje   mediático   autocrático   que  implica   la   negación   misma  de  la persona,   de   sus  derechos   más  elementales  y  básicos y   de  sus inmensas  aspiraciones.

       Si  no matar   es  la   exigencia  máxima   del   mandamiento del   amor,  “no  poder  realizar el  ser  por   su voluntad    lo  que su naturaleza es  un boceto   -como lo afirma  con  tanta   claridad  Maritain-    es  incapacitar  a la  persona humana para  que su comportamiento ético  reduzca  en acción  la realidad  metafísica   del  espíritu.   No  será  verdaderamente  persona    -(por carencia  de “conciencia  de pueblo”)-    sino  en   la  medida  en   que la   vida  de la razón  y  de  la libertad domine   la   de    los   sentidos   y   la    de   las   pasiones;   sin   esto   seguirá    siendo    como   el  animal,   un  simple individuo, esclavo  de  los acontecimientos,  de   las  circunstancias,   siempre   remolcado,  incapaz  de  dirigirse a sí mismo.”
Pedro Raúl Villasmil Soules. 

prvillasmils@hotmail.com

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