El mencionado artículo, lo expuso, además, con buen criterio hegeliano,
según el cual “la vida, la
historia, el curso del mundo no necesita ya, como en el viejo racionalismo,
ir precedido de la razón
especulativa.” Apoyándose sí, en la filosofía, pero en
aquella que va detrás de la vida
sin hacer de aquella rectora de esta. De la vida realizada, no pensada;
y exponiendo sobre ella uno de los problemas más
complejos de nuestra
realidad social: “la falta de conciencia
de pueblo,” cuya carencia
entre nosotros abarca
a la mayoría
de los miembros
de la comunidad nacional, que
adolecen de un verdadero
crecimiento de su ser-persona. De
su potencia interior:
del “nous, ” valga decir,
esa parte superior
de la persona que le permite conocerse y
actuar, descubrir su
libertad, la que
lo mueve a
alcanzar, como dice
Paúl, “libertad de independencia para no admitir ningún
tipo de coacción.” En
otras palabras, “esa entidad de
la inteligencia que,
según Aristóteles, rige
todos los procesos
del universo,” aquella
que le garantiza
a todos los
hombres y mujeres su dignidad
y la consecución
de su propio destino
para rechazar, como pedía
Emmanuel Mounier, “la
servidumbre en la
independencia; la vida vegetativa a
la auténtica realización
humana.” Esta, constituye una carencia
urgente a desarrollar: ¡pero qué
lenta de alcanzar! Sin ella,
difícilmente una sociedad
puede crecer y,
menos, que una democracia
sea una forma
de vida, de “llegar- a-
ser” con los
demás; un estilo de
existencia personal, una manera
de comprender y de situarse en el universo.
Porque una sociedad
no puede avanzar y elevarse donde
los hombres se solazan agrediendo,
insultando, ofendiendo e injuriando, que no aliviando y remediando problemas;
acusando y reprochando, y no que conociendo,
descifrando y comprendiendo dificultades. Porque
una comunidad no
puede subsistir, humanamente,
sin que se
conozcan y se
aprecien sus miembros,
para poderse respetar
mutuamente y darse la
dignidad que se merecen como
personas; condición, además,
que viene -como , sabiamente, lo dice Santo Tomás-
“por la subsistencia misma
del alma que es, además, por la que vive
el cuerpo.”
Para que
esto ocurra, hay que empezar
por sacar al
hombre de la miseria fisiológica
y social en que
vive. Si esta condición, que es
esencial, no se da, es
imposible que pueda enriquecerse
de valores superiores.
“Carencias materiales de
los que están privados del mínimo
vital; carencias morales
de las que están
mutilados por el egoísmo; estructuras
opresoras que provienen
del abuso del tener
o del abuso del poder,”
decía Paulo VI en la
Populorum Progresio. Por
esto, mientras se
mantengan, impunemente, estructuras
oprobiosas, la persona humana no
podrá llevar una existencia auténtica
separadamente, ni podrá alcanzar una vida autónoma
y soberana sin depender más que de sí mismo en el
orden de la acción.
Han sido
estas imperfectas
subsistencia e independencia, las que
han hecho posible que los
venezolanos y en general
los latinoamericanos, estén
viviendo, espiritualmente, en una
especie de encarcelamiento, de
“castración moral colectiva,” de
que habla “Gaudium
et Spes.” Falta de la verdadera Caridad Cristiana, en la que tanto insistió el
Concilio Vaticano II: “para salvar almas
y para salvar a los cuerpos hundidos en una miseria material que comporta siempre una miseria moral.” Es,
precisamente, esta ausencia de Caridad Cristiana la que ha hecho imposible crear esa
“conciencia de pueblo” entre nosotros, “basada,
como propone Paúl, sobre permanentes valores trascendentes.”
Alcanzar
esa “conciencia de pueblo,” agrega
Paúl: “significa la necesidad
de una actitud espiritual e integral, que de
significado de la propia
existencia y que cada persona pueda entender el sentido
de los medios que
su mundo le ofrece.” Ahora
bien, carecer de
ella, como ocurre
entre nosotros, es
un impedimento grave
para el desarrollo total -material,
intelectual, cultural- de la persona
humana. Más aún, puede
llegar a implicar la
negación misma de
la persona, de sus
derechos más elementales
y básicos y de sus
inmensas aspiraciones. Ya lo estamos
viendo con preocupación
en Venezuela, con
esa tendencia compulsiva
hacia la sumisión
y la dominación,
constituida por sentimientos
de inferioridad, impotencia e insignificancia individual en muchos estratos de
la población que,
exhiben una inclinación
muy marcada con
respecto a poderes
que les son
exteriores (Ejemplo, Chávez
y el chavismo)
que al fanatizarse –precisamente-- por
falta de “conciencia
de pueblo, ” tienden
a rehuir la
autoafirmación, esto es,
a decidir por
voluntad propia y
a someterse, en cambio, a la voluntad
y a las
órdenes que reciben, - en este
caso- del Cacique
o del Partido.
La polito-latría, los transforma, entonces,
en engranajes de
un chantaje mediático autocrático
que implica la
negación misma de la
persona, de sus
derechos más elementales
y básicos y de
sus inmensas aspiraciones.
Si
no matar es la
exigencia máxima del
mandamiento del amor, “no
poder realizar el ser
por su voluntad lo
que su naturaleza es un
boceto -como lo afirma con
tanta claridad Maritain-
es incapacitar a la
persona humana para que su
comportamiento ético reduzca en acción
la realidad metafísica del
espíritu. No será
verdaderamente persona -(por carencia de “conciencia de pueblo”)- sino
en la medida
en que la vida
de la razón y de la
libertad domine la de
los sentidos y
la de las
pasiones; sin esto
seguirá siendo como
el animal, un
simple individuo, esclavo de los acontecimientos, de
las circunstancias, siempre
remolcado, incapaz de
dirigirse a sí mismo.”
Pedro Raúl Villasmil Soules.
prvillasmils@hotmail.com
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